diciembre 12, 2024
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mayo 15, 2017 | 4718 vistas

Shalma Castillo.-

Cd. Victoria, Tam.-

A sus 78 años de edad y 47 años de servicio, llena de vitalidad, entrega, pasión y profesionalismo, Blanca Alicia Tamez Hinojosa tiene todo en firme y claro:

No se jubilará, y seguirá enseñando mientras que la vida se lo permita… y hasta que el Dios diga ¡Hasta aquí!…

Su brillante trayectoria encuentra sustento desde que trepaba en un tabique de tierra para ver desde la barda el trabajo en un aula de clases en su natal Jiménez.

Así aprendió las primeras letras, los primeros signos. Así comenzó a forjar una brillante carrera, en la cual numerosas generaciones y miles de alumnos han tenido el privilegio de tenerla.

Es la vida de una maestra dedicada, que como cualquier orfebre moldea el barro para darle vida a preciadas joyas de arte. Así, la ilustre maestra no se ha cansado en formar las nuevas generaciones de profesionistas.

“Los salones de aquella escuelita se veían por el patio de la casa de mi bisabuela, yo veía que una maestra muy arreglada, con blusas bonitas y bien peinadita, en la mano llevaba lo que para mí era una tabla, después supe que era metro… apenas tenía tres años y veía por una ventana, había hecho escaloncitos en una barda de adobe, me subía, me asomaba y veía que comenzaba escribir las letras en el pizarrón y yo me bajaba y con una rama de mezquite hacía la letra en el suelo, así aprendí a leer”…

A sus cinco años de edad, ya leía, escribía, sumaba, restaba y multiplicaba. Sus padres decidieron venirse a vivir a Victoria, la llevaron a la escuela primaria Corregidora y después de que la maestra viera sus habilidades la pusieron en segundo grado, nunca antes había ido a la escuela.

“Salía de la escuela, me iba por toda la calle de Matamoros hasta el siete y enfrente estaba lo que yo veía como una mansión, con un portal de atas columnas, bonitos jardines llenos de plantas y flores, era la Escuela Normal y Preparatoria, lo que ahora es la Casa del Arte, yo soñaba con ir ahí… nunca hubiera imaginado que un día ese pensamiento no solo se haría realidad, sino que yo, aquella niñita soñadora, sería alumna, después maestra y más tarde directora de esa maravillosa casa de estudios”.

Cuando terminó de estudiar la secundaria, cuenta que ella quería ir a preparatoria porque quería ser ingeniero, pero su papá se enojó y le dijo “que las niñas no hacían eso, que ellas debían estudiar algo para trabajar en su casa”.

¡Eran las ideas de los papás de entonces!, expresa, y a “regañadientes” le permitió entrar a la academia a estudiar taquimecanografía, para que de ahí terminara de contador privado.

Cuando concluyó, el director le decía que era muy aplicada y le pidieron de Palacio Federal que mandaran a dos personas para que trabajaran en el padrón electoral, después hizo el bachillerato de ingeniería y a fin de cuentas terminó y su papá no le permitió irse a Monterrey a estudiar.

Siguió trabajando, y cuando comenzaron los rumores de que iban a abrir la Facultad de Derecho, ella preguntó, pero el bachillerato que tenía no le servía para entrar, por lo que tuvo que volver a inscribir en la nocturna e hizo el bachillerato de derecho para terminar en Facultad de Derecho a los 34 años.

Su primera experiencia como docente fue en el penal de Victoria, donde impartía clases de alfabetización y de historia a los reclusos. Fue la primera maestra que logró un permiso para ingresar a dar clases en el penal, en el año de 1970.

“Me invitaron a trabajar como docente porque supieron que yo había hablado con el procurador de aquel entonces, para que me permitiera dar clases en penal del estado”.

“Yo leía los expedientes que los jueces me permitían ver y veía que los delitos más graves los cometían gente que no sabían leer ni escribir, y por eso pedí permiso de dar clases en el penal, ahí no había sala de estudio, yo entraba a las crujías y en las mesas donde comían, ahí daba yo las clases… se fueron juntando más y más personas, yo atendía en la tardes hasta cien reclusos y conseguía que las papelerías me donaran libros que se iban quedando, esa fue la primera vez que di clases”, expresó.

