NUEVA YORK (AP) — Provocador hasta el final de las elecciones de 2016, Donald Trump expresó dudas el martes acerca de la integridad del sistema electoral estadounidense en el mismo momento que depositaba su boleta.
El aspirante republicano a la Casa Blanca se negó a decir si reconocerá su derrota en caso de perder, y en cambio expresó temor de que podría haber fraude, dos declaraciones que apuntan a los cimientos mismos de la democracia: las elecciones libres e imparciales y la transferencia pacífica del poder.
En cuanto a sus posibilidades, se mostró optimista al aludir al «tremendo entusiasmo» de sus seguidores.
Pero se limitó a responder «veremos qué sucede» cuando los periodistas le preguntaron si reconocería su derrota en caso de que la prensa proyectara una victoria de Hillary Clinton. En cuanto al fraude electoral, dijo que es una «preocupación constante».
El candidato fue acompañado por su esposa Melania, su hija Ivanka, su yerno Jared Kushner y su nieta Arabella a votar en una escuela pública en Manhattan. La gente en las aceras lo abucheó con fuerza frente a la escuela, donde el acceso estaba cerrado por barricadas policiales.
No hay pruebas de fraude generalizado en las elecciones estadounidenses. Estas denuncias se han convertido en parte habitual de las declaraciones de Trump sobre unas «elecciones amañadas», un argumento central de un candidato ajeno a la política que ha desafiado reiteradamente las normas.
El hecho de no ser un político lo ha perjudicado y a la vez lo ha favorecido durante el último año.
Su falta de experiencia política le permitió presentarse como agente del cambio en momentos que los votantes de las dos tendencias parecen ávidos de un cambio. Fue un mensaje eficaz contra Clinton, una figura pública de gran presencia desde hace tres décadas.
Pero su falta de experiencia también dio lugar a una serie de controversias provocadas por él mismo, como un enfrentamiento de varios días con los padres de un soldado caído en combate o una lluvia nocturna de tuits sobre el «video sexual» de una reina de belleza. Insultó a sus oponentes de ambos partidos en términos personales y rebajó el discurso político a niveles inéditos en la escena nacional.
Y se mostró poco dispuesto a la tarea ardua y gris que caracteriza las campañas triunfantes.
El forastero republicano hizo poco para reunir información sobre sus posibles partidarios. Prácticamente no tuvo activistas en el terreno en estados cruciales. Y se negó a invertir en una campaña publicitaria a la altura de la de Clinton.
Como figura del espectáculo, basó su estrategia casi exclusivamente en actos masivos para presentarse ante los votantes. Llenó arenas deportivas, hangares de aeropuertos y centros de convenciones de Iowa a Michigan y Florida, a veces con escasa anticipación y organización.
Se jactó de que gastaría 100 millones de dólares de su propio dinero en la campaña, pero los informes públicos indican que llegó a 66 millones.
El martes, Trump aludió al «tremendo entusiasmo de todos».
«Se ve en todo el país, en todo el mundo», dijo.
Con todo, su camino a la Casa Blanca es más estrecho que el de Clinton, aunque la ventaja de la demócrata se ha estrechado en los últimos días de la campaña.
Trump pasará el resto del día a puertas cerradas en una recepción con familiares y amigos en el rascacielos de Manhattan donde vive y trabaja. Hacia la noche se dirigirá al hotel donde tiene previsto su festejo.
Su último mensaje a los votantes: «Devolver la grandeza a Estados Unidos. Eso es todo. De eso se trata».