octubre 18, 2024
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mayo 16, 2016 | 439 vistas

Ma. Teresa Medina Marroquín

 

La historia del periodismo tamaulipeco de los últimos 30 años subyace. Ha dejado huella profunda. No es pasado ido e influye en el mundo político y la vida cotidiana.

Pese a los vendavales que le ha tocado enfrentar se adapta a los novedosos y acelerados ritmos de la tecnología, a la era del Internet, a la globalización, a la economía salvaje, al arribo de la democracia y a la vertiginosa evolución del pensamiento.

Su pluralidad tal vez no sea reconocida unánimemente, pero su misión de informar no ha sido desplazada por aquellos que buscan escándalos y exigen sensacionalismo y confusión de sus notas y editoriales.

 

EL CABALLERO DE LA COMUNICACIÓN

En ese largo trajín y vaivén de tres décadas sería ingrato e inadmisible dejar de reconocer las valiosas aportaciones que don Manuel Montiel Govea ha realizado en ese ámbito a través de los sexenios de Américo Villarreal Guerra y Tomás Yarrington Ruvalcaba.

Treinta años que devienen a partir de que este notable personaje, considerado como el “Caballero de la Comunicación”, experto en medios y admirador solemne de Benito Juárez y José María Morelos regresara a su tierra, a Tamaulipas, reencontrándose con su grandeza, y regocijándose con la sencillez y fortaleza de su gente, palpando en todo momento las realidades de su acontecer diario.

Regreso que no fue nada fácil, pues las ausencias provocan olvidos en la memoria colectiva, incluyendo a la de los amigos y compañeros.

A sus 84 años, el maestro de muchas generaciones de comunicadores, recuerda que tuvo que trabajar demasiado para abrirse camino y demostrar quién era.

Igual que en los versos de “Cantares” escritos por el poeta Antonio Machado, inspiradores de la famosa canción interpretada por Joan Manuel Serrat.

“Un punto a mi favor era el carácter afable del ingeniero Américo Villareal Guerra. Con él puedo decir sin temor a equivocarme que viví los mejores años de mi vida. Ambos éramos fieles devotos de la sencillez y el trabajo”.

Surgido de una vieja escuela que sólo proveía a los de su generación de libreta, pluma y grabadoras básicas para enfrentar la calle, y “equipados” en las salas de redacción por máquinas Remington, este inolvidable guerrero de la comunicación representa a una estirpe que dio brillo y excelencia a un oficio trascendente y, según Julio Scherer, de alma vociferante, enfrentando gobiernos autoritarios y señores de horca y cuchillo.

Una generación que difícilmente soñó con avances tecnológicos, comodidades y lujos del presente: grabadoras digitales, celulares inteligentes, impresionantes computadoras, modernas salas de prensa, y mucho menos con la supercarretera de la información, hasta el uso de drones y teléfonos satelitales.

No obstante, la pregunta obligada es si Montiel, habiendo encabezado por largos años puestos públicos donde el manejo de la información gubernamental y la imagen de dos gobernadores eran su prioridad, habría perdido la sensibilidad de ese oficio, simpatizando abiertamente con el poder, y convirtiéndose quizá en un censor de sus propios colegas.

Ante la imposibilidad de idealizar escenarios inexistentes, muchos que tuvimos oportunidad de tratarlo en calidad de funcionario sabemos perfectamente bien que jamás pesó sobre los medios y sus colaboradores una prohibición directa o medidas coercitivas o atropellos de su parte para enterrar denuncias, ni siquiera peticiones para elogiar inmerecidamente a quienes fueron sus jefes o compañeros de su mismo y alto nivel.

Pero, hablando con sensatez, ¿acaso un jefe de prensa es capaz de aportar tanto al desarrollo de los medios de comunicación y de la actividad de los propios periodistas, siendo su tarea principal, y compromiso, otro distinto, aunque parecido, sin alterar el sentido correcto y genuino de la información que la sociedad tiene derecho a conocer?

Por extraño que parezca la participación de las áreas de comunicación social deben ir de la mano con el flujo noticioso, sin olvidar que esa enorme responsabilidad requiere de equilibrios informativos, estabilidad narrativa entre gobierno, medios y sociedad, y sobre todo veracidad sin la cual se derrumbaría cualquier casa editorial.

El imprudente manejo informativo, siempre acompañado de panoramas grises, de tergiversaciones y de un sensacionalismo efectista es uno de los peores enemigos de las democracias del mundo.

Suponer entonces que en el México del Siglo XXI prevalece la censura oficial y creer, además afirmar, que los funcionarios de comunicación social se imponen a los periodistas por la vía del chantaje o incluso del veto, como el que la propia prensa es el “Cuarto Poder” (algunos van todavía por la vida creyéndose ese cuento), son conceptos que deben ser superados por la deformación que causan al ser confundidos con los intereses de empresarios y de pseudoperiodistas al servicio de complacencias e ideologías políticas.

