diciembre 15, 2024
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Una escalera al poder

abril 9, 2017 | 118 vistas

En el segundo día de sesiones, después de haber trabajado en diversas mesas, Clemente fue seleccionado por sus compañeros para leer ante la sesión plenaria las conclusiones de su mesa.

Lo hizo en forma tan destacada, tanto por el contenido de las propuestas como por la forma de exponerlo, que llamó la atención del Padre Mayor, como le llamaban, quien al felicitarlo por su intervención, le dijo al acercarse, búscame después de la comida, quiero hablar contigo.

Así lo hizo Clemente y estuvieron caminando bajo los fresnos y eucaliptos del bien cuidado jardín de la Quinta Miroslava. Clemente sintió la presencia de un hombre carismático que equilibraba una rebosante espiritualidad con un pragmatismo incisivo.

El sacerdote jesuita José Ignacio Alegre llamaba la atención a la primera observación de su físico, por la límpida mirada que proyectaban sus ojos azules y su sonrisa pronta que mostraba dos filas de blanquísimos dientes perfectamente ordenados, ideales para anunciar cualquier pasta dental.

El Padre Mayor se interesó por los antecedentes familiares de Clemente, le preguntó sus impresiones sobre el MOCAU, hablaron de la historia de México, y de la importancia de la educación de la doctrina cristiana.

Clemente, aun cuando al principio se sentía algo cohibido ante él, después comenzó a disfrutar la personalidad atractiva de aquel religioso, su vastísima erudición, sin embargo, se dio cuenta desde el principio de la conversación que estaba siendo sometido hábilmente a un examen integral de su persona, por lo que se mostró cauteloso en sus respuestas, sin eludirlas, ya que esa forma de mantener una conversación, era propia de su naturaleza.

Cuando se reiniciaron las clases en la universidad y las reuniones en el MOCAU, el doctor Silva Zárate habló con Clemente. Oye, ayer hablé con el Padre Mayor y te recuerda muy bien. Creo que le impresionaste favorablemente en la reunión pasada, me dijo que creía conveniente que te impulsáramos para ocupar la presidencia de la Sociedad de Alumnos de tu facultad. ¿Porque supongo que si hay interés de tu parte?

 

Sí claro, claro, respondió Clemente, en un acto reflejo, desprovisto de convicción. Esa posibilidad ni siquiera se la había planteado, aun cuando existían las condiciones conseguirla.

El año anterior había sido representante de su grupo y obteniendo el segundo lugar en el concurso de oratoria de su facultad y cada año estaba en el cuadro de honor de los mejores estudiantes.

Ante el comentario del doctor Silva Zamora, Clemente reaccionó y comenzó a acariciar esa posibilidad, así que puso manos a la obra. Primero se reunió con los compañeros de su escuela que habían ingresado al MOCAU, para plantearles el proyecto de encabezar una plantilla.

Si no lo hubieras dicho nosotros te lo hubiéramos pedido, dijo Juan Benuet, alumno del tercer año. Ahora lo que sigue es hacer un plan y un programa para que en estos dos meses que faltan para las elecciones, que cada uno de nosotros sepa de lo que debemos hacer, sugiero que nos reunamos cada miércoles por la noche para evaluar los avances, dijo Clemente, ante el asentimiento general.

Las siguientes semanas fueron de intenso trabajo, siempre asesorados por el doctor Silva Zamora, consiguieron recursos para la propaganda, mantas, plumas, llaveros, gorras, ejemplares de la Constitución. Clemente y su planilla cada semana recorrían los salones de clase para presentar su programa de trabajo y pedir el voto de sus compañeros.

Las elecciones se avizoraban muy competidas, el candidato de la izquierda era Manuel Eduardo Trigueros, un carismático líder de las juventudes comunistas, serio, austero, con unos lentecillos que lo hermanaban al legendario Robespierre, orador encendido, virulento, vestía siempre de mezclilla y recitaba de memoria largos párrafos de El Libro Rojo de Mao y del Capital de Marx, amén de destacar los graves pecados del capitalismo.

Cuando Clemente ganó las elecciones por el escaso margen de treinta y dos votos, tuvo todo el día la boca seca. Nunca había experimentado la sensación de incertidumbre que lo acompañó en aquella larga jornada de otoño. Para festejar, se trasladaron a una finca cercana, donde escucharon mariachis y bebieron cerveza toda la noche.

Desde que Clemente asumió esa responsabilidad, su personalidad se hizo más atractiva. Fue tocado por ese halo excelso que hace tan codiciado al poder. En su trabajo del jurídico de la empresa galletera fue ascendido, a pesar que continuamente pedía permisos para cumplir comisiones o asistir a entrevistas relacionadas con su representación estudiantil.

Ese año, Clemente dejó también el Hotel California con su fiel amigo Alfredo, a quien había incorporado al MOCAU y era ya activista en la Facultad de Economía. Se cambiaron a una amplia casa en el Barrio de Miracerro, uno de los más exclusivos de la ciudad, donde se reunieron doce estudiantes, como los apóstoles, todos foraneros y pertenecientes al MOCAU.

Esa casa era de don José Sernilla, propietario de una cadena de supermercados, quien la había dejado por una nueva residencia que fue construida en el más reciente y aristocrático Club de Gol Montaña Azul.

Don José también era benefactor de la obra y había alquilado la casa a los estudiantes a sugerencia del doctor Silva Zamora por un precio simbólico.

Esa era otra de las estrategias del Padre General, crear casas para estudiantes foráneos pertenecientes al movimiento. En la pasada reunión de Pátzcuaro informó que ya existían más de cincuenta en toda la República.

 

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