CIUDAD DEL VATICANO, marzo 1 (Notimex)
El Papa Francisco celebró este miércoles la misa por el Miércoles de Ceniza e instó a los fieles a decir no a la “asfixia del espíritu” por la “polución” que provoca la indiferencia hacia quienes sufren.
Como es tradición, Francisco encabezó esta tarde una procesión entre la iglesia de San Anselmo, en la zona del Monte Aventino de Roma, y la Basílica de Santa Sabina, donde él mismo recibió la tradicional ceniza y se la impuso a numerosos feligreses.
En su sermón, el líder católico aseguró que la Cuaresma, el periodo de 40 días antes de la celebración de la Pascua, es un tiempo para “decir no”.
“(No a) la negligencia de pensar que la vida del otro no me pertenece, por lo que intento banalizar la vida, especialmente la de aquellos que cargan en su carne el peso de tanta superficialidad”, afirmó.
“La Cuaresma quiere decir ‘no’ a la polución intoxicante de las palabras vacías y sin sentido, de la crítica burda y rápida, de los análisis simplistas que no logran abrazar la complejidad de los problemas humanos, especialmente los problemas de quienes más sufren”, añadió el Pontífice.
Insistió en que en este tiempo los fieles están llamados a rechazar la “asfixia” de una oración que les tranquilice la conciencia, de una limosna que los deje satisfechos y de un ayuno que les haga sentir que han cumplido, pero sin mayor trascendencia.
Les instó a rebelarse a una actitud de “intimismo excluyente” que pretende llegar a Dios sin hacerse cargo de las llagas de los hermanos, al expresar que esas espiritualidades reducen la fe a culturas de gueto y exclusión.
Más adelante, Francisco sostuvo que la Cuaresma es un camino que conduce a la victoria de la misericordia sobre todo aquello que pretende aplastar o rebajar a los seres humanos; es el camino de la esclavitud a la libertad, del sufrimiento a la alegría, de la muerte a la vida.
“El gesto de las cenizas, con el que nos ponemos en marcha, nos recuerda nuestra condición original: hemos sido tomados de la tierra, somos de barro”, estableció.
Pero ese barro -dijo- recibió un aliento divino que da vida y salva de otros tipos de aliento: la asfixia sofocante provocada por los propios egoísmos; la asfixia sofocante generada por mezquinas ambiciones y silenciosas indiferencias, que ahoga el espíritu, reduce el horizonte y anestesia el palpitar del corazón.