Continuar alentando esto sería como instalar luces y sombras a la identidad y conciencia de cada comunicador, a mitos sembrados de que las esferas públicas deben sostener una separación radical, un muro alto e infranqueable que las separe de la intensa tarea cotidiana de informar a la ciudadanía con precisión y oportunidad.

Pienso que ese fue uno de los grandes aciertos de don Manuel Montiel, colaborar y coincidir, y a veces, por qué no, replicar directamente a sus colegas de las trincheras donde el día a día es mirar hacia adelante, respetándolos y manteniéndose al margen de los enfoques y criterios y del infaltable sentido crítico que en estos años suele ausentarse repentinamente de las redacciones por la llamada autocensura.

Hombre de su tiempo, personaje de una sola traza, periodista que vio pasar la historia de su época y, sin invitación de por medio, subió a su poderoso tren desde donde impugnó valientemente el abuso del poder, los métodos de varios políticos y de diversos personajes autoritarios, y en otras tantas coincidiendo en aspectos fundamentales con la clase política, haciendo del periodismo un foro democrático y cimentado para soportar el enorme peso de todo lo que se construiría encima.

Su talento natural y su vocación por el periodismo pasó, casi podría decirse así, por encima de los grados académicos otorgados por las universidades, convertido en un autodidacta dotado de ese instinto que no se abreva en las aulas.

 

ALTOS VUELOS NACIONALES

En alguna ocasión don Manuel le platicaba a esta reportera de sus andanzas en los altos niveles de la política nacional y, aún más allá, de la diplomacia, ámbitos donde sus cualidades y conocimientos se expandieron de tal suerte que hoy, una de las peores injusticias que han cometido contra este distinguido maestro del periodismo, es no haberle concedido el título de Doctor Honoris Causa de diferentes universidades prestigiadas de Tamaulipas y de la Ciudad de México.

Conociendo a nuestro personaje, su sencillez y austeridad, enemigo del culto a la personalidad, y sin importar que el galardón fuese merecido, como lo es, no buscaría ni siquiera insinuaría aspirar a un título honorífico de semejante privilegio.

Ciertamente hay personalidades que han elegido vivir sus vidas de manera modesta. Así los hizo Dios, así los forjó la vida, y sus acendradas convicciones morales fruto de sus raíces familiares jamás los harán cambiar de parecer. Manuel Montiel es uno de ellos.

Un terco admirable que prefirió elegir la amistad y la lealtad: “Nunca dañé a nadie, siempre apoyé a mis colaboradores y a los amigos de mis amigos. Nunca me enriquecí con el poder”.

Valores universales que escasean en estos días donde la mayoría política está tan concentrada en afanes de escalar posiciones de relevancia que únicamente satisfacen el ego, y que nuestro protagonista impidió se adueñaran de su vida. Y vaya que lo logró.

Aquella mañana, con la tranquilidad que siempre le ha caracterizado, pero al pendiente de los teléfonos y de los radares de la información y con el férreo control de las tareas exigidas por su elevada posición gubernamental, recordaba sin arrogancia alguna (yo diría compartiendo generosamente sus vivencias) de su encuentro con Augusto Gómez Villanueva, líder nacional de la Confederación Nacional Campesina (CNC) y de su fecunda amistad y estrecha colaboración con quien luego se convertiría, designado por el presidente Luis Echeverría Álvarez, en titular del Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, y tiempo después, en 1975, Secretario de la Reforma Agraria.

Nombrado Jefe de Prensa por el entonces poderoso político aguascalentense, Montiel hizo su mejor esfuerzo y ambos retroalimentaron conocimientos y experiencias.

La reciprocidad enmarcada por la lealtad y la eficacia que demostró en el trabajo con Gómez Villanueva tuvo al mismo tiempo un efecto que el nativo de Villa González acepta sin ambages en otras entrevistas:

“Y de ahí para el real no volví a conocer el hambre”.

Humildad y franqueza con la que este hombre de espíritu libre siempre se ha expresado y con las que se comportó y trató a reporteros, columnistas y editores a su paso por dos administraciones estatales, donde bajo ninguna circunstancia aspiró a doblegar a nadie ni intentó bloquear o asfixiar los contenidos más críticos.

De la misma generación y compañero del afamado Jesús Blancornelas, don Manuel desde su función sólo sugería objetividad en los procesos informativos vinculados con los gobiernos que llegó a representar.

Pero además en sus planteamientos hacía gala de una finura excepcional de la que no pocos somos testigos, pues bien sabía la dificultad de ganarse una nota de ocho como redactar una columna combinación de veracidad, reproche y respeto.

