Claudia Alvarado
En el segundo día de su estancia en México, el Papa Francisco hizo un recorrido desde la Nunciatura Apostólica, donde pernoctó, hasta Palacio de Gobierno; ahí lo esperaba el presidente de la República, Enrique Peña Nieto, quien le dio la bienvenida oficial y ambos participaron en el acto protocolario.
Al concluir el evento en el que estuvieron presentes autoridades y cuerpo diplomático, el Sumo Pontífice acudió a la reunión con los obispos de México, a un costado de Palacio de Gobierno, al interior de la Catedral Metropolitana.
Antes de ingresar a la Catedral participó en una breve ceremonia, donde Miguel Ángel Mancera, jefe de Gobierno de la Ciudad de México, le entregó las llaves de la ciudad. Desde allí mismo, Francisco ingresó caminando al templo.
Fue acompañado por el arzobispo de la capital mexicana, Norberto Rivera Carrera; el Papa se detuvo unos minutos a rezar frente al Santísimo Sacramento para después dirigirse al altar mayor y escuchar las palabras de Rivera Carrera.
Al hacer uso de la palabra, Francisco pidió la colaboración de comunidades parroquiales para enfrentar los retos sociales. Además, solicitó a los obispos mantenerse con una “mirada limpia” en todo momento.
También pidió tener un “coraje profético” y un proyecto pastoral para ayudar a la sociedad mexicana a salir adelante, sin menospreciar la dificultad que plantea hacerle frente al narcotráfico.
Frente a los más de 150 obispos del país, afirmó: “Conozco la larga y dolorosa historia que han atravesado, no sin derramar tanta sangre, no sin impetuosas y desgarradoras convulsiones, no sin violencia e incomprensiones”.
“Les ruego, por favor, no minusvalorar el desafío ético y anticívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia”, dijo el Pontífice a la jerarquía católica de México, vista por algunos como más inclinada a los poderosos y más favorecidos.
Con una fuerte metáfora, Francisco aseguró que el narcotráfico, por su proporción y por su extensión en el país, “es como una metástasis que devora”.
El Pontífice llamó a los miembros de la Iglesia a apoyar el combate al narcotráfico y la violencia, “comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad”.
“Solo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada”, denunció.