Armando Fuentes
Libidio, lascivo galán, llevó a su novia al romántico y solitario paraje llamado El Ensalivadero. Sobre el césped tendió una cobija que para el efecto llevaba preparada y sobre ella tendió a Flordelisia, que así se llamaba la muchacha. Procedió luego a realizar con ella el consabido trance natural. En eso estaban cuando la chica exclamó emocionada: «¿Verdad que es muy hermoso el cielo constelado?». Entre acezos respondió Libidio: «No estoy en posición de opinar». Doña Jodoncia y su abnegado esposo fueron a una cena. El anfitrión le dijo con asombro a don Martiriano: «¡Qué alta es su señora! Calculo que mide más de dos metros de estatura». Replicó mansamente don Martiriano: «Cuando se quita la faja mide 1.60». Hamponito, el hijo del narco de la esquina, asistió a la fiesta de cumpleaños de uno de sus amiguitos. El cumpleañero sopló sobre las siete velitas de su pastel y las apagó todas. Los asistentes aplaudieron, pero Hamponito se lanzó sobre el niño y le dio un puñetazo. La mamá del pequeño le preguntó azorada: «¿Por qué le pegaste?». Respondió Hamponito con ominoso acento: «Por soplón». Un tipo denunció penalmente a otro por el delito de lesiones. Le dijo al juez que golpeándolo con una pala el acusado lo había dejado sin cara en qué persignarse. El abogado del denunciante adujo ante el juzgador: «Y cuando este individuo atacó a mi cliente él estaba inerme, sin nada con qué defenderse». Se volvió contra el golpeado y le indicó: «Dígale a su señoría qué tenía usted en las manos cuando el acusado lo atacó. ¿Verdad que no tenía nada?». «Bueno -acotó el hombre-. Tenía en las manos las pompas de la mujer del acusado, pero ni modo de defenderme con ellas». Grosera, por no decir grotesca, se está volviendo la cargada de quienes desertan de los partidos a los que alguna vez juraron fidelidad eterna para sumarse a López Obrador. AMLO, ya se sabe, admite en sus filas a gente de toda laya y jaez, lo mismo a la del PT, negocio de familia en el cual confluyen todos los desprestigios, que a los feligreses del PES, angélicos evangélicos que aletean en torno de lo más retardatario y conservador del pensamiento (es un decir). Entre los adherentes de Morena figuran igual los barbáricos vándalos de la CNTE que la sumisa grey del SNTE de la Maestra (es otro decir).Y es que el tufo de la victoria -en este caso tufo a dinero y a poder- es irresistible para muchos, que no dudan en dejar todo recato si eso les ayuda a seguir en el candelero, sinónimo en este caso de la nómina. Sucio fregado es la política, decía mi ilustrísimo paisano Valle-Arizpe. Pero el espectáculo que dan algunos que en la política andan es verdaderamente emético. No pongo el significado de ese término de Medicina, «emético», porque quizás alguno de mis cuatro lectores está desayunando. A aquella chica que trabajaba en una fábrica y era de cuerpo complaciente le decían «La pies planos». Pisaba con toda la planta. En el lecho conyugal don Chinguetas se acercó amorosamente a su esposa doña Macalota. Era evidente que aquel acercamiento tenía intención erótica. Al sentir la proximidad de su marido la señora hizo una extraña declaración que ciertamente sacó de onda a don Chinguetas. Manifestó de buenas a primeras: «La amnesia es contagiosa». «¿Cómo dijiste?» -se desconcertó el señor. Repitió ella: «Dije que la amnesia es contagiosa». Don Chinguetas habría esperado que su mujer le dijera lo de costumbre: «Esta noche no. Me duele la cabeza», pero no aquello de «La amnesia es contagiosa». Le preguntó: «¿Por qué dices eso?». Contestó doña Macalota: «A ti se te olvidó que ayer fue mi cumpleaños, y ahora a mí se me acaba de olvidar cómo descruzar las piernas». FIN.
MIRADOR.
Por Armando FUENTES AGUIRRE.
John Dee era filósofo.
Al principio se nutrió en las rígidas doctrinas del realismo aristotélico, pero luego lo sedujo el idealismo de Platón. Dijo: «Tiene más de poesía que de filosofía».
John Dee era también alquimista. No se dedicó a buscar la piedra filosofal, capaz de convertir en oro todo lo que tocaba. Él buscó la manera de encontrar agua en los ocultos senos de la tierra. Dijo: «El agua vale mucho más que el oro».
John Dee también era cabalista. En el infinito laberinto de la Cábala trataba de avizorar el porvenir.
Un día John Dee supo que el mundo se iba a acabar. Lo supo sin lugar a dudas por los cálculos que hizo. Dentro de 7 días -número cabalístico- la oscuridad descendería sobre la tierra, y todos los seres y las cosas desaparecerían. A nadie comunicó lo que decían sus cálculos, pero él se preparó para la muerte.
La mañana siguiente, sin embargo, el filósofo vio a una hermosa mujer y se prendó de ella. Por primera vez conoció el amor. Y supo entonces que mientras hubiera en el mundo un solo ser que amara, el mundo no se acabaría.
¡Hasta mañana!…