ROCHESTER, Minnesota, EE.UU. (AP) — Esperó mucho tiempo por este día y cuando los médicos le acercaron un espejo, Andy Sandness observó su imagen detenidamente y respiró hondo ante la magnitud del momento: tenía un rostro nuevo, que perteneció a otra persona.
Su padre y su hermano, además de médicos y enfermeras de la Clínica Mayo, vieron cómo examinaba sus facciones hinchadas. Estaba apenas empezando a cicatrizar luego de una de las operaciones más raras del mundo: un trasplante de rostro, el primero jamás realizado en este centro médico. Tenía la nariz, los cachetes, la boca, los labios, el mentón e incluso los dientes de su donante. Todavía no podía hablar bien, pero se hizo entender.
«Es mucho más de lo que esperaba», escribió en su anotador.
«No sabes lo feliz que eso nos hace sentir», expresó el doctor Samir Mardin al leer el mensaje en voz alta, mirando al hombre de quien se había hecho amigo a lo largo de una década.
La operación fue la culminación de una dramática historia que involucró a dos muchachos de 21 años que decidieron suicidarse. Uno de ellos murió, mientras que Sandness sobrevivió al disparo que se hizo en la cabeza. Pero su rostro quedó destruido.
Sus destinos no se cruzaron por años, y cuando lo hicieron en una sala de operaciones, la tragedia de uno de ellos le dio al otro la esperanza de poder hacer una vida normal.
Dos días antes de la Navidad del 2006, Andy Sandness, víctima de una severa depresión, se puso un rifle en el mentón y apretó el gatillo.
De inmediato supo que había cometido un gran error. Cuando llegó la policía, le imploró: «¡No dejen que me muera!».
Fue llevado a un hospital, luego a otro y finalmente a la Clínica Mayo, donde conoció al doctor Mardini, un cirujano plástico especializado en la reconstrucción de rostros.
Sandness no tenía nariz ni mentón. Su boca estaba despedazada y le quedaban solo dos dientes. Había perdido la visión de su ojo izquierdo.
Mardini y su equipo reconstruyeron el mentón con huesos, músculos y piel de la cadera y de una pierna. Reconectaron los huesos faciales con placas y tornillos de titanio.
Después de ocho intervenciones a lo largo de cuatro meses y medio, Sandness volvió a Newcastle, estado de Wyoming, donde fue recibido con los brazos abiertos por familiares y amigos. Trabajó en los pozos de petróleo, en un hotel y como aprendiz de electricista.
Pero hacía una existencia muy sufrida. Cuando iba a comprar comestibles, evitaba el contacto visual con niños para no asustarlos. Casi no tenía vida social. Se iba a las montañas vecinas a cazar y pescar.
Se adaptó a sus nuevas circunstancias. Su boca era demasiado pequeña, por lo que cortaba la comida en pedacitos. Usaba una prótesis en la nariz, que se le caía constantemente cuando estaba al aire libre.
«Nunca lo aceptas», dijo, en alusión a su aspecto. «Hasta que un día te preguntas, ‘¿no habrá algo que se pueda hacer?»’.
La perspectiva de someterse a otras 15 operaciones que le planteó Mardini lo asustaban. Pero todos los años Sandness visitaba la Clínica Mayo.
Hasta que recibió una llamada del doctor Mardini en el 2012, quien le dijo que la clínica iba a iniciar un programa de trasplante de rostros y que él podía ser un paciente ideal.
Martini lo alentó a que «pensase seriamente» en el trasplante. Solo se han hecho un par de docenas de intervenciones de este tipo en todo el mundo y quería que Sandness comprendiese los riesgos y que tendría que usar medicamentos para prevenir el rechazo toda su vida. A Sandness le preocupaban un poco las reacciones que podía tener, pero no lo pensó demasiado.
«Cuando te ves como me veía yo y funcionas como funcionaba yo, cualquier atisbo de esperanza que surge, lo aprovechas», expresó. «Esta operación me iba a permitir llevar de nuevo una vida normal».
Sandness tuvo que someterse a rigurosas evaluaciones psiquiátrica y sociales para ver si alguien que había intentado suicidarse era realmente candidato a esta intervención.
Tenía varios factores a su favor: Su determinación, el fuerte apoyo de su familia, su relación con Mardini y el tiempo que había pasado desde el intento de suicidio.
En junio del año pasado, cinco meses después de que su nombre fue incorporado a una lista de espera de donantes, se enteró de que había uno disponible.
Calen «Rudy» Ross se había pegado un tiro. Su viuda, de 19 años, Lilly, estaba en el octavo mes de embarazo, pero a pesar de su dolor, decidió cumplir con el deseo de su marido de donar sus órganos.
Donó su corazón, sus pulmones, el hígado y los riñones. Se hicieron exámenes adicionales para ver si era compatible con alguien que esperaba un rostro.
«Al principio me mostré escéptica», cuenta Lilly. «No quería caminar por ahí y de repente tropezarme con Calen». La alivió el hecho de que el receptor tenía sus propios ojos y su frente, de modo que no se parecería tanto a su difunto esposo.
El equipo de médicos de la Clínica Mayo, que practicó la operación durante tres años y medio con cabezas de cadáveres, se congregó una noche de junio para iniciar un maratón que duraría 56 horas. Tomó 24 horas desprender el rostro, incluidos huesos, músculos, piel y nervios, y casi el mismo tiempo preparar a Sandness. La reconstrucción del rostro de los ojos para abajo tomó otras 32 horas.
Sandness y Lilly Ross han estado en contacto. Ella quería contarle quién era su marido. El año pasado le escribió una carta a él y a otras cinco personas que habían recibido órganos de Calen, en la que lo describía como «una buena persona» a la que le encantaba cazar. Sandness le escribió a su vez agradeciéndole.
Cuando Lilly vio más adelante fotos de Sandness, supo que a él también le gustaba el contacto con la naturaleza. Incluso tenían la misma pose en las fotos.
Sandness tiene hoy 31 años y se siente feliz de poder comer carne asada y pizza de nuevo.
Disfruta de su anonimato. Hace poco fue a un partido de hockey sobre césped y se sintió «uno más entre la multitud».
De solo pensarlo sonríe.