abril 20, 2024
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abril 16, 2017 | 159 vistas

Tres años y medio de historias

Eduardo Narváez López.-

Hace cerca de cinco años retomé mis apuntes o fichas para escribir en forma; crónicas, relatos, cuentos o historias. Conforme terminaba cada uno de mis relatos, hice una especie de encuesta para recoger opiniones, comentarios, críticas, pareceres de familiares, amigos íntimos, conocidos, antiguos compañeros de aulas o generación y de mis diversos centros de trabajo; regularmente por teléfono, en el restaurante o en el café. El fin último era saber si consideraban mis relatos dignos de ser difundidos en los medios masivos de comunicación (periódicos, revistas, libros, redes sociales). El resultado fue favorable casi por unanimidad, inclusive por parte del director editorial del Diario de Ciudad Victoria, que domingo a domingo me publica en su sección cultural. Desde entonces, habitualmente, les leo, poco antes o después de ser publicados, mis relatos a mis amigos Manuel López Lope, Efrén y Samuel Olea Brooking, Juan Manuel Flores Vázquez, Enrique Guerra Vázquez…; hasta hace poco, a mis hermanos Raúl y Yolanda Narváez López, q.e.p.d., y Fernando Lozano Ramírez. A mí me encanta recitarles mis relatos porque así ejercito mi voz para que no se haga cascada y ensayo mi dicción para bien declamar. A ellos les place escucharme. Hace poco Hilda Arce, quien, entre otras actividades, conduce un programa de radio por Internet “Eskucha radio” (sic), los sábados de una a dos de la tarde, “Propuesta decorosa”, que trata sobre propuestas o proyectos para apoyar a grupos o personas con ciertas discapacidades o bien actividades sociales y culturales; observó cuando en el café le estaba leyendo uno de mis relatos a Manolo López. Al poco rato se presentó ante mí. Referimos nuestras actividades. Inquieta, siempre pensando en proyectos ideó el siguiente: ese sábado entrevistaría a Humberto Dupeyron, magnífico actor de larga trayectoria, quien es presidente de un club de personas que padecen esclerosis múltiple como él. Aprovecharía un momento para proponerle que en su asociación y en las instituciones y clínicas al servicio de discapacitados con las que tiene relaciones de trabajo, viera la posibilidad de que ahí les leyera mis relatos, principalmente los relacionados con historias de discapacitados. Así lo hizo Hilda, y el actor aceptó gustosamente.

De resultas de aquella encuesta, a partir del 13 de octubre de 2013, “El Diario” me ha publicado en su sección “Reflexiones”, ininterrumpidamente, 182 relatos. En esta, mi tercera época (anteriormente, en dos períodos diversos, El Diario me publicó mis artículos), he incursionado en la escritura literaria. Nunca ningún escritor, ni siquiera los más grandes, consideran su obra casi perfecta, mucho menos yo; pero aspiro a presentarla ahora en libros. Para el caso reviso lo publicado una y otra vez, mejoro la puntuación y la sintaxis, corrijo los términos mal aplicados (no muchos, ¡eh!), confirmar o rectificar datos, previa investigación. A sabiendas de que los grandes escritores realizan estas prácticas, me anima a continuar con ellas, pero sin eternizarme, no vaya a fastidiarme y acabar con mis cuentos en el cesto de la basura. Dicen que esto pasaba con Juan Rulfo. Después de sus grandes obras literarias, elogiadas por los grandes literatos de todo el mundo y varios premios Nobel de Literatura (uno decía que había leído Pedro Paramo 40 veces; otro, que le daba varias interpretaciones; García Márquez, que cada día utilizaba una cita distinta de las contenidas en dicha novela o en tales cuentos), rompió gran parte de sus obras por considerar que estaban por debajo de su novela Pedro Paramo, y sus 17 cuentos reunidos en “El llano en llamas”. Los grandes, casi siempre, recurren a sus amigos literatos para que les sugieran, los aconsejen, a veces, desde el título. Gabriel García Márquez debatía con el suyo acerca del título: después de varios se llegó al de “Vivir la vida para contarla”. Tal vez discutieron así: Humm, Muy largo. Suena como a que se repiten los términos. Por fin Gabo dice “Ya está”: “Vivir para contarla”. Con un pronombre arregló el problema. Hay otros que tienen un dominio pleno en el arte de escribir, que en algunas de sus obras, como Carlos Fuentes en “Todas las familias felices”, en ciertos párrafos prescinde de la puntuación (coma, punto y coma, dos puntos, comillas, y hasta de los guiones largos para el diálogo), salvo el punto y seguido, que puede ir después de media página, y el punto y aparte que entre uno y otro abarca, en ocasiones, casi una página; sin que tal abstención signifique que no se explique bien, o haya confusión o falta de entendimiento por parte del lector.

