Fabiola Escobedo.-
La famosa casona residencial de los años sesenta, ubicada en un punto de la Ciudad donde se puede apreciar la imponente Sierra Madre Oriental, situada en el 40 Matamoros, es un emblema de interrogantes y penumbra entre los victorenses, con la cual más de uno siente escalofríos al hablar de ella.
En la extensión territorial de nueve mil 965 metros cuadrados rondan historias algo escabrosas, aunque la principal interrogante refiere a sus propietarios, a la gente vecina no le queda claro a dónde se fue la familia que vivía en la casona y a qué se debe tanto abandono.
El dueño de la majestuosa construcción era Don Miguel Saldívar, quien fuera en su momento el propietario de la papelería “El lápiz rojo”, un conocido establecimiento en aquellos tiempos.
Él escogió la zona periférica de la Ciudad para la construcción de la mansión que contaba con: seis recámaras, chimenea, una escalinata, caballerizas, una terraza, amplios jardines, una caseta de vigilancia y una capilla.
Miguel Saldívar mandó a construir el majestuoso edificio para su primera esposa, la señora María Elena Sepúlveda Cantú, la inspiración del trabajo arquitectónico fue la película “Lo que el viento se llevó”, siendo una réplica cercana, con un segundo piso y apariencia colonial, lo que era un símbolo de ostentosidad.
Varios vecinos piensan que ni locos acudirían a visitar la casona, pero aún así existen quienes sí se animan: “Imaginé que sale algo terrorífico”, “quiero vivir más tiempo”, “han habido fiestas de Halloween, no se quién se atreve, pero lo hacen”, “no quiero averiguar qué sucede ahí”, son algunos de los comentarios.
A pesar de los relatos urbanos que gran parte de la comunidad de Ciudad Victoria sabe sobre esta casa, existen personas que siguen acudiendo a visitar de manera recurrente, como si el miedo los llamara, los atrajera con seducción al terror.
Los jóvenes Mario Reyes y Misael Puga, andando por ahí el día en que fuimos a hacer este reportaje, llegaron de la nada en su bicicleta, nos comentaron que pasan por ahí casi a diario cuando todavía esta la luz del día para evitar que la oscuridad no los atrape, entre la charla comentaron que un día les dejaron una nota junto a un animal muerto con la intención de asustarlos, pero esto no fue suficiente, pues siguen yendo a la casona cotidianamente.
Efectivamente contaron que ha habido fiestas de disfraces en el interior de la casa, pues hay quienes en estas fechas se disfrazan para asustar a los que se acercan al lugar.
Un persona cercana a la familia nos compartió: “Sí llegué a entrar cuando estaba chiquita, obviamente ya no estaba en su apogeo, cuando yo iba todavía no se sentía tanta mala vibra. El primer matrimonio del señor se disolvió y ya nadie le dio uso a la casa, aunque él se volvió a casar no quiso habitarla con su segunda mujer. Lo que sí es que después, ya hace como 13 años les permitieron a una iglesia cristiana ocuparla para sus alabanzas y ellos fueron los que la pintaron más o menos, de hecho poco se habla de esto, pero eso sí lo sabemos en la familia”.
Esta iglesia cristiana se llamaba “Mega massion”, quienes fueron un grupo de estadounidenses que hacían uso de la capilla.
Ya en el lugar, la energía de la casa no es tan fuerte como se pudiera imaginar; sin embargo, hay un lugar específico donde se siente más tensión, se ubica detrás de un cuarto, el espacio parece tubo o algo similar a una mesa, estructura que no tiene visiblemente razón de ser. Ahí se respira miedo, pues tan sólo para entrar se debe pasar por un orificio medianamente pequeño, realmente es inexplicable el uso para dicho espacio.
Aún y con los grafitis plasmados, la basura, lo seco de la vegetación, al parecer ésta famosa casona sí fue muy hermosa en su momento, se nota en el poco verde de los árboles de alrededor, en la composición del modelo y ahora se encuentra en la calamidad como si nadie la extrañara o fuera algo sin importancia, quizá estos sentimientos están resguardados en los pasajes de la mansión, por eso muchos perciben tanto
sentimiento como un grito nostálgico que brota de sus paredes.