Comenta que después de que concluyó su carrera de derecho entró a la normal superior a hacer nivelación pedagógica.

Su carrera de docente inició en 1970, y en la Escuela Preparatoria Federalizada Marte R. Gómez desde 1972, por lo que ha tenido la fortuna de ver pasar muchísimas generaciones.

También impartió clases en la Facultad de Derecho cuando terminó su maestría, y ya había dado clases en Facultad de Ciencias y en la Normal Superior.

“Yo desde niña tenía mucho interés en dar clases, nunca se me olvida la maestra de la que yo aprendí a escribir que ni siquiera sé cómo se llamaba, la fisonomía de la maestra no se me olvida, me encantaba verla muy peinada con una sonrisa, cómo que le gustaba mucho enseñar a los niños y desde ahí yo pensaba que cuando fuera grande, iba a ser maestra, pero mi papá no estuvo de acuerdo que estudiara magisterio porque al terminar, repartían plazas y te podían mandar a otro lado lejos”, expresa.

Dice que ni siquiera le ha pasado por la mente jubilarse, “¿para qué, para quedarme sentada en mi casa sin hacer nada?, mejor continúo haciendo lo que más me gusta”.

“Nunca falto a la escuela, todos los días me levanto a las 4:30 de la mañana, me arreglo, tomo un ligero desayuno y a las 6:15 me vengo a la escuela, para las 7:00 doy mi primera clase”, enfatiza.

Actualmente imparte las materias de etimologías grecolatinas y habilidad lectora, y la primera vez que dio clases fue lógica y ética, en el colegio José Escandón había empezado civismo y español.

Dice que le gusta mucho ver a los alumnos que se interesan en las clases, ya que las generaciones de hace tiempo eran diferentes a las de ahora, “antes tenían mucho interés, al grado que en mi casa tengo una terraza y mesas con sillas y siempre iban los que no entenderían bien la clase, nunca he cobrado ningún centavo en mi casa”.

Platica que las generaciones de antes eran muchachos muy atentos y tenían más interés que ahora, “antes uno se hincaba para pedirle la oportunidad a papá para estudiar, ahora los papás se hincan para pedirles que estudien a los hijos y a veces algunos vienen porque los mandan, no porque les nazca aprender”.

Después de años, cuando encontró al amor de su vida se casó con él, él había enviudado y tenía cinco niños; “son mis hijos y Dios nos bendijo con una niña más, los seis fueron profesionistas, tres ya fallecieron y tengo 13 nietos y once bisnietos”.

Además de enseñar, otra cosa que le apasiona a Blanca Tamez, es leer y escribir.

“Escribo poemas desde siempre, como este, ‘La Montaña’, un día estaba en mi casa sentada en la terraza y tengo la montaña de frente y un paisaje hermoso de Victoria y me pongo a escribir, este poema es del 2012, este otro (lo lee), es de 1958 ‘Rosas y Espinas’, lo que es la vida, a veces tienes contratiempos a veces tienes mucha felicidad, este otro ‘Mis Alumnos’, se lo escribí a mis alumnos de generación 1972-1975”.

Comenta que algo que le llenó de satisfacción en su desempeño laboral, fue que cuando era directora de la preparatoria tenían reuniones nacionales y en ese entonces decidieron que ella fuera la secretaria general de la asociación a nivel nacional.

Pero algo que le impacta mucho es cuando ve que sus alumnos logran ser lo que planearon, y ha tenido alumnos gobernadores como Eugenio y Egidio, así como médicos, maestros, entre muchos profesionistas más.

“Un día mi esposo se enfermó y de seis médicos que lo atendieron y operaron, cinco fueron mis alumnos, es una gran satisfacción verlos realizados”, describe.

Presume que diariamente aprende algo de sus alumnos, “hay una alumna que en sus ejercicios siempre me pinta una flor de color, en una ocasión cojo una pluma y le pongo unas onditas y le dije, ‘para que no se te seque la flor’, cuando lo vio le brillaron los ojos de emoción de que la maestra se fija en todo lo que ellos hacen”.

