diciembre 13, 2024
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octubre 3, 2016 | 231 vistas

CIUDAD DE MÉXICO, octubre 2 (Agencias)

Apabullante. Por el personaje, por el desmesurado espectáculo visual, por la carga emotiva de las decenas de miles de asistentes, y por el simbolismo de la plaza, el de la noche de este sábado podría ser uno de los conciertos más importantes de la historia de la Ciudad de México.

La entrega de los fanáticos convirtió en memorable este recital, al soportar la lluvia, confrontar a la policía, derribar, literalmente, las vallas para acercarse a la plaza cuando ésta ya estaba abarrotada para ver a Roger Waters, y cantar rabiosamente las icónicas canciones de Pink Floyd.

Los integrantes del grupo que acompaña a Waters, en sus presentaciones en México, cumplen sus primeras actuaciones juntos, son músicos capaces, rotundos, que superaron los errores de su debut en el Foro Sol y adquirieron cierta magia. Es el bajista británico ex Pink Floyd quien saca a flote la noche con su ejecución llena de espasmos, su voz cavernosa y su reverenciada imagen gigante en la macropantalla.

En el Zócalo la noche de este sábado, en esa masa de gente que inunda la plaza, portales, aceras, calles y Metro, conviven tres generaciones.

La más vieja, la que comenzó a escuchar a Pink Floyd en vinilos hasta acabarse los surcos, la que supo de la banda en los tiempos en que sus integrantes se alimentaban de LSD, y la que vio la fugaz y decisiva aportación de Syd Barret.

La segunda, vio la disolución del dúo Waters-Gilmour, y fue la que pudo ver el deslumbrante espectáculo de Pink Floyd en 1994, en el Autódromo, en el ocaso del grupo.

A estas se sumó la más joven, la mayoritaria, la que conoce de Waters por los relatos paternos, y para la que ya es costumbre salir a las plazas a ver presentaciones en vivo, la que no se asusta con fusiones musicales y en la que es difícil reconocer una tendencia.

Es la generación que consume cualquier acorde y que ante el furor por ver al inglés entablaron una batalla para derribar vallas en una moderna versión callejera del “portazo”.

El de Waters anoche fue un show visual apabullante, sin embargo, la expectativa por la lectura de la carta, por ver el cerdo volador con su homenaje-protesta, el “Renuncia Ya” en la pantalla de 80 metros alcanzó una dimensión épica en esta plaza, por su carácter público y porque sucede apenas a unos metros del Palacio Nacional y de Catedral.

El simbolismo de esos momentos será el sello con que se recordará este espectáculo.

Waters, el eterno outsider, el crítico del capitalismo, el activista, también es un gran negocio. Los balcones de los restaurantes con vista al Zócalo costaron miles de pesos por persona, y lucían atestados.

Abarrotados estaban los árboles, las corridas, los techos de los puestos de diarios, las camionetas de la policía.

Una hora antes del inicio del concierto, la policía anunció que el Zócalo estaba lleno y pedía que la gente que iba en camino desistiera de ingresar hacia la plaza. El Zócalo pocas veces ha lucido tan lleno y pasional.

La noche ameritaba, Waters pasa del músico de época al activismo, de su voz profunda a su fase activista, y de ahí de vuelta al origen, íntimo y edípico, y brinca de nuevo a la música potente.

La jornada de ayer fue apoteósica por la masa coreando visceralmente “Hey, teachers, leave them kids alone”, por las pancartas que acompañan el discurso de Waters desde los balcones de la Asamblea Legislativa (“Nos faltan 43”, “Nos faltan 28 mil 472”, “Nos sobras Peña”), es el descomunal “Fuera Peña” gritado al oscuro Palacio Nacional, por el incontestable espectáculo visual, por la impecable acústica en la siempre difícil plaza, por la entrega incondicional de la gente en los espectáculos masivos gratuitos en la capital, por la gente que acamó desde la tarde del viernes en 20 de noviembre, por la abrumadora seguridad policiaca, por la carga emotiva de quienes atestiguan gratuitamente el espectáculo por el que no pueden pagar, por la lluvia, es el fervor de los pinkfloyd-maniacos por ver en la plaza que han caminado cientos de veces al gurú de su secta, por el majestuoso coro de “Nunca caminarás

solo”.

Todo ello, reunido en la gran plaza del continente, llevó el espectáculo al nivel sideral. Cósmico.

 

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