En mi primera época como asiduo escritor en El Diario, tenía 20 años, edad en que me quería comer el mundo literario de ese tiempo, me percaté de que carecía de suficientes experiencias como para opinar bien a bien sobre los acontecimientos políticos, económicos y culturales, por lo que decidí suspender mis artículos. Diez años después incursioné nuevamente como articulista, y no, aún no me consideraba suficientemente preparado; luego, ocupado en mis diversos trabajos –pocos obtienen recursos para vivir de sus publicaciones- no volví a publicar sino hasta hace tres años y medio. La mayor parte de las opiniones me favorecían, provenían en forma verbal, correo electrónico o por las redes sociales. Antes los periódicos y revistas publicaban un apartado para “Nuestros lectores opinan”, “Cartas a la redacción”; ya no, quizá se deba a que medio mundo está abstraído con los videos, noticias, imágenes, películas…, por Internet, y no quieren perder tiempo en escribir sus críticas y comentarios. Entre los criticastros un amigo me espetó que la mayor parte de mis relatos carecen de moraleja, consejo o mensaje, por lo que no le parecían interesantes. Es elemental que una historia, crónica o relato, describe hechos reales o ficticios, cuenta las historias y ya; puede o no tener moraleja o mensaje; lo que si ocurre en la fábula, cuyos personajes suelen ser animales; la ficción que narra va dirigida a tratar de dar una enseñanza práctica y moral. Ante esta falta de criterio fundamentado, es evidente el desconocimiento de la escritura literaria, por lo que es preferible suspender los envíos por correo electrónico y no entablar conversaciones al respecto con esos amigos. Otro amigo íntimo me expresó que se abstenía de leerme, ya que no le gustaba que a veces expresara términos prosaicos como “chiches”. ¡Caray! Ya le dije que si leyera con más frecuencia, sobre todo cuentos o historias, sabría que los personajes, sobre todo gente de pueblo, profieren estas maldiciones. Le dije que tal era el caso de Cristina Pacheco, quien en su libro de 40 cuentos “Limpios de todo amor”, los personajes dicen cinco veces más palabras corrientes o expresiones vulgares –muchas de las cuales le cité- que yo en mis 182 relatos. Otro amigo me acusa de padecer de egocentrismo, puesto que mis relatos son autobiográficos. Al respecto le digo que las experiencias vividas por uno mismo, son las mejor contadas, porque uno las tocó, las sintió. Así lo han expresado Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, entre otros muchos. Este último ha basado sus novelas atribuyéndole a algunos de sus personajes hechos vividos por él o sus cercanos. Yo cuento los míos, tratando de evitar el “yo, esto, o yo, el otro”. Hablar más de los personajes que interactúan. Hablar más de mis errores, torpezas o fracasos que de mis aciertos o éxitos en forma incidental. Así, podrás advertir que casi nunca he utilizado el yo, aun cuando hablo en primera persona, que impacta más, y más en la primera persona del plural: “fuimos, hicimos, interactuamos”. Desde luego, como todos los escritores, el principal cometido es aspirar a que nos lean muchos. Expresaba García Márquez, cuando al principio escribía para periódicos de Colombia: “Escribo para que me quieran más mis amigos.” Me siento alagado y agradecido que El Diario” haya publicado cada uno de los 182 relatos cada domingo en cerca de 23 mil ejemplares que se distribuyen en todo el estado de Tamaulipas.

Finalmente, me adhiero a lo dicho por Pablo Neruda en su libro “Confieso que he vivido”, que el trabajo de los escritores tiene mucho en común con el de los pescadores árticos, quienes pacientemente buscan la ruta del río congelado, hacen un hoyo hasta ver la corriente del río, lanzan en este su anzuelo; esperan una o dos horas a que regresen los peces que huyeron por el ruido al hacer el hoyo. Que así el escritor tiene que buscar el río helado. Tiene que armarse de paciencia, soportar el frío intenso y la crítica adversa; desafiar el ridículo y luego de tantos esfuerzos sacar el pescadito. Pero vuelve a pescar contra todo: frío, hielo y corriente del río; contra el crítico, hasta recoger cada vez una pesca mayor.

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