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Más allá de las letras

marzo 17, 2016 | 142 vistas

Samantha Rocha

El día que tuve el honor de visitar la casa de la tan querida escritora tamaulipeca Altair Tejeda de Tamez, fue la tarde del doce de marzo, sus hijos Antonio y Jorge Tamez Tejeda, me abrieron las puertas de su hogar, pero más aún, un pedacito de su alma.

Desde el instante en que me adentré en la sala de estar, pude percibir esa calidez tan acogedora del que fuera el refugio predilecto de Altair Tejeda, al que siempre regresó sin importar cuánto tiempo pudiera pasar lejos, donde cobraron vida sus primeras líneas y donde vivirá por siempre la sutil fragancia de su alma.

Niñez y juventud

La destacada escritora nació el 23 de octubre de 1922 en Ciudad Victoria, Tamaulipas; siendo sus amorosos padres, Rafael Tejeda Puente y Elvira Treviño, quienes compartían el gusto por la docencia.

Desde niña comenzó a mostrar una inigualable atracción por la lectura, con ello surge también su amor por escribir, lo que fue su mayor motivación personal en la vida.

Su casa fue testigo de las travesuras de infancia, cuando corría por el patio entre el canto de las aves que tan gustosas como ella, se detenían a contemplar la diversidad de plantas y flores que se alzaban en aquel hermoso jardín.

Con el pasar de los años, llegó su juventud, la cual fue por demás bonita, sana, en la que disfrutaba salir con sus amigas los fines de semana y tomarse fotografías en lugares emblemáticos de nuestra Ciudad como el estadio y el Teatro Juárez.

Fue una persona que vivió estas etapas a plenitud, en una Ciudad pequeña, pero muy humana, con la naturaleza en todo su esplendor, donde la amabilidad y el preocuparse por el bienestar del prójimo era el pan de cada día.

Su vida como madre

Contrajo nupcias con Santiago Tamez Anguiano en el mes de junio de 1942, quien en ese entonces, por razones de trabajo radicaba en Monterrey, donde nacieron sus amados hijos, Antonio, Marisela y Jorge.

Fue una madre totalmente entregada, muy amorosa, siempre atenta a sus pequeños, preocupada por la educación, pero no solo académica, si no la más importante, la formación del individuo. Inculcó a sus hijos bases humanísticas, de honestidad, amor a la patria, y sobre todo consideración a los demás.

Antonio y Jorge consideran que su madre les dejó un precioso legado de formación moral especial y único.

Nadie podía plasmar mejor que ella, la importancia que sus hijos representaban en su vida, y lo hizo mediante el bello poema “Tiempo de amar”, dedicado a ellos; del que me permito rescatar este fragmento: “No recuerdo el momento de su ingreso a mi realización como persona, Desde siempre. Desde que abrí los ojos, multiplicaron mi visión del mundo y el porvenir se me vistió de fiesta”.

Sus fieles compañeros

A lo largo de su vida, tuvo una gran cantidad de perritos y gatos a los que siempre cuidó amorosamente, pues representaban para ella ese lado amable y noble de las personas, porque la escritora se caracterizó precisamente por ser una persona que siempre brindó su afecto a manos llenas, pero sin duda sus afortunadas mascotas, se llevaron un pedacito más grande de ese afecto.

Actualmente, su hogar es vigilado por cuatro hermosos perros, quienes viven felices corriendo diariamente en el gran jardín y en todo momento son procurados por sus hijos, quienes los consienten como lo hubiese hecho su madre.

Antonio y Jorge, me permitieron volver por unos instantes al pasado, entre los bellos retratos que cubrían parte de las paredes, la preciosa colección de conchitas de mar que recolectó durante sus viajes y los pequeños gatitos de porcelana que tanto le gustaban, los cuales dan la apariencia de cuidar celosamente la habitación.

Así, con una plática por demás amena, los recuerdos revivieron uno detrás del otro, de esa gran mujer que llenó de dicha los corazones de quienes la rodeaban y a quienes tuvimos la dicha de conocerla a través de sus magníficas letras.

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