Mauricio Zapata.-
Cd. Victoria, Tam.- José Francisco se levantó como todos los días a las 5:00 de la mañana, se dio un baño, se puso el pantalón de mezclilla, su camisa nueva con la leyenda “Tam”, se amarró los tenis y se fue al Parque Bicentenario.
Don Panchito tiene 34 años desfilando. Ha trabajado para tres dependencias del Gobierno de Tamaulipas y se ha caracterizado por ser siempre el más puntual.
“Nos citaron a las 7:00 de la mañana y yo estoy aquí desde el cuarto para las siete. Siempre me gusta llegar temprano”.
¿Todavía le dan ganas de desfilar? Se le preguntó.
“No, ya no, pero hay que cumplir. Además ya no es como antes. Antes íbamos a ver al gobernador. Íbamos a decirle que aquí estábamos. Ahora no, desde hace mucho que no viene un gobernador”, dijo.
Cuando entró a trabajar al Gobierno era Paco, después se convirtió en Francisco, más tarde Pancho y hoy, 34 años después, a punto de jubilarse y con 65 años de edad a cuestas, ya es don Panchito.
Como él, cientos de obreros y trabajadores pasaron lista de asistencia en un deslucido desfile, que por primera vez no se hizo sobre la avenida Carrera Torres, sino en las instalaciones del Parque Bicentenario.
Un desfile diferente, donde la mayoría de los sindicatos pertenecen a una de las alas más importantes del partido político que ya no gobierna, pero aun así nadie protestó, por el contrario, iban en son de paz.
Fue un evento diferente, tanto por el escenario como por el espectador. Tanto por el lugar como por los procedimientos. Tanto por lo que se dijo como por las mantas. Ahora no había a quién rendirle culto, aunque sí había organismos que iban con la mano tendida.
Y es que fue un desfile sin libertad de manifestación, ya que, según obreros, en las juntas de la semana pasada se acordó no hacer protestas, y menos contra el Gobierno estatal.
“Dijeron que no, que no hay que pelearse con el Gobierno por ahora”, aseguró Joel González de un gremio afiliado a la CTM y que con mezclilla y camisa blanca comenzó a caminar.
Allá en el Parque Bicentenario había poca gente, de hecho, los espectadores eran muy, pero muy pocos.
“Allá en (la calle) Carrera (Torres) la gente sí venía a vernos. Aquí está muy lejos”, dijo don Panchito, quien ya se había puesto una gorra en color azul.
“Esos desfiles no nos llaman la atención, puro viejo panzón camina y van con jetas, no hacen nada, por eso no es atractivo ir a verlo”, dijo una señora que platicaba lejos de allí cuando hacía fila en una tienda para comprar café.
La primera protesta que se vio fue la de una trabajadora del Gobierno. Iba sola, camisa blanca y lentes oscuros: “Venimos aquí por el Gobernador, no por ti, Blanca Valles”, la manta traía los cuernos de la campaña de Cabeza de Vaca en un vistoso color azul.
Don Panchito pasó lista de asistencia. Tomó su lugar y muy serio inició su caminata que ahora fue solamente de unos cuantos metros, quizás ni el kilómetro caminaron.
El clima fue generoso y a pesar de los 28 grados y el sol, no se sentía tan sofocante.
El desfile lo había iniciado César Verástegui que iba codo con codo con una Blanca Valles sin la sonrisa que la caracteriza y con poca plática para quien iba a su lado derecho.
El desfile fue deslucido. Los sindicalizados llegaron a la fuerza: “pues es que si no venimos nos ponen falta y nos levantan actas”, dijo uno que ya ni el nombre se alcanzó a escuchar, pero era del Sindicato del IMSS.
¿A ustedes los obligan a venir, don Panchito?
“Sí. Por eso venimos. Yo vengo con ganas, pero sí nos obligan a venir. A nadie le gusta desfilar”.
El Secretario General de Gobierno y los invitados en el presídium eran cobijados por una cómoda sombra, botellas de agua y asistentes para lo que se les ofreciera.
Los obreros y trabajadores apenas terminaron, pasaron nuevamente lista y se fueron. Nadie se quedaba a ver a los compañeros en un solitario Parque Bicentenario.
Don Panchito terminó, sacó de la bolsa trasera de su pantalón un paliacate rojo, se quitó la gorra, se secó el sudor, vio la hora en su reloj y dijo que ya se tenía que ir.
“Ya cumplí… como desde hace 34 años”. Don Panchito cuando pasó cerca de las autoridades se quitó la cachucha y saludó con aplomo; como si estas lo observaran y se sintieran orgullosas de él.
Un desfile poco lucido, sin gente, con pocos metros recorridos. Con un nuevo Gobierno y un nuevo estilo. Con poco calor, con poca presencia y con pocas de ganas de sus participantes.