diciembre 14, 2024
Publicidad
septiembre 5, 2017 | 268 vistas

Vista Hermosa: Nobles, artesanos y mercaderes en los confines del mundo huasteco

Octavio Herrera Pérez.-

Con el título anterior acaba de aparecer un libro de la autoría de Guy y Claudé Stresser-Péan, con la colaboración de Grégory Pereira, con el sello editorial del CMCA (Centro de Estudios de México y Centro América), el primero de una saga de tres, en esta primera ocasión dedicado al “camino al inframundo”, en alusión a los magníficos enterramientos encontrados en dicho sitio arqueológico, cuyos trabajos de investigación fueron realizados entre 1965 y 1967 por la antecesora del CMCA, la Misión Arqueológica y Etnológica Francesa en México. El lugar se ubica cerca de la comunidad de Santa Cruz del Toro, situada al suroeste de Nuevo Morelos, Tamaulipas. Con la aparición de esta obra, cincuenta años después de realizados los estudios arqueológicos, nos hablan lo que en ocasiones los investigadores deben esperar a que maduren sus reflexiones y de que se presten las condiciones institucionales para que su obra pueda ser publicada. Lo cierto, al final, es que con la aparición de esta obra se hace una importantísima aportación al conocimiento de la arqueología de la Huasteca, y para Tamaulipas representa un capítulo invaluable que enriquece su cultura, ahora que con tanta necesidad tenemos que potenciarle.

 

El sitio arqueológico

 

Los vestigios se emplazan sobre un terreno elevado, flanqueado por dos pequeños arroyos, donde se localizaron un centenar de estructuras sobre un terreno de casi un kilómetro de largo y 400 metros de ancho. Los edificios presentes se edificaron sin plano regular alguno, siendo plataformas de tierra, con muros de piedras sin cimiento; algunas con añadidos y revestimiento de suelo superpuesto a base de estuco. Estas plataformas sirvieron de basamento a casas construidas con materiales perecederos, siendo la mitad de ellas de planta circular, con diámetro comúnmente de unos diez metros y altura de un poco más de un metro. Las plataformas de planta semicircular o en forma de herradura fueron poco numerosas, mientras las plataformas cuadradas o rectangulares se erigieron en mayor número y de tipos diferentes. Un grupo de ellas comprende verdaderas plataformas altas, de diez a 20 metros de lado que pueden haber soportado edificios públicos, religiosos o no. La estructura más grande de todas tenía 33 metros de largo, once de ancho y cinco o seis de alto, donde debió ubicarse el templo principal. En cuanto a la distribución de las áreas ceremoniales, al norte del sitio se agrupaban tres decenas de plataformas cuadrangulares o rectangulares, que formaban un espacio abierto de medio centenar de metros, presidido por la mayor de las estructuras del sitio, lo que hace concluir que se trataba de la principal área para la celebración de ceremonias, de diseño un tanto irregular, y cerca del cual se emplazaba el juego de pelota. Este se componía por dos banquetas paralelas de veinticinco metros de largo, con las extremidades abiertas, y situado entre una plataforma redonda y otra más en forma de herradura.

 

La morada de los muertos

 

