De personalidad magnética y mirada penetrante, El Hijo del Perro Aguayo no pasaba inadvertido. Ni fuera, ni dentro del cuadrilátero. Su imponente presencia llenaba cualquier escenario, su maestría para manejar las cuatro esquinas del ring lo hacían un gladiador temido por los rivales, respetado por sus compañeros y admirado por sus fanáticos. Un guerrero por cada costado.
Este martes, la lucha libre mexicana celebra el segundo aniversario luctuoso de Pedro Aguayo Ramírez; figura indiscutible, ídolo consumado y personaje inolvidable de los cuadriláteros.
«El Perro Aguayo era un luchador fuera de serie, era uno de esos gladiadores que lo tuvieron todo», comenta Leobardo Magadán, cronista deportivo, especializado en lucha libre, cuya predilección por la esquina ruda lo llevó a trenzar una sólida amistad con el desaparecido Pedro Aguayo Jr.
«Desde pequeño acompañaba a su papá a las arenas y vivió en medio de la lucha libre; en las arenas jugaba, soñaba con ser gladiador, su padre lo era todo, su imagen, el luchador que deseaba ser, su ídolo. Cuando tuvo oportunidad, se dedicó a la lucha libre, incluso, a escondidas de su padre y cuando él se dio cuenta, le dijo, ‘ven, te voy a enseñar los secretos de este deporte'».
Entre todos esos aprendizajes y consejos, el legendario Pedro Aguayo hizo comprender a su hijo una de las fórmulas más importantes, la lucha libre es una carrera de resistencia, no de velocidad. Y así lo entendió el joven Pedro, quien devoró los conocimientos de su padre y se preparó a conciencia hasta debutar en junio de 1995, en la empresa Triple A.
«El Perro Aguayo Jr. debutó muy joven, tenía cara de niño cuando lo vimos debutar. Se presentaba como un luchador con mucho dinamismo, desde entonces, era un fuera de serie, era un luchador extraordinario; a pesar de su juventud, tenía bien claro lo que quería hacer y vaya que pagó caro el deseo de ser gladiador, porque los compañeros, entre comillas, le daban unas tundas tremendas en un inicio. Eso forjó su carácter, lo ayudó a ser más duro, porque tenía el caracter de un niño. Poco a poco, con tanto dolor, tanto tormento en el rombo de batalla y tanta envidia alrededor de él, se fue forjando un carácter extraordinario, fuerte, sólido, hasta el punto en que se convirtió en un líder innato de una organización llamada los Perros del Mal», recuerda Magadán.
«El Perro Aguayo, desde que iba en la primaria, era uno de los niños más envidiados de toda la escuela, cuando su padre llegaba a firmar las boletas, se hacía un tremendo relajo, con toda la gente alrededor del Perro Aguayo. El Perrito contaba una anécdota, su papá quería comprar una casa para la familia, en Guadalajara, entonces, costaba un millón de pesos; cuando El Perro Aguayo reunió el dinero se fracturó, estuvo más de un año fuera de los cuadriláteros y ese dinero se fue a la ruina. Eso le dolió mucho al Perrito, pero también lo ayudó a forjarse como hombre, empezó a ver las dificultades que tiene que atravesar un luchador profesional a lo largo de su carrera, y una trayectoria tan exitosa como la de su papá, era difícil de superar, por eso, cuando El Perrito empieza a despuntar y llega el momento en que supera a su padre, nadie daba crédito», agrega.
«FUE UN CAMINO DOLOROSO Y ESPINOSO»
La historia no fue fácil. El camino de ascenso en la lucha libre fue sinuoso para Pedro. El recelo que despertaba siendo un niño, por el simple hecho de ser el heredero del gran ‘Can de Nochistlán’, no fue menor y se replicó cuando el joven Aguayo pisó por primera vez un cuadrilátero, decidido a mostrar sus talentos y a forjarse un nombre, sin el apoyo en su lustroso apellido.
«Era un reto demasiado fuerte. El Perrito tenía un amigo, Héctor Garza, su único amigo, con quien hizo una de las parejas más recordadas en la lucha libre. De ahí en fuera, los luchadores le tenían mucha envidia y él tenía mucha suerte. En la época más grande de Místico, por ejemplo, El Perrito tenía su propio cartel, no obstante que Místico eclipsaba cualquier arena. El Perrito seguía siendo una luminaria y seguía convirtiéndose en un fenómeno de popularidad y de taquilla, cuando se presentaba en cualquier arena, rompía moldes, porque tenía varias cualidades que no tiene ningún gladiador o que pocos tienen, esa mentalidad ganadora, esa velocidad que tenía para trasladarse de un lado a otro del rombo de batalla y con la que sorprendía a sus enemigos, porque les ganaba; esa fuerza que tenía, que transmitía y que hacía incendiar toda la arena.
