México, 20 Sep (Notimex).-La noche llegó a la Ciudad de México, la remoción de escombros ha dejado al descubierto la magnitud de la tragedia, decenas de personas perdieron su vida bajo los escombros que dejó el sismo de 7.1 grados Richter.
Las oscuras calles de la colonia Roma se iluminan con intermitencia por las luces de las motocicletas cargadas con víveres y herramientas que recorren las calles.
Los motores van y vienen; se cargan de agua, latas de atún y lámparas en la Fuente de Cibeles, en donde se ha establecido un centro de acopio improvisado.
Cuando sus conductores apenas tienen lo necesario, se van rumbo a los edificios o viviendas afectadas para acercar comida a los rescatistas que han laborado durante horas en el retiro de escombros piedra por piedra.
Hasta la plaza de la fuente se acercan camionetas cargadas con víveres en cajas o bolsas, son muchos. Los voluntarios que se encargan de ordenar el acopio no se dan abasto, en algunos momentos el descontrol los obliga a gritar.
En el lugar hay asociaciones civiles, instituciones internacionales y vecinos, todos quieren ayudar, pero no todos saben cómo hacerlo, algunos se limitan a observar a la espera de ser requeridos.
Las calles permanecen cerradas para el tránsito vehicular, los derrumbes y vidrios rotos obstruyen las aceras, por ello, los jóvenes caminan por la calle, algunos adquirieron palas y chalecos antes de llegar, ellos, se confunden con los brigadistas con los que trabajan hombro con hombro.
En la esquina de Laredo y Ámsterdam, las ruinas de un edificio aglutinan a cientos de personas, ellos sacan escombros en cubetas, otros esperan que el cansancio venza a los brigadistas para relevarlos en la cima de los escombros.
Ahí “La Iguana” es la que dirige. Los dueños de la camioneta Jeep gris la han colocado de manera estratégica para que la batería alimente una lámpara para iluminar el desastre. El vehículo, que es utilizado para hacer deportes extremos, cuenta con un altavoz con el que se dirigen las maniobras: “todos callados”, “necesitamos pinzas para cortar varilla”, “todos atrás, necesitamos espacio para hacer una maniobra”.
Hasta el vehículo, estampado con el reptil, llegan los requerimientos y observaciones de todos, después, las labores continúan en mayor orden gracias a las indicaciones que se ofrecen desde la cabina.
Uno de los rescatistas señala que para facilitar su trabajo los brigadistas requieren tanques de oxígeno, agua oxigenada y gotas para los ojos que resultan irritados por el polvo y la suciedad.
A una cuadra en Álvaro Obregón, vecinos han instalado tres carpas en las que se acopian víveres. De forma ordenada, Angélica solicita a otros compañeros dirigirse a los derrumbes graves.
“No han aceptado comida hasta ahora, pero los rescatistas se van a vencer, tenemos que estar preparados”, explica mientras sube pan a una camioneta.
En la esquina de Chimalpopoca y Bolivar colapsó una fábrica de textiles, los trabajos han permitido el rescate de costureras vivas, por ello, basta que uno de los rescatistas levante la mano para que el silencio invada a la multitud.
Todos saben que entre las ruinas es posible escuchar el eco de alguien que permanezca aún con vida bajo las losas.
En las calles cercanas se reparte comida, pan, leche y café a los ciudadanos y personal de las Fuerzas Armadas que trabajan en el rescate, o bien, a aquellos que una y otra vez trasladan el cascajo en cadenas humanas.
Hasta ese punto llegó Carlos Cruz con una canasta de pan, el conductor de Uber solicitó a sus compañeros de la colonia El Arenal una colaboración que no se hizo esperar con sándwiches, vitroleros de café y agua.
En tanto, Cecilia Jordán salió de su casa con cuatro familiares: “no es tan fácil entrar a ayudar, queremos colaborar en lo que se pueda, debajo de cada piedra puede haber alguien enterrado”, explica mientras observa las labores.
La oscuridad desconsuela a los que recorren las calles en búsqueda de sus familiares, no están en la lista de lesionados, pero esperan que tampoco estén en la de las personas que fallecieron, guardan la esperanza al pie de los edificios en los que hasta hace un día laboraron sus seres queridos.
Guillermina Altamirano no encuentra a su sobrina y concuña, su dolor, afirma, se ha visto reconfortado por las personas que retiran cada pedazo de piedra de los escombros con la esperanza de encontrar un aliento de vida.