Como una costumbre de esta cultura, el propio asentamiento vivo actuaba a la vez como una necrópolis, ya que los muertos eran sepultados por lo general inmediatamente por fuera y en la base de las plataformas arquitectónicas residenciales. Incluso los mismos fosos del sepulcro fueron utilizados repetidamente en la propia época prehispánica, lo que pone de relieve que no llegaron a conservarse a perpetuidad aquellas tumbas. En cuando a la tipología de los enterramientos, en general fueron colocados en posición replegada o en decúbito dorsal, cuyos cadáveres solían estar acompañados de ofrendas. Entre éstas se contaban vasijas de cerámica, escudillas con ofrendas alimenticias, lo mismo que metates y hasta molcajetes, los que eran objetos del uso cotidiano en el ámbito doméstico. Entre dichas ofrendas funerarias destacaba las vasijas antropomorfas con figura de mujeres, unas de ellas vivas y otras representadas como muertas, las que están ricamente ataviadas conforme a los adornos en decoración de pintura que envuelven a estas piezas; se trataba sin duda de acompañantes hacia el viaje eterno a los difuntos con los que se asociaron, y es probable que hayan tenido una relación con el culto a la diosa de la luna; y son tan bellas estas vasijas que dos de ellas han sido distinguidas para ser exhibidas como objetos artísticos excepcionales, dentro de la colección arqueológica de la cultura huasteca que se exhibe en la Sala del Golfo en el Museo Nacional de Antropología. Los adornos funerarios solían ser pectorales de concha, algunos de ellos grabados. También se encontraron cuentas y plaquetas de piedra dura, y piezas de hueso, pedernal, obsidiana y cristal de roca. Estos distintos objetos de acompañamiento como ajuar funerario indican la existencia de una estratificación social y hasta el quehacer de especialidades en la manufactura ornamental. La fisonomía ósea detectada en los enterramientos fue la propia de la etnia huasteca, con la particularidad de la deformación craneana, por lo común de tipo fronto-occipital y tubular erecto, lo mismo que la mutilación dentaria, por efecto de limado. Un caso excepcional fue la localización del entierro de un individuo del sexo femenino que previo a su enterramiento fue decapitada, y la que tenía una notable malformación cráneo-cervical, siendo inhumada sin ningún ajuar funerario.

 

Otros materiales de estudio

 

Las evidencias cerámicas de Vista Hermosa señalan una relación correspondiente al Posclásico tardío de la Huasteca o período Pánuco VI, cuya temporalidad se ubica entre el 1200 y el 1500 de nuestra era, es decir, en víspera de la conquista española. Y como toda comunidad que en su tiempo estuvo inmersa en la cotidianidad habitual, la cerámica utilitaria representó una buena porción de los tiestos recuperados durante las excavaciones, denominada como “Heavy Plain”. Igual aparecieron algunos tipos cerámicos propios de esta cultura, como el “Huasteco Negro sobre Blanco” y el “Tancol Policromo”, que en este lugar tienen una estrecha similitud. Se detectó igualmente la cerámica roja o “Zaquil Rojo”. Entre las formas que los alfareros desarrollaron estuvieron las ollas, cántaros altos, de cuello más o menos estrecho, vasijas con asa y vertedera, vasijas antropomorfas y vasijas zoomorfas. Unas piezas se destacan por plasmar la figura que asemeja a Quetzalcóatl-Ehécatl, sentado en un taburete; el primero un culto mesoamericano ya plenamente extendido y el segundo una deidad que los huastecos de este lugar apreciaban y temían, ya que los huracanes que eventualmente irrumpían en la región era un síntoma inequívoco de la furia del dios; igualmente, la cara dual de esta deidad solía representarse sobre el cuello de los cántaros o de los garrafones. Con estos materiales recuperados se pudo concluir que sus habitantes disponían de una gran variedad de formas y de singular estilo artístico en cuanto a su decoración. Las figurillas de barro cocido poco aparecen en Vista Hermosa.

Al disponer de abundantes yacimientos de basalto, producto de los escurrimientos volcánicos del Cerro Partido, los pobladores de Vista Hermosa utilizaron el basalto para fabricar metates simples o “huilanches”, tejolotes para molienda y raspadores de cortezas de árboles. Sin embargo, esta no sirvió para la elaboración de estatuas de alguna deidad y solo se localizó una pieza rota de un jorobado bastante burda. Para la elaboración de hachas o azuelas se importaba tinguaita, una roca eruptiva de gran dureza. También se adquiría de fuera la obsidiana negra, a fin de fabricar navajas. Las joyas se elaboraban con calcita cristalina verdosa, conchas marinas –también importadas– y piedras parecidas a la jadeíta. La localización de abundantes puntas de flecha, talladas con delicadeza sobre piedra de pedernal, denota que el arco era lo habitual entre los pobladores de este asentamiento, los que habían dejado atrás el empleo del átlatl o propulsor.

 

 

Comentarios