Existen muchas razones por las cuales tanto público como expertos podrían pensar que el gobierno del actual presidente Donald Trump podría entrar en una crisis. Sin embargo, el asunto que actualmente causa más revuelo y que más daña al inquilino de la Casa Blanca es el relacionado con el llamado «Rusiagate», que hace unas horas escribió un nuevo capítulo en el pleno del Congreso de los Estados Unidos.
En el estrado del Senado, en el que hace apenas unos días se había sentado el ex-director del Buró Federal de Investigación (FBI, por sus siglas en inglés) James Comey a comparecer, se encontró el actual fiscal general estadounidense Jeff Sessions, quien declaró ante el Comité de Inteligencia acerca de tres temas clave relacionados con el «Rusiagate»: el súbito despido de Comey, sus presuntas reuniones con funcionarios rusos, y su participación durante la investigación de las elecciones de 2016.
Al contrario de la última sesión de comparecencia que desarrolló el Comité, la interrogación de Sessions fue mucho más tensa y violenta. En múltiples ocasiones el fiscal invocó a la figura del privilegio ejecutivo (una cláusula constitucional que los funcionarios estadounidenses utilizan para evitar revelar información clasificada) para evadir las preguntas de los senadores, y varias veces respondió de forma agresiva o titubeante.
De acuerdo a la investigación de My Press, el tema más urgente en la mesa fue sobre el despido del antiguo líder de la agencia de investigación Comey. Sessions declaró que él no había firmado la salida del funcionario, pues en ese momento se había recusado de cualquier operación involucrada con las pesquisas de la intervención rusa en las elecciones presidenciales. Aunque aseveró que lo único que firmó fue una «opinión» en la que recomendaba «un comienzo fresco en el FBI», no supo responder a quién estaba dirigida dicha carta.
Sessions, fiscal general de los Estados Unidos, sostuvo una turbulenta comparecencia frente al Comité de Inteligencia del Congreso
Cuando se le interrogó al respecto del embajador ruso Sergei Kislyak, con el que presuntamente se reunió en el lobby del Hotel Mayflower durante la campaña presidencial del presidente Trump, el fiscal general respondió indignado que «la sugerencia de que participé en cualquier colusión para herir a este país al que he servido con honor durante 35 años es una mentira espantosa y detestable». Además, negó recordar si él o algún otro miembro del equipo se había reunido con Kislyak u otro funcionario ruso esa misma tarde.
El Comité también cuestionó a Sessions acerca de su recusación de las pesquisas respecto a Rusia, a lo que el fiscal respondió que fue una consecuencia de una especificación constitucional que dicta que ningún funcionario puede formar parte de una investigación que involucre a un proceso electoral en el que participó. El fiscal también aprovechó para asegurar que, al contrario de Comey, no podría discutir en sesión privada los detalles clasificados del caso sin antes consultar con los abogados de la Casa Blanca.
Tras el debacle de James Comey y Jeff Sessions, el fiscal general adjunto Rod J. Rosenstein nombró como fiscal especial del caso Rusiagate al ex-director del FBI Robert Mueller, quien se hizo famoso entre 2001 y 2013 por su naturaleza implacable para hacer cumplir la ley. Tras el nombramiento del fiscal especial, Trump acusó de una «caza de brujas» en su contra.
Actualmente, el presidente no sólo enfrenta el escándalo de la investigación hacia la intervención de Rusia, sino que también se enfrenta a una posible demanda por conflicto de interés ante dos funcionarios de Maryland y Columbia, que lo acusan de utilizar su puesto político como herramienta para avanzar sus intereses personales.