Ayuda mutua en la crisis
Filosofía en letras: “El corazón es el órgano más sensible y tosco del organismo, la ternura está en las manos”.
(Carolyn Forché)
Lilia García Saldívar
Fluía de sus valerosas manos la paciencia, y una y otra vez volvía a tomar la cucharilla, la llenaba de líquido, y la ofrecía a los temblorosos labios, que por estar en continuo movimiento derramaban la mitad de te.
Mary envolvió las temblorosas manos en un lienzo seco y procedió nuevamente a llenar la cucharilla, esta vez fue una implacable tos, la que no le permitió a Andrea tomar el caliente y reconfortante brebaje. Las manos de Andrea escaparon del amoroso lienzo tibio y se crisparon en la muñeca de Mary.
–¡Ándele señora Andrea otros traguitos, para que no le arda el estómago con la medicina!. . .
–Ya no Mary, mira cómo se ha mojado mi ropa, después me dará frío…
–No, no le dará frío, porque yo le pondré una servilleta de algodón debajo de su bata
Y así, incansablemente seguía dándole el te que Andrea enferma e impedida para valerse por si misma, no podía tomar libremente de la taza.
Ya eran cinco semanas que Andrea había caído enferma, incapaz de pararse, de tomar medicamentos y le había mandado decir a Mary con una persona que la visitó, que si no podría acudir en su ayuda, Mary era su vecina y tenía su esposo y dos niños de escuela que atender, fue a verla y la encontró débil, con temperatura, sin haber probado nada de alimento, las medicinas regadas en el buró y un extraño olor a enfermedad impregnó el ambiente, Andrea le dijo:
–Mira Mary, te pago para que me des algo de comer, yo no puedo pararme, porque siento un terrible mareo cada vez que me paro, así, de tu comida tráeme algo, en esta lista están las medicinas que tengo que tomar, dámelas cuando sea necesario, pues a mí se me nublan los ojos y no puedo leer, hijita, yo te pagaré y le pediré a Dios te pague también.
–Señora Andrea, yo estaré al pendiente de sus medicinas y también le traeré su comidita, la arreglaré a usted después de que los niños se queden en la escuela y no se apure yo no le cobro, es un servicio de amigas, ya sabe lo que dice el dicho “El que no vive para servir, no sirve para vivir”… ‘Ora lo verá usted Andreita, cómo me voy a dar tiempo mañana para ayudarle a “uste”, y hacer todo el quehacer de mi casa, ora lo verá como no le fallo.
Andrea sonrió y tomándole las manos se las apretó y dijo…
–Estas manitas tan trabajadoras, Dios te bendiga Mary, ¿qué haría yo sin mi vecina querida? ¿Sabes Mary? Tú tienes el corazón en las manos y Dios te ha de proteger a ti y a tu familia y te ha bendecido con esas abejitas industriosas que son tus manos, gracias querida amiga, eres para mí como una hermana.
Y besando las infatigables manos de Mary, las lágrimas se desbordaron y el pecho de Andrea se cimbró al compás de los sollozos.
Mary pasó sus manos sobre la cabeza de Andrea y dijo…
–Ya, ya, no se ponga sentimental, porque me va a hacer llorar a mí también. Mire Andreita, le voy a traer un atolito y ahorita regreso…
Salió Mary y presurosa hizo la comida, sirvió el atole en una diminuta jarra, después puso la mesa y esperó el regreso de los niños. Al fin los niños llegaron platicando sus aventuras escolares, a los 20 minutos llegó su esposo, traía un aire de tristeza en la cara…
–¿Qué te pasa Román, te veo triste?…
–Ay vieja, en la fábrica va a haber un gran despido, dicen que ya no pueden con tanto personal, ¿Qué haremos si me desocupan Mary?
–Dios dirá, tú no te preocupes anticipadamente… ya verás viejo como todo se arreglará. Y así entre chistes escolares, e inmenso desasosiego transcurrió la comida. Andrea terminó, tomó dos rebanadas de pan, les puso mantequilla, y contenta se llegó con su vecina, que sentada en una mecedora ya la esperaba. Andrea comió, se tomó su medicamento y le preguntó a Mary…
–Te veo taciturna ¿qué te pasa?…
Un torrente de palabras inundó el aposento, le platicó lo del despido, de la escuela de los niños y su preocupación si Román perdía el trabajo, al final, como si todas las palabras hubiesen huido de su boca, calló; la voz de Andrea se hizo profética…
–Mira Mary, no te apures, ¿ves aquel arcón de madera?
–Sí…
–Pues te regalo todo lo que tiene adentro, pon una mesita en el sobre ruedas y vende todo… Anda hija, tómalo, de algo ha de servir…
Mary abrió el arcón, y ante sus asombrados ojos surgieron, manteles, secadores, pañoletas finísimas, fundas y toallas, sábanas y costureros ¡todo nuevo! Tomó en sus manos aquel tesoro, bordados finísimos.
Su rostro resplandeció, e íntimamente dio gracias a Dios, por el inesperado regalo, su cara resplandeció cuando dijo:
–Andreita ¿me da todo esto?
–Sí hija, con la venta de esas cosas, mantendremos las dos casas, la tuya y la mía…
Resplandece la mañana del sábado, el sol se filtra por entre las rendijas del modesto puesto, sobre la mesita, dobladas en graciosos pliegues, está el rico tesoro de finísimos bordados, sobre una poltrona sentada, Andrea vigila el puestecillo que ha causado revuelo, Mary sonriente recibe a la clientela encomiando cada una de las prendas, se muestra alegre, dicharera, pero sobre todo agradecida con Andrea, la mira de soslayo y le dice:
–¡Andreita, cómo ve lo bien que se nos está vendiendo todo!
–Si hija, Dios ayuda al que sirve, y tú tienes unas manos dispuestas a la ayuda, tus manos y tu corazón son hermosamente tiernos.
Así, de dos desdichas surgió una ayuda comunitaria, basada en el amor y la ayuda. Benditos aquellos que pueden servir y lo hacen.