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febrero 28, 2016 | 192 vistas

Déjeme y le Platico de un Libro

Jaime Elio Quintero García

LA SEÑORA CLINTON

Los desafíos de la señora Clinton para llegar, primero, a la titularidad de la candidatura demócrata, y después, a ganar la elección de noviembre próximo para ocupar la presidencia de Estados Unidos; son en realidad no tantos pero sí muy diversos, que oscilan entre la confrontación y el desencanto, para sorpresa de muchos y esperanza no de tantos. En tal sentido se encamina el más reciente trabajo periodístico del escritor y politólogo Jorge Volpi, del que hoy, amigo lector, quiero comentarle algo de lo más significativo.

En lo general, el documento en mención gira en torno, primero a la reflexión y segundo, a lo que podría interpretarse como una declaración personal e íntima. Confiesa ella -la señora Clinton-, que nunca pensó, porque sabe por experiencia que ninguna elección es fácil, el acentuado desgaste al que tendría que someterse durante la lucha interna con el senador Benny Sanders. De quien por cierto dice, nunca llegará a la presidencia.

Sin embargo, manifiesta su certeza de que ella terminará por ganar la elección demócrata, solo que mucho más fatigada de lo que había supuesto antes y al inicio de las primarias de su partido. Esto por lo que hace a la confrontación entre uno y otra, en tanto a la parte reflexiva resulta importante saber lo que ella concluye a la fecha, dice la señora Clinton: En Estados Unidos como en muchas otras partes del mundo, reina un estado de inconformidad generalizado, en el que los políticos son vistos como parásitos encajados en las redes del poder, para el caso de mi país, de Washington.

La confirmación de esto, es la razón por la que los republicanos postulan a individuos excéntricos, más propios del espectáculo, la diversión y el entretenimiento televisivo y radiofónico, que de la propuesta política y las razones de Estado que deben animar los propósitos de un candidato o presidente de la nación más poderosa del mundo.

Sin duda, pienso yo, la señora Clinton tiene razón en lo que dice, tanto en lo que se refiere a los niveles de confrontación con su colega de partido, el senador Sanders, como en reconocer la opinión, también generalizada, que la gente tiene de las clases políticas en muchos países democráticos, no tan solo en Norteamérica.

Esto es, sin duda, parte o fundamento incluso de los sistemas políticos democráticos, cuyo valor básico es la certeza en las reglas (la ley) y la incertidumbre en los resultados (se le dice competencia y competitividad), en los medios de la academia y la ciencia política. En este tramo de la democracia los competidores se desnudan unos a otros, lo que permite que el electorado evalúe y decida quién podría representar mejor sus intereses particulares y de grupo.

En este proceso de exhibición gana quien es menos malo, quien tiene menos negativos y quien supuestamente defiende de mejor manera, en su dicho aunque no siempre en los hechos, los intereses de las mayorías votantes. Lo que significa entonces que el éxito en la política, en las democracias, depende más de habilidades, estrategias y conocimiento del mercado electoral, que de propuestas y buenos propósitos. Tan solo vea usted, amigo lector, lo que en esta publicación narra el autor Volpi, de lo que la señora Clinton opina de sus opositores republicanos.

En propias palabras de la señora Clinton: “Pobres republicanos, nunca pensaron que el millonario Donald Trump o el ultraconservador religioso Ted Cruz fueran a secuestrarlos”. Quién podría imaginar que el partido de Abraham Lincoln pudiera tener como candidato presidencial a uno de estos dos sujetos, que ni siquiera ellos saben si son republicanos o demócratas. Cómo es entonces que piensan ganar la adhesión de jóvenes y mujeres latinos sensatos que sin importar su color o religión, y que incluso a regañadientes terminarán por apoyarme. Por la sencilla razón de que el partido demócrata y su candidata los representará de mejor manera.

Creen los republicanos y los enemigos de los Clinton que me vencerán con sus injurias de los correos electrónicos cuando estuve en el Departamento de Estado, o las críticas sobre la crisis de Benghazi. Ignoran entonces que de cada crisis que he enfrentado salgo más fuerte y poderosa. Olvidan que salí adelante de la humillación más profunda a que puede someterse a una esposa (refiriéndose al asunto del vestido de Mónica Lewinsky). Créanme que nada puede ser peor que eso, perder con Obama fue nada comparado con la vergüenza de enfrentar públicamente y ante el mundo entero, ese amorío de mi esposo con la becaria de la Casa Blanca.

Termina diciendo la señora Clinton: “Estados Unidos no tiene otra alternativa hoy en día, solo la de confiar en la esposa engañada, la abuela astuta y endurecida por la vida, que lleva a pesar de todo, el apellido Clinton”. Luego entonces resulta interesante, yo diría muy interesante, la participación de la mujer en la vida pública, es en este caso como en muchos otros, una enseñanza para todos, de valor y entereza que inspira confianza y el regreso de la política a la verdad y la honestidad.

GRACIAS POR SU TIEMPO

 

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