Ciudad del Vaticano, 8 Abr (Notimex).- El Papa Francisco dio hoy un paso clave hacia la plena integración de los divorciados vueltos a casar en la Iglesia, reconociendo que no todas las parejas en “situaciones irregulares” viven en condición de pecado mortal y, en algunos casos extremos, podrían acceder a la comunión.
“La alegría del amor”, un documento magisterial cuyo contenido fue dado a conocer este viernes por el Vaticano, constata las dificultades que enfrentan muchos católicos con fracasos matrimoniales y nuevas uniones, además de recomendar para ellos un seguimiento especial a cargo de obispos y sacerdotes.
“Se trata de acogerlas y acompañarlas con paciencia y delicadeza”, indicó Francisco en el capítulo número ocho de la exhortación apostólica.
“Los bautizados que se han divorciado y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de escándalo”, insistió más adelante en el extenso documento.
“Amoris laetitia”, por su nombre en latín, es un escrito de unas 270 páginas en su edición en español y recoge de manera armónica las aportaciones de un proceso de reflexión iniciado por el Papa hace más de dos años sobre la situación de la familia en el mundo actual.
Contiene decenas de citas tomadas de documentos de la Iglesia y hace constante referencia a los resultados de los debates en dos asambleas mundiales de obispos (Sínodos), convocadas por Francisco para abordar este tema en los meses de octubre de 2014 y 2015.
Aunque no estableció nuevas normas de aplicación indiscriminada a todos los fieles y dejó en claro que no cambia la doctrina tradicional de la Iglesia en cuanto al matrimonio indisoluble, si alentó a un “responsable discernimiento personal y pastoral de los casos particulares”.
Reconoció que en algunos casos ciertos divorciados vueltos a casar, por “condicionamientos o factores atenuantes”, no son plenamente culpables de su situación y por ello, aunque viven una realidad “objetiva de pecado”, al mismo tiempo pueden crecer “en la vida de la gracia y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia”.
En este pasaje estableció que parte de esa ayuda “pueden ser los sacramentos”, abriendo –de facto- la posibilidad de que estos fieles puedan acceder a la confesión y la comunión, cosa hasta ahora vetada por la doctrina de la Iglesia.
Empero Francisco indicó para estas parejas en “situaciones extremas”, la necesidad que inicien “caminos de discernimiento” que incluyan “exámenes de conciencia y arrepentimiento”. Una reflexión que “jamás debe prescindir de las exigencias de verdad y de caridad del evangelio propuesto por la Iglesia”.
Precisó que existe diferencia entre los divorciados vueltos a casar que mantienen su segunda relación por muchos años, con hijos, fidelidad y un “sincero espíritu cristiano”, o las personas abandonadas injustamente, y las nuevas uniones cercanas al divorcio, producto de la superficialidad.
Además instó a garantizar para estos casos “las condiciones necesarias de humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios y con el deseo de alcanzar una respuesta a ella más perfecta”.
Advirtió que fieles, sacerdotes y obispos deben guardar la debida discreción para evitar “el grave riesgo de dar mensajes equivocados” como que “se pueden conceder rápidamente excepciones”, que algunas personas “pueden obtener privilegios sacramentales a cambio de favores” o que la Iglesia “sostiene una doble moral”.
Más adelante insistió en “evitar cualquier interpretación desviada”, recordó que el divorcio no es el ideal y apuntó que constatar las situaciones límite no significa, en ningún caso, que los católicos renuncien a proclamar la grandeza del matrimonio.
Aseguró que “si alguien ostenta un pecado objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad”.
Pero recordó que la Iglesia “no condena a nadie para siempre” y, tomando en cuenta la complejidad de cada situación, sostuvo que los divorciados vueltos a casar pueden incorporarse en la vida de la comunidad en tareas sociales, reuniones de oración o en actividades por ellos sugeridos.
Es más, instó a pensar en cada parroquia si algunas de estas parejas pueden incorporarse a actividades que hasta ahora le son negadas, como ser padrino, catequista o líder de comunidad.
“Ellos no sólo no tienen que sentirse excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la Iglesia”, dijo.
“Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo quiere una Iglesia atenta al bien que el espíritu derrama en medio de la fragilidad juicios demasiado duros o impacientes. El mismo evangelio nos reclama que no juzguemos ni condenemos”, abundó.
Finalmente invitó a los fieles que viven en situaciones límite a que se acerquen con confianza a conversar son sus pastores, quienes no siempre les dirán lo que ellos quieren escuchar pero sí les ofrecerán un camino de maduración personal.
“Invito a los pastores a escuchar con afecto y serenidad, con el deseo sincero de entrar en el corazón del drama de las personas y de comprender su punto de vista, para ayudarles a vivir mejor y a reconocer su propio lugar en la Iglesia”, concluyó.