«Fue un camino súper doloroso, espinoso, resbaladizo. En ese ascenso, El Perro Aguayo lloró mucho, tuvo muchas heridas y algunas de ellas, puedo jurar, no sanaron, porque fueron heridas muy profundas. Lo atacaban por todos lados, porque era hijo de una leyenda y pensaban que por tal situación le daban los mejores carteles o lo colocaban en los mejores lugares cuando, en realidad, él se había ganado a pulso cada una de las funciones y en cada una de ellas dejaba la vida», comenta Leobardo Magadán.
Dueño de la escena en cada una de las arenas en las que se presentaba, Pedro Jr. se convirtió en un rival incómodo para los más grandes; además de una amenaza en el ring, era el auténtico imán de taquillas, la figura que acaparaba la atención de todos los aficionados, sin importar el bando que defendían.
«Va poco a poco, resbala, se cae, da dos pasos hacia atrás y regresa. En medio de todo eso, están las estrellas que no le permiten pasar y no menciono nombres para no herir susceptibilidades, pero sí había varias, sobre todo de la empresa donde empezó, la Triple A, donde le daban unas tundas que recuerda todo el mundo. El Perrito se fue forjando poco a poco, nunca perdió la humildad, nunca perdió piso, eso fue lo más importante. Solamente quienes estamos dentro nos podemos percatar de los sacrificios que hacen los luchadores para lograr lo que tienen».
Aguayo Jr. integró la trifecta que encabezaba las funciones de lucha libre a lo largo y ancho del territorio mexicano a mediados de la década de los años 2000, cuando el deporte vivió un interesante repunte; su nombre, así como los de Místico y Dr. Wagner, eran garantía de arenas llenas y del mejor espectáculo. El Perro, siempre con un reflector aparte.
«Era un trinomio, tres personajes totalmente diferentes, que luchaban diferente y conectaban diferente con el público, pero El Perrito tenía algo a su favor, esa energía que proyectaba; en el momento que atacaba a sus rivales, era impresionante, creo que ni un vuelo de Místico en toda su intensidad lograba que gritaras con tanta vehemencia. De pronto, El Perrito comenzaba a patear a sus rivales y decíamos, ‘qué le pasa al Perrito Aguayo, está loco’, era algo entre gracioso y serio, entre divertido y telenovelesco, entre deportivo y artístico, todos esos matices los tenía El Perrito, por eso creo que luchadores como él, los cuentas con los dedos, ese carisma, ese dominio de llaveo y contrallaveo, de los saltos, de conectarse con sus compañeros, era impresionante».
EL LÍDER DE LA JAURÍA
Figura a su paso por la Triple A y el Consejo Mundial de Lucha Libre, en 2008, Pedro Aguayo creó su propia empresa, ‘Los Perros del Mal’. Los éxitos siguieron cada vez con más fuerza.
«El Perrito tenía perfectamente organizada su agrupación, estaban Damián 666, Halloween, Héctor Garza, su compadre, y cuando salían al ring era impresionante, desde que venían bajando las escaleras, toda la gente se entregaba, empezaba a gritar y a corearlos y el más popular entre ellos, por supuesto, era El Perro Aguayo, los demás se convertían en parte de su coreografía, no obstante el valor que tenía cada uno de ellos, porque Héctor Garza era un figurón, impresionaba y tenía mucho pegue con las mujeres. Llegaba El Perrito y, cuidado, acaparaba todo el público, era una época grandiosa, Los Perros eran respetados por todas las organizaciones, cuando sabían que se iban a enfrentar a él, empezaban a sudar y a preocuparse, porque si bien sabían que no era el más fuerte o el más alto, sí era el más aguerrido, era un auténtico perro, uno de los personajes más desconcertantes de la lucha libre».
«El Perrito cambiaba, podía aparecer muy cuate y, de pronto, te descontaba y te desconcertaba, y te masacraba, y no te daba respiro. Cuando empezaba a gladiar, se convertía en una especie de maquinaria del dolor, empezaba a arrasar con sus rivales, a meterse con ellos y nunca le tuvo miedo a ninguno».
Pedro hizo de Los Perros del Mal toda una empresa, convirtió el nombre en una marca que se vendía en playeras, gorras y productos promocionales que él mismo se encargaba de firmar para sus aficionados. En cada función, las fanáticos buscaban un momento para acercarse al líder de la jauría y Pedro tenía siempre una sonrisa, un saludo, un autógrafo o una fotografía para cada aficionado.
