De forma inesperada, las alarmas se disparan justo en el momento en el que su pareja sentencia: «tenemos que hablar». La primera reacción es una implacable sensación de peligro, la falta súbita de aire.
El cuerpo se pone en estado de alerta, los músculos se tensan, el corazón late más rápido, la sangre fluye a mayor velocidad, respiramos más deprisa y nuestras pupilas se dilatan: una amenaza se cierne en el horizonte. Estos síntomas, que en la naturaleza nos predisponen para defendernos de un peligro, duran hasta que acontece el fatal desenlace: la ruptura amorosa.
En este momento se transforman en otros muy distintos, detonados por una sensación de rechazo. Mientras que ante un peligro inminente el órgano que gestiona la posible situación de emergencia es el hipotálamo, frente a una ruptura el que se activa es el sistema nervioso parasimpático, parte del sistema nervioso autónomo. Una de sus fibras nerviosas principales la constituye el nervio vago y, a través de este, se transmiten, por orden del cerebro, distintas señales que alcanzan al corazón y al estómago. Y eso duele de verdad, físicamente.
Hay estudios que han comprobado que, incluso a posteriori, al ver fotos de su expareja, la rememoración de ese abandono desata de nuevo en el cuerpo toda una serie de componentes sensoriales de dolor corporal.
Además, resulta que muchas personas que han sido rechazadas sienten algo así como un mono parecido al síndrome de abstinencia de los drogadictos. Una vez nuestro suministrador de hormonas del amor, como la oxitocina, la adrenalina, la dopamina, la serotonina o la vasopresina, decide desaparecer de nuestra vida, el mundo parece no tener sentido y podemos llegar a encontrarnos realmente mal, víctimas del conjuro de un poderoso cocktailquímico. Pero, ¿este dolor real puede atacarse con medicina real?
El amor está en el cerebro
Un estudio publicado en PNAS, se muestra cómo en el cerebro se activan las mismas áreas en una ruptura que cuando, por ejemplo, le cae una taza de café caliente encima. Aunque el cerebro no procesa igual el dolor emocional que el físico, las reacciones posteriores sí son muy parecidas.
Por todo ello, otro trabajo liderado por Nathan deWall, psicólogo de la Universidad de Kentucky (EE. UU.), acaba concluyendo que tomar acetaminofén (paracetamol) puede reducir esa respuesta física y neuronal asociada al rechazo social, ya sea de su pareja, o en el círculo familiar o de amistades. La investigación confirmó que en las personas que tomaron este compuesto, se reducía la actividad cerebral relacionada con el dolor. Los autores llaman a la precaución a la hora de ingerir medicamentos hasta que próximos estudios verifiquen sus resultados.
Se activan las mismas áreas del cerebro con una ruptura amorosa que si le cae una taza de café caliente encima
¿Por qué nos afecta tanto una ruptura? La culpa la tiene la dopamina, cuenta la antropóloga Helen Fisher en su charla en TED titulada The brain in love, que alimenta todo una cadena de sensaciones gratificantes: estimula el deseo, la motivación, la voluntad y enfoca nuestros pensamientos en una dirección determinada.
Y todo ello en la misma región del cerebro que se activa cuando alguien necesita su dosis de cocaína… Es la parte que se conoce como cerebro reptiliano, encargado de las funciones más primarias, que incluye el tallo del encéfalo, donde se halla un grupo de neuronas llamadas núcleo accumbens (desde donde se segrega esta hormona) cuya estimulación produce sensaciones placenteras, algunas similares al orgasmo.
Para más inri, la oxitocina y la serotonina se alían con la dopamina creando un sentimiento de vinculación profunda con la otra persona y la vasopresina, por su parte, también llamada «hormona de la monogamia», refuerza el sentimiento de familia, favorece el quedarse con tu pareja y no largarse en busca de otras nuevas. «Mientras que la testosterona pide irse de marcha, la vasopresina prefiere quedarse en casa», decía Theresa Crenshaw, sexóloga y autora de The Alchemy of Love and Lust (La alquimia del amor y la lujuria).
Cuando todo ese fluir de pasiones se rompe bruscamente, la parte del cerebro que las alimentaba con fervor tiende, durante un tiempo, a reavivar aún más ese fuego, en lugar de disminuirlo. Y sí, eso duele de verdad. Lo bueno es que, con o sin paracetamol, la desazón tampoco dura para siempre.
Como explica en esta charla Gary Lewandoski, profesor de psicología de la Universidad de Monmouth de New Jersey (EE. UU.), acabar con muchas de las relaciones que vivimos es toda una liberación.
A menudo, una ruptura amorosa es la manera de empezar de nuevo, de volver a ser uno mismo, de recuperar hábitos que nos gustaban pero que habíamos relegado al olvido porque a nuestropartenaire no le motivaban.
Cuenta Lewandoski que, según una encuesta, tras un tiempo, solo un 33% de personas consideran su última ruptura una vivencia negativa, frente a un 26% que no sabe definirlo y un 41 % que lo valora como un hecho positivo en su vida. Quizá deberíamos tomárnoslo como el arte japonés delkintsugi, que consiste en arreglar las fracturas sufridas por piezas de cerámica, resaltándolas en lugar de ocultarlas, con una capa de barniz de oro, plata o platino, dejando la pieza más bella de lo que era antes tras poner en valor esas cicatrices. Así deberíamos salir tras una fusión emocional con otra persona: fortalecidos y libres. Convencidos de que, como dijo Oscar Wilde, lo que importa es amarse a sí mismo, porque ese sí que es el mejor inicio para un romance que dure toda una vida.