Cuatro cosas viejas que son buenas
Lilia García Saldívar.-
Palabras para recordar: “Hay cuatro cosas viejas que son buenas… viejos amigos, leña vieja, vinos viejos y viejos libros”
Emile Aguste. escritor y crítico francés del siglo XIX
Crujía, crepitaba la leña en la vieja chimenea, y Adela pensando, y viendo al fuego, recordaba tiempos idos; de pronto sus pensamientos tomaron forma para ella, y se vio entre las llamas acompañada de él, el pelo rizado de Román, brillaba con tonos rojizos, y su eterna sonrisa se dibujaba en su cara; ¿Cuántos años hacía que lo conocía?, la fecha se perdía en los años de su adolescencia, pero ella atesoraba en su memoria todas las frases de él, salidas de su corazón, amistoso; recordaba su risa, y su mirada quieta, embebida en ella. De pronto la escena se desapareció, y sobre los leños hechos brasa, echó nuevos leños para que no se extinguiera el fogón, y se preguntó cuántos años hacía que no lo veía, vio sin querer el calendario y el 28 de diciembre, creció ante sus ojos adormecidos… ¡Hoy precisamente hoy, había sido su primer encuentro, después de toda una vida de no verlo, sus ojos brillaron y lentamente una lágrima rodó por su mejilla, verdaderamente cuántos recuerdos de las tardes en que se veían, cuántas risas, cuántos secretos compartidos, y de pronto una llamada por teléfono aquel fatídico día “Murió Román el once de agosto” sus últimas palabras fueron para ti, se las compartió a un amigo, tal vez tengas noticias pronto, -dijo la voz por teléfono-. Y así había ocurrido, una carta había llegado con el último adiós; tomó una copa del estante, y escansió unos tragos de bebida que tomó lentamente y pensó -“Que bien sabe el vino con los viejos recuerdos”- echó una mirada a la estancia, y vio el librero lleno de libros que invitaban a la meditación y así poco a poco, al amor de la lumbre, prosiguió con sus recuerdos mientras daba pequeños sorbos a su copa de vino blanco.
Luego vino el recuerdo de su feliz niñez en la hacienda de su padre, y pensó “Que bueno que Saúl mi hermano ha seguido trabajando esas tierras”, aún recuerdo los magníficos escondites que tenía yo para que no me encontraran, y aquel amiguito que tenía, hijo del capataz de la hacienda que me enseñó a hacer papalotes, y luego a volarlos en la llanura; Miguel se llamaba ¿Qué se habrá hecho? Él tenía ganas de estudiar y curar los animales, con toda seguridad será ahora un buen veterinario, o cuando menos lo fue, pues ahora ha de ser viejo como yo; suspiró Adela y pensó “Tener amigos con quién platicar, viejos amigos, es un verdadero placer”; las buenas amistades se fortalecen con el tiempo, esa es una buena razón de vivir bien, una riqueza moral, tener amigos; por su mente pasaron varias amigas y amigos, que compartieron su juventud y sus años maduros.
De pronto Adela sintió frío, y arrebujándose en su chal, le echó otro leño a la chimenea; ahora en la soledad que vivía, su esposo muerto, sus hijos en la ciudad, y ella sola, perdida en la finca que compró su esposo a la salida del pueblo; sólo sus libros y su chimenea le proporcionaban el inmenso placer de recordar, de llenar el pensamiento.
Tomó un libro del librero, y al abrirlo cayó una rosa disecada, aún recordaba cuándo se la había dado Román y las palabras que le dijo “Me gustaron las rosas rojas para ti, porque toda tú eres un amor”. Recogió la rosa y aspiró su olor, olía a encierro, pero de sus pétalos aún salía un tenue perfume… ¿Cuánto tiempo hacía de esto? Su memoria empezó a trabajar, y recordó aquella tarde, azul en el horizonte y enormes nubes negras se arremolinaban sobre sus cabezas, al despedirse volvió a recordar las palabras de él “Espera a que pare la lluvia, no quiero que te enfermes”.
Volvió la vista a la ventana y llevó el libro con ella, luego se volvió a acurrucar frente a la chimenea y se dijo “Si no fuere por estos leños prendidos, por los recuerdos, por esta copa de vino, y por los buenos libros que nos traen la esencia de ayer”… ¡Que tarde tan triste sería esta!, y cerrando los ojos evocó el pasado desde su niñez, su adolescencia, su juventud y su matrimonio, y así quedó levemente sollozante ante la cruda realidad de hoy.
Una esquela figuraba en la plana del periódico: “Con profundo dolor, la familia Galicia, participa la muerte de su querida madre Adela G. de Galicia +” pero no decía nada de los recuerdos, ni de la copa de vino, ni los libros, ni los viejos amigos, quienes en esa última tarde de su vida al calor de los años, acompañaron a Adela en su última aventura.