“A mí lo que me gusta es la docencia, dar clases me encanta”… dice lo que les interesa a los alumnos, es que los tomen en cuenta, que los apoyen y les ayuden.

“El día que el Creador del Universo me diga hasta aquí, es el día que yo dejaré de dar clases, sólo que tuviera ya algún limitante, como la memoria, no poder movilizarme o depender de alguien”, precisa.

Finalmente, dice que ella nunca les dirá a sus alumnos que los dejará reprobados, porque al maestro no lo contratan para dejar reprobado, lo contratan y es maestro para enseñar y sacar adelante a los muchachos.

 

OTRA HISTORIA DE MAESTRA

La satisfacción más grande de un maestro es ver que sus alumnos salgan adelante, y que tú hayas formado parte de eso…

María Eva Medina Estrada, docente desde hace 12 años en la Escuela Ignacio José Allende, con 31 años de servicio, dice que en otra vida también volvería a elegir esta profesión.

“Elegí la carrera de maestra, porque desde que estaba en la primaria algunos de los que fueron mis maestros dejaron huella y me contagiaron para que me gustara esta profesión, y de niño es cuando dices ‘yo cuando sea grande, quiero ser como él, quiero ser maestro”, expresa.

Platica que al salir de la secundaria entró a estudiar directo a la normal, cuando se graduó, la mandaron a trabajar al estado de San Luis, en la Huasteca Potosina.

“Con toda la actitud y ganas de trabajar, estuve dos años y medio, después me casé y me vine a Tamaulipas, estuve en Soto la Marina ocho años y después en Victoria”, menciona.

Dice que son muchas las satisfacciones que les deja a uno como maestro, sobre todo ella que trabajó con grados chicos, y cada cosa que aprenden se refleja en el salón, “sientes bonito que tus niños saquen y expresen los aprendizajes, eso ya es ganancia, son como esponjitas agarrado todo lo que les des”.

Cada año tiene experiencias nuevas, y en los grupos dice que se encuentra a cada personaje, desde “tremendos hasta los más inteligentes”, pero siempre se recuerda a los más tremendos y los más destacados, por lo que año con año se vuelve un reto para ella.

Uno de los recuerdos que siempre tiene presente de todos estos años como docentes, es el caso de San Juana.

“Fue una alumna del medio rural del ejido Otilio Montaño, San Juana estaba inscrita en el segundo grado, pero no sabía nada, no conocía ni las vocales, fue un reto para mí, la ponía a trabaja con los de primer grado pero era demasiado tímida, me le empecé a meter, le daba mucho cariño, y cuando había oportunidad la sacaba aparte y me ponía con ella para ayudarla, logramos mucho, pasó a tercer grado con lectoescritura, y todos me decían que qué hice con ella”.

“Después de un año dejo la comunidad y cuando pasan siete años me invitan a una graduación, y fui y me encontré con San Juana, ya toda una señorita y se me acercó y me dijo; ‘¿se acuerda de mí?’, le dije, claro, como no, ese día ella me invitó a su graduación de la secundaria, para mí fue maravilloso, me sentía orgullosa por ser parte de eso”.

Comparte que en su casa son cuatro maestros, su esposo Felipe y sus dos hijas, Perla y Citlally.

“Yo digo que algo bueno vieron mis hijas en nosotros, que les llamó la atención y dijeron yo también quiero ser maestra, teníamos miedo porque en nuestros inicios fue difícil empezar, se sufre, te mandan lejísimos, donde yo estaba en un inicio hablaban dialecto y fue difícil…

…se empeñaron les gusta ver lo que hacemos y las motivó a querer ser maestras, pero les dijimos que queríamos que fueran destacadas, que le echaran ganas, no maestras del montón, que nada más fueran a pasar el día y esperar la quincena, que si querían ser maestras deben que tener compromiso, y algo bueno están haciendo que sus madres de familia las quieren mucho, y mi hijo Felipe va a terminar carrera de arquitectura”.

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