MIAMI (AP) — Media hora después de que el gobierno de Cuba anunciara oficialmente el deceso del expresidente Fidel Castro, la Pequeña Habana de Miami se llenó de vida y celebraciones.
Miles de personas hicieron golpearon cacerolas, ondearon banderas cubanas y gritaron de júbilo en la Calle Ocho, el corazón de la comunidad cubana exiliada en Florida, en la madrugada del sábado. Las bocinas y la salsa que salían de las radios de los autos resonaban contra las paredes de estuco de los edificios y fuegos artificiales iluminaron el cielo en una noche húmeda.
La policía bloqueó las calles que conducen al Café Versailles, el centro cubano-estadounidense por excelencia donde el fuerte café de la isla es tan habitual como las duras palabras contra Fidel Castro.
«¡Cuba sí! ¡Castro no!», coreaban unos mientras que otros gritaban «¡Cuba libre!».
La celebración, que no la pena, impregnaba la atmosfera. No es una sorpresa. Castro ha proyectado su sombra sobre Miami durante décadas y, en muchos sentidos, su política y su control del poder han dado forma a la ciudad y a sus habitantes.
Muchos cubanos huyeron de la isla a Miami, Tampa, New Jersey y otros lugares tras la llegada el poder de Castro en 1959. Algunos eran leales a Fulgencio Batista, su antecesor, y otros se iban con la esperanza de poder retornar pronto, tras el derrocamiento de Fidel. Pero eso fue algo que nunca ocurrió.
Otros muchos creyeron que no serían totalmente libres bajo el régimen comunista impuesto por Fidel. Miles dejaron atrás sus posesiones, a sus seres queridos y la educación o los negocios que tanto les había costado conseguir y viajaron a Estados Unidos en avión, barco o balsa. Muchos cubanos fallecieron en la travesía marítima hasta el extremo sur de Florida y otros nunca volvieron a ver la casa donde nacieron, sus vecindarios y patios, sus empresas y a los primos y tíos que dejaron atrás, porque Castro seguía en el poder.
Los que lograron llegar a Miami adoptaron una clara postura anticastrista.
Cada año, en Fin de Año, los cubanos de Miami brindan diciendo: «El próximo año en Cuba». Pero a medida que los exiliados envejecían y Castro les sobrevivía, y que el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, suavizaba el embargo y los más jóvenes regresaban a la isla, el brindis dejó paso al silencio en muchos hogares.
En Miami, donde La Habana queda más cerca geográfica y psicológicamente que Washington, la noticia de la muerte del líder revolucionario era muy esperada entre los que se exiliaron tras su llegada al poder y en las décadas posteriores. Los rumores del deceso eran intermitentes desde hace décadas y el fallecimiento de Fidel se había convertido en una especie de broma porque parecía estar a punto de suceder muy a menudo.
En esta ocasión, sin embargo, ocurrió de verdad.
«Estamos todos celebrando, esto es como un carnaval», manifestó Jay Fernández, de 72 años y que llegó a Miami a los 18, en 1961. Él, su esposa y otra mujer sostenían un cartel en español e inglés que hizo años atrás cuando Castro cayó enfermo por primera vez. «Satanás, Fidel es ahora tuvo. Dale lo que merece. No le dejes descansar en paz».
A varias manzanas de distancia, en el memorial de Bahía Cochinos, Antonio Hernández, de 76 años, paseaba con su bicicleta bajo la fina lluvia y se paró junto a la llama que recuerda a los que intentaron, sin éxito, expulsar a Fidel del poder en 1961.
«Todo el mundo está feliz. Ahora no hará más daño», dijo Hernández, que llegó a Miami a bordo del remolcador Mariel en 1980. «Su hermano caerá también. Pero el mundo tiene que prestar atención, no solo nosotros los cubanos».
Valentín Prieto, un destacado blogger cubano estadounidense, escribió en Facebook: «Unas pocas horas de sueño esta noche es la última cosa que fidel castro me robará». En las publicaciones en su blog, Prieto nunca escribió su nombre con mayúscula.
Muchos cubanos lograron una vida acomodada y criaron a sus familias en Miami pese a haber tenido que aprender un nuevo idioma y empezar sus vidas de cero. Exiliados que llegaron cuando eran adolescentes, sin dinero en el bolsillo, se convirtieron en millonarios, líderes políticos, sacerdotes, maestros — miembros influentes de la comunidad que se integraron en la robusta estructura de la sociedad estadounidense.
En los cementerios del sur de Florida abundan los restos de los que deseaban profundamente que Castro falleciese antes que ellos. Sus hijos lloraban el viernes por no poder ver como sus padres y abuelos retornaban al país con un gobierno democrático.
Gabriel Morales, un ejecutivo financiero de 40 años, monitoreaba publicaciones en redes sociales a primera hora del sábado desde su casa en Miami. Sus padres salieron de Cuba hace décadas. Su padre dejó la isla antes del ascenso de Castro al poder y regresó durante su gobierno. Prometió no volver a pisar el país hasta que cambiase el régimen, explicó Morales.
Su madre se exilió cuando Fidel asumió la presidencia porque su familia tenía propiedades que fueron incautadas por el gobierno, agregó.
«Es una sensación extraña», dijo Morales en un mensaje de texto a un periodista de The Associated Press. «He estado esperando toda mi vida para escuchar esta noticia. Parece irreal».