«Tenía el ánimo para hacerlo, porque las estrellas que se jactan de serlo, no lo hacen y si te firman, te cobran. Hay otros elementos de por medio, lo económico, y él tenía eso, que no le importaba tanto el dinero y hacía el sacrificio de firmar hasta la última camiseta o gorra», recuerda el experto en lucha libre.
«La gente se le entregaba en todas las arenas, la México era la mejor plataforma para que El Perro Aguayo se luciera, pero, cuando íbamos a lugares lejanos como Tijuana, que fue el lugar donde murió, la gente lo esperaba, lo abrazaba y lo apapachaba como si fuera alguien de su familia, ese tipo de cariño, de actitudes y arrumacos, pocas veces lo he visto y era producto de su sencillez».
SU MUERTE… UN SUCESO DEVASTADOR
Fuera del cuádrilatero, sin las inconfundibles botas que caracterizaban el equipo que utilizaba para rifarse el físico sobre el cuadrilátero, fuera de ese personaje recio e intimidante, Pedro se distinguía también por ser un hombre de una pieza.
La noticia de su muerte arriba de un ring, el 21 de marzo de 2015, durante un combate en el que enfrentaba a Rey Mysterio Jr., fue una especie de broma macabra del destino, un duro embate para la lucha libre de México y el mundo.
«Como ser humano, era de esas personas que te impresionan por su sencillez. Fue devastadora (la noticia de su muerte), un golpe muy duro porque era un amigo entrañable, de esas personas que te dejan una enseñanza y te dejan ese hueco. A pesar de que se había ido de esta empresa (el CMLL), manteníamos comunicación, y de pronto nos encontrábamos en alguna otra ciudad o lugar y nos saludábamos con mucho gusto.
«Sobre todo por cómo se dieron las cosas, las personas que estamos en la lucha libre sabemos que este tipo de patadas, por ejemplo, la de Rey Mysterio, no son motivo para provocar la muerte; hemos visto cosas mucho más duras, patadas tremendas, golpes más secos y en la cabeza, como una vez en que Olímpico se aventó una flecha suicida entre segunda y tercera, se le atoró el pie y se clavó al piso, en el palco escuchamos el ‘calaverazo’, fue un golpazo, pensamos que se había fracturado, estuvo fuera varios meses; ese golpe sí pensamos que podía haberlo matado», recuerda Magadán.
Ese negro 21 de marzo de 2015, Pedro se encontraba en una función en Tijuana, hacía equipo con Manik frente a Rey Mysterio Jr. y Xtreme Tiger. Mysterio aplicó una tijera con la que lanzó a Aguayo fuera del ring, Pedro volvió a subir y cuando trataba de ponerse en pie, Mysterio volvió a castigarlo, esta vez, con la 619, El Perro se desplomó sobre la segunda cuerda. Todo ocurrió en apenas unos segundos, una escena habitual en cualquier arena; tan habitual, que Konnan, second de Pedro, no se percató en ese momento de la gravedad del incidente.
Con tres cervicales fracturadas, sobrevino una falla cardiaca; los reflectores se apagaron eternamente para El Perro Aguayo Jr., personaje al que hizo popular Pedro Aguayo Ramírez, quien falleció con 35 años.
«La forma en que murió El Perrito fue sorpresiva. Incluso, Konan lo sacude porque piensa, o que esta noqueado, o que está fingiendo, pero no lo hizo con mala intención o con el afan de dañarlo; por desgracia, El Perrito ya estaba en malas condiciones, ya estaba despidiéndose. Lo importante de todo esto y, quizá, por lo que debemos alegrarnos, es porque El Perrito se despidió haciendo lo que más le gustaba a lo largo de su vida, era de esos personajes que sin haber estado en una arena, se habría muerto también. Murió haciendo lo que más le gustaba», reflexiona Leobardo.
Luchador insustituible e inolvidable, El Perro Aguayo Jr. cuenta con un lugar privilegiado en la historia de la lucha libre por sus aportaciones sobre el cuadrilátero.
«Creo que lo más importante que dejó es ese deseo de que la lucha libre no se aletargue, de que sea más rápida; en ese sentido, El Perrito Aguayo fue un revolucionario. Hizo la lucha libre mucho más rápida, más intensa, con más matices que ningún otro luchador. Lo más importante que dejó fue esa actitud de revolucionar, de activar la lucha libre y hacerla rápida, que la gente sintiera esos cambios de ritmo que generaban la pasión cuando él estaba luchando.
«Es inolvidable, es uno de esos personajes que uno siente que siguen vivos, por esa energía, esa fuerza y esa vehemencia que siempre mostraron en el rombo de batalla. El Perrito sigue vivo».