 

MAESTRO Y PERSONAJE MUY HUMANO

Y fue exactamente esa actitud y don de gentes con la que se ganó a pulso ese respeto de todas y todos, colaboradores y periodistas, convirtiéndolos en su mayor parte en amistades verdaderas, y hasta en afectos personales como el caso del comunicador Ángel Vázquez González, a quien Montiel aprecia como a su propio hijo.

El Director de Radio Tamaulipas, describe a su amigo y ex jefe como dueño de una personalidad recia y amable, ambivalencia, temple y cualidad que muy pocos individuos tienen.

“Llevo 36 años en el medio y a todos mis jefes les he aprendido algo, pero a don Manuel Montiel le aprendí su disciplina para el trabajo y como defendía a su gente, porque él conocía el otro lado de la moneda. Nunca guardaba rencores, con la misma explosividad que se enfadaba, con esa misma hacía las paces.”

Ángel también trae a su memoria aquella anécdota cuando “apenas habíamos enfilado rumbo a la vieja carretera a Mante, íbamos a cubrir una gira del Gobernador del Estado Tomás Yarrington, don Manuel sentado en la parte delantera de la suburban, cantaba una canción de tríos, unas de sus favoritas. De repente entró una llamada y por el tono de su voz supe que sin lugar a dudas eran malas noticias:

“¿Qué?”, Gritó sin miramientos. “¡A mí no me venga con pendejadas! ¡Hábleme hasta que haya resuelto el problema! ¿¡No me entiende o qué!?

“En ese instante colgó, volvió a encender el aparato y acompañado del trío prosiguió cantando su canción. Ahí entendí que don Manuel no se enojaba, canalizaba toda esa adrenalina para no quedarse con ella y con esa misma presión hacía que los demás reaccionaran y enmendaran sus errores por sí solos, que aprendieran como él mismo lo había hecho.”

 

LOS CAMINOS TAMBIÉN LO CONDUJERON A ROMA

Otra de las experiencias que posiblemente marcaron un antes y un después en la carrera del señor Montiel, fue haber sido designado Tercer Secretario en la Embajada de México en Italia, invitado por su jefe y entrañable amigo Augusto Gómez Villanueva.

Una privilegiada posición diplomática que pese a su brevedad, apenas ocho meses, le permitirían explorar en Roma, la “Ciudad Eterna”, el alto nivel de las relaciones internacionales, lo que le significó una idea mucho más amplia de la política y muy probablemente un cambio profundo a su concepto de poder.

Un poder que llevado a sus mejores niveles también acarrea altos riesgos como ocurre actualmente en México, y cuyo fantasma terrorífico cegó la vida de Aldo Moro el nueve de mayo de 1978, dirigente de la Democracia Cristiana que estuvo a punto de firmar un compromiso histórico con el Partido Comunista Italiano que apoyaría la investidura del cuarto gobierno de Giulio Andreotti, evento frustrado por el magnicidio.

Desgraciadamente las fuerzas del mal darían un sesgo que polarizó la democracia de la nación que llegó a ser el imperio más poderoso del mundo, gobernado por los emperadores romanos.

De ahí que Manuel Montiel haya acuñado una de sus frases más reconocidas y sabias: “La política hoy como antaño, requiere mucho pulso”.

Vendrían luego nuevas experiencias políticas muchas veces seguidas de escenarios completamente ajenos a las rutinas plácidas, a los conforts y a las ostentaciones con las que muchos individuos confunden la actividad política.

Entre estas, la aprehensión del líder del Sindicato Petrolero, Joaquín Hernández Galicia la mañana del diez de enero de 1989, y cuya tormenta nacional desatada exactamente en la Colonia Unidad Nacional de Ciudad Madero donde “La Quina” tenía su búnker y domicilio particular, rebotaría en el tercer piso de Palacio de Gobierno de Ciudad Victoria, recurriendo don Manuel a las mejores habilidades de su oficio sino es que arte, aunque él mismo reconoce que se trataba de un acontecimiento inédito y una nota que nadie la podía detener.

Sin embargo, la confianza que le había depositado el gobernador Américo Villarreal Guerra no fue defraudada: el Ingeniero salió ileso del aquel huracán noticioso.

Años antes, su colmillo para el manejo de semejantes crisis ya había acabado de pulirse: este viejo lobo de mar habría acompañado al ingeniero Augusto Gómez Villanueva, a la sazón Secretario de la Reforma Agraria y aspirante a la Presidencia de la República a enfrentar las acusaciones de planear la caída del Gobernador de Sonora, Carlos Armando Biebrich, en octubre de 1975, hombre de todas las confianzas del presidente Luis Echeverría Álvarez.

Como siempre don Manuel Montiel salió avante. Su discreta pero valiosa aportación quedaría escrita en forma permanente, y su fama de ganador invicto en muchas batallas ya pasó a la historia, acompañada de tantos reconocimientos de amigos incontables, de las nuevas generaciones de reporteros y hasta de sus adversarios.

 

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