Ciudad del Vaticano, 3 Ago (Notimex).- El Papa Francisco deseó hoy que la próxima edición de los Juegos Olímpicos, que iniciará este viernes 5 de agosto en Río de Janeiro, promueva una civilización de solidaridad y respeto en todo el mundo.
El pontífice se refirió a la máxima justa del deporte al retomar sus audiencias generales de los miércoles después de la pausa estiva del mes de julio y ante miles de personas congregadas en el Aula Pablo VI del Vaticano.
Auguró que en un mundo con sed de paz, tolerancia y reconciliación, el espíritu de los Juegos Olímpicos pueda inspirar a todos, participantes y espectadores, a combatir la “buena batalla” y “terminar juntos la carrera”.
De esta manera –añadió- conseguir como premio no una medalla, sino algo mucho más precioso: una civilización en la cual reine la solidaridad, fundada en el reconocimiento que todos somos miembros de una única familia humana, independientemente de las diferencias de cultura, color de la piel o de religión.
Más adelante, en sus saludos en idioma portugués, el líder católico reconoció la alegría y hospitalidad características del pueblo brasileño, ahora organizador de la fiesta del deporte.
“Esta (competición) sea una oportunidad para superar los momentos difíciles y empeñarse en el trabajo en equipo para la construcción de un país más justo y seguir, apostando por un futuro lleno de esperanza de y de alegría. ¡Dios los bendiga a todos!”, apuntó.
En el resto de su catequesis semanal, Jorge Mario Bergoglio recordó la visita apostólica que llevó a cabo el pasado fin de semana a Polonia con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud que se celebró en Cracovia.
Aseguró que el viaje tuvo como objetivo, además de reunirse con los jóvenes, responder al gran desafío “de la guerra a pedazos que está amenazando el mundo” y para ello su “gran silencio” en el recorrido por el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau “fue más elocuente que cualquier palabra”.
“En aquel silencio escuché, sentí la presencia de todas las almas que pasaron por ahí, sentí la compasión, la misericordia de Dios, que algunas almas santas supieron llevar también en aquel abismo. En aquel gran silencio recé por todas las víctimas de la violencia y de la guerra”, siguió.
“Y ahí, en aquel lugar, comprendí más que nunca el valor de la memoria, no solo como recuerdo de eventos pasados sino como advertencia y responsabilidad por el hoy y el mañana, porque la semilla del odio y de la violencia no adhiera en los bordes de la historia”, abundó.
Estableció que al recordar las guerras y las heridas del pasado, tantos dolores vividos, le vinieron a la mente los hombres y mujeres de hoy que sufren las guerras, las crueldades que son similares a las padecidas en aquel lugar.
Consideró que esas crueldades están esparcidas por todo el mundo, un mundo que está “enfermo de crueldad, de dolor, de guerra, de odio, de tristeza”. Y explicó: “Por eso siempre pido en la oración: ¡Que el señor nos de la paz!”.