SAN JUAN (AP) — Un hombre sube los 24 peldaños de unas escaleras varias veces al día junto a ascensores apagados. Ambulantes venden tablas plásticas para lavar por 20 dólares. Personas en comunidades que permanecen aisladas extienden sus brazos mientras les dejan caer suministros desde helicópteros.
Así es la vida en Puerto Rico un mes después de que María azotara territorio estadounidense el 20 de septiembre como un huracán de categoría 4, que mató al menos a 48 personas, destruyó miles de hogares y dejó a miles de personas sin trabajo.
Fue el huracán más fuerte que haya azotado a la isla en casi un siglo, con vientos cercanos a la fuerza de un meteoro de categoría 5.
«Es algo que nunca he visto», dijo la maestra jubilada Santa Rosario mientras pasaba junto a estantes vacíos en un supermercado de la capital, San Juan, que otra vez se quedó sin botellas de agua.
Se calcula que María causó daños de unos 85 mil millones de dólares en una isla que ya estaba sumida en una recesión de 11 años. Esto ha complicado y retrasado los esfuerzos para reestructurar una parte de la deuda pública de 74 mil millones de dólares que, según varios funcionarios, es impagable.
También ha puesto el estatus territorial de Puerto Rico en el centro de la atención internacional, reavivando un agudo debate sobre su futuro político mientras la isla de 3,4 millones de personas intenta recuperarse de inundaciones, aludes de tierra, apagones e interrupciones de agua potable.
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Aproximadamente el 80% de los clientes del servicio eléctrico siguen a oscuras y otro 30% está sin agua. Las escuelas siguen cerradas. Los semáforos no funcionan. Y aunque casi el 90% de los supermercados han vuelto a abrir, muchos tienen estantes vacíos de productos como agua, plátanos y atún enlatado.
«No nos estamos alimentando bien», afirmó Pedro López, un trabajador de mantenimiento de 28 años de edad, mientras se tomaba un descanso en su tarea de limpiar un complejo de apartamentos dañado. «Es mucho arroz blanco con huevo frito», añadió.
Cerca de donde él estaba, se ve una escena común en toda la isla: a un lado de la calle siguen apilados enormes troncos, trozos de techos de zinc y todo tipo de objetos empapados, como colchones.
Menos de la mitad de las torres de telefonía celular están operando y solo el 64% de las sucursales bancarias han reabierto, algunas de ellas con cajeros automáticos que no funcionan.
Una neblina marrón se ha asentado en algunas partes de la isla a medida que se usan generadores cada vez más para dar electricidad a hospitales pequeños, casas e incluso la propia compañía eléctrica. A su vez, ha aumentado el número de casos de asma y de robos.
Los ladrones se han llevado generadores nuevos de lugares como un hogar de ancianos, una terminal de carga del aeropuerto y un hospital.
Unas 5.000 personas permanecen en refugios y muchas de ellas recogen agua de lluvia para poder ducharse.
«La vida ha cambiado drásticamente», aseguró Gilberto del Orbe, de 50 años, quien solía instalar placas de mármol y yeso. «No he vuelto a trabajar. Está todo paralizado», agregó.
La semana pasada, la Cámara de Representantes de Estados Unidos aprobó un paquete de 36.500 millones de dólares de ayuda en casos de desastre para lugares como Puerto Rico y las Islas Vírgenes Estadounidenses. Ahora un grupo de legisladores demócratas está presionando por un alivio fiscal, alegando que la gente y las empresas en ambos territorios estadounidenses afectados por el huracán María están recibiendo un tratamiento desigual en comparación con los estados en el territorio continental.
La Agencia Federal para el Manejo de Emergencias de Estados Unidos (FEMA, por sus siglas en inglés) también ha prometido más de 171 millones de dólares para ayudar a restaurar la electricidad en toda la isla y ha distribuido más de 5 millones de dólares a los municipios más necesitados, así como 1 millón de dólares a la Guardia Nacional de Puerto Rico.
La comisionada residente de Puerto Rico en la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Jenniffer González, ha dicho que el huracán hizo retroceder a la isla entre 20 y 30 años, y que a pesar de que siguen llegando a la isla generadores, alimentos, agua y otros tipos de ayuda, la gente dice que no es suficiente.
«Perdimos nuestro hogar y perdimos nuestro automóvil», se quejó Lisandro Santiago, un carpintero de 42 años que empezó a trabajar hace apenas una semana y que estaba supervisando a un equipo que reparaba un complejo de apartamentos.
Él, su esposa, sus tres hijos y su suegra permanecen en una habitación de 4 por 2,7 metros (13 por 9 pies) que quedó indemne mientras el huracán destruía el resto de su hogar en la norteña ciudad costera de Dorado. «El viernes salgo a Massachusetts. No puedo quedarme», añadió.
Santiago es uno de los miles de puertorriqueños que intentan reiniciar su vida en suelo continental de Estados Unidos después de perder sus hogares, sus empleos o ambos después de la tormenta.
Quienes se quedan dicen que las condiciones posteriores al huracán los están drenando de recursos.
Las quejas que se publican en las redes sociales o que se comparten mientras la gente se toma unas cervezas o cena a la luz de las velas se están multiplicando: los afectados están perdiendo peso, los generadores hacen mucho ruido, la gente duerme esporádicamente en medio de un calor opresivo, hay nubes de mosquitos, los atascos de tráfico han empeorado, hay brotes de conjuntivitis y las manos están rasposas por el lavado diario de la ropa.
Estallan celebraciones espontáneas cada vez que regresa la electricidad en ciertos barrios, pero a menudo son breves: una letanía de exclamaciones alegres y mensajes de euforia publicados en las redes sociales suelen ser reemplazadas un día después por emojis enfadados.
Muchos usan las redes sociales para publicar preguntas interminables sobre la ayuda después del huracán: dónde encontrar ventiladores de baterías (hasta ahora en ningún lado); dónde encontrar niñeras asequibles mientras algunos padres regresan al trabajo mientras las escuelas permanecen cerradas (muchos sugieren recurrir a amigos desempleados); cuál es la mejor manera de lavar la ropa a mano (la mayoría de los votos fueron para alguien que sugirió ponerla en una bolsa de basura grande con agua y jabón antes de sacudirla vigorosamente).
«Si esto sigue así, mucha gente se va a ir, pero yo no. Yo me quedo aquí», declaró Rosario, la maestra retirada.
Hizo una pausa y luego continuó empujando lentamente su carrito por los pasillos, en busca de otras opciones de alimentos después de haber comido sándwiches de pollo enlatado y espárragos para el desayuno, el almuerzo y la cena.