México, 24 Oct (Notimex).- Mejorar su estilo de vida las llevó a salirse desde temprana edad de su casa, emigrar a la Ciudad de México fue su primera opción para asegurar el alimento, aunque sea una vez al día. La Megalópolis ha sido testigo de su historia, de sus carencias y sus logros.
Cada una ha luchado para ser aceptada en esta sociedad, su apariencia no les ha impedido surfear, todos los días, los obstáculos que hasta la misma familia les pone.
Para ellas, vivir en esta ciudad, les ha dado la oportunidad de buscar y defender sus derechos; sus aspiraciones han sido el estímulo para lograr una estabilidad económica y emocional.
Doña July, oriunda de Ixtlahuaca, Estado de México, platica que a los once años tuvo que partir a la “capital” en busca de trabajo; ya que al tener tantos hermanos, muchas veces no alcanzaba la comida y se tenía que ir a dormir con la ‘barriga’ vacía.
Un día decidió tomar el “guajolotero” -así le llamaban a los autobuses de ese entonces- y buscar suerte en la Ciudad de México. Durante un par de semanas tocó varias puertas sin lograr que la aceptaran por su corta edad, además, le decían, que aparentaba menos, hasta la actualidad se ve unos 10 años más joven.
“Yo no sabía leer, pero mi hambre, me daba la fortaleza para seguir tocando puertas, hasta que lo logré”, aseguró doña July. “Una familia libanesa, antes de darme el trabajo, me regaló un vaso de jocoque con un trozo de pan árabe, esto lo tengo muy fresco en la mente, pues, ese día me refrescó la vida”, agregó.
Después de descansar un rato en su sala, la señora de la casa le preguntó que si quería quedarse a trabajar con ellos, su corazón casi se sale de gusto, pues lo que iban a pagar se le hacía mucho dinero, que no dudó en aceptar.
“Yo siempre he sido muy alegre, y con ese entusiasmo me entregué a los quehaceres de esa casa por más de 60 años, que se convirtió en mi casa y la casa de muchos, pues la familia vivía del mundo taurino, y a muchos toreros que llegaban a México a probar suerte, mi patrón, les ofrecía su casa”.
Doña July, tuvo que aprender a leer, para tomar cursos de comida internacional, pues apenas sabía cocinar. Su patrón, que también era diplomático, para sus reuniones a veces le pedía que armara el menú, para ella era un privilegio. “Tuve que estudiar para ser una buena cocinera y lograr que los comensales se deleitaran con mi guiso, pues al final, el toque es mexicano, aunque la receta sea libanesa, francesa o española”.
Trabajar y vivir en la casa de los libaneses, la considera la escuela de la vida, pues ahí tuvo la oportunidad de convivir con gente de otros países y aprender de ellos, por eso, como paga siempre trató de cocinarles como si estuvieran en su país, para que no lo extrañaran, enfatizó.
“Esa casa fue para mi una gran escuela, pues, tuve que aprender un poco de inglés, francés, portugués, y otros más, para poder atender a la gente que venía de otros países”. “Al principio no sabía ni qué contestar, porque no sabía que me decían, pero, poco a poco nos fuimos entendiendo, a varios les serví de guía en la ciudad” aseguró con una gran sonrisa en su rostro doña July.
“Durante muchos años, hasta que fallecieron mis padrecitos le envié mi dinerito, pero también me guardaba un poco, con eso me compré un gran terreno e hice mi casita, a mi gusto, con un gran jardín. Ahora ese esfuerzo que hice lo comparto con mi hija y mi nieta. Mis patrones me protegieron y me dieron mi dinerito para disfrutar mi vejéz, creo que la vida ha recompensado mi esfuerzo”, finalizó doña July solicitando la parada del autobús.
No te regales, mejor vendete
Casi todas las noches, de 23:00 a 05:00 de la mañana, Francis, espera tener suerte y conseguir uno o varios clientes. No todos los días son fabulosos, pues a veces las inclemencias del tiempo no le favorecen y regresa a casa con el bolso vacío.
Ella es un chico transgénero que desde los 15 años de edad se dedica a ofrecer placer a quien quiera pagar por sus servicios y el cuarto de hotel. Ella es oriunda de Guanajuato; su madre, quien era el único sustento en casa, decidió emigrar con sus tres hijos a la Ciudad de México para ofrecerles un mejor estilo de vida.
Francis, recuerda que a pesar de que su mamá trabajaba todo el día, el dinero no le alcanzaba para los gasto de la casa, las carencias estuvieron presentes hasta la pubertad. «Mi vecina, que también se dedica a vender caricias, me dijo un día ‘no te regales, mejor vendete, eso te saca de apuros’ y hasta la actualidad ando en esto, me gusta y lo disfruto», destacó.
Su madre, es una señora muy conservadora y de carácter fuerte -así la describe- la obligó, en un principio, a vestirse de mujer a escondidas. “Mi vecina, siempre ha sido mi confidente, desde que le platiqué mi preferencia sexual me apoyó en mis decisiones, hasta la actualidad me ayuda a maquillarme y a elegir mi ropa, para estar siempre guapa”, destacó.
“Antes, yo era el hombre de la casa, hasta la actualidad mi madre no acepta mi estilo de vida, a pesar de que vive conmigo”, asegura con una mirada triste. Todos los días cruza los dedos para que le lleguen clientes, el costo del servicio depende a veces del modelo del auto en el que llega el cliente.
“Para ‘ofrecerme’ en este parque, yo tuve que ir a respaldarme ante Derechos Humanos, busqué asesoría, ahora cuento con un oficio en donde indica que puedo trabajar, sólo no debo de dar el servicio aquí”. “Además, tengo que hacerme análisis de VIH, mínimo, dos veces al año”, aseguró.
Ella, sabe que su trabajo tiene un límite, pero al menos a su madre ya le aseguró un techo. Por otro lado, ella sabe que su trabajo es muy arriesgado, pues todos los días tiene que complacer a gente desconocida. “Unos son amables, realmente buscan “caricias”, pero otro se pasan de sádicos, ‘pero ni modo’, uno debe de soportarlo, así es la vida nocturna, los 25 años que llevo trabajando en esto, me han pasado tantas cosas, que a veces creo que la suerte me acompaña”, finalizó.