Goma, República Democrática del Congo, 27 May (Notimex).- Desde hace más de 40 años, en el este de la República Democrática del Congo (RDC) el pilar de la economía local es un particular monopatín de madera.
Con él se pueden transportar todo tipo de objetos de manera relativamente rápida y a bajo coste. La prestancia física y la experiencia son requisitos necesarios para poder conducirlo. Se llama chikudu, y chikuder es el nombre de quien lo conduce.
Hay muchas dudas sobre los orígenes del chikudu. Los ancianos de Goma, la capital de la provincia oriental de Kivu del Norte, aseguran que apareció en la zona pocos años después del final del imperio colonial belga, en la década de los 60.
La leyenda dice que los carpinteros y herreros, inspirándose en las bicicletas y motocicletas importadas por los hombres del rey Leopoldo II de Bélgica, crearon un medio más acorde con las necesidades comerciales del lugar.
El chikudu mide unos dos metros de longitud. Su estructura, extremadamente robusta, está hecha de madera de eucalipto. Las ruedas, también de madera, están cubiertas con una capa de plástico hecha de neumáticos viejos.
Un eje que hace de plataforma conecta la rueda delantera con la trasera. De la rueda delantera surge un eje motor, también de madera, que se inserta en el manillar, cuya forma recuerda a los cuernos de un búfalo. Cuenta con una correa, pegada al eje, en la que se coloca la rodilla.
Los modelos más sofisticados tienen amortiguadores sobre la rueda delantera. Una de las fases más críticas para el chikuder es el momento del frenado.
Cuando el chikudu toma velocidad y va muy cargado, ralentizarlo no es tarea sencilla. El freno, que se acciona con el pie, no es más que un trozo de neumático pegado a la plataforma que se curva sobre la rueda trasera.
La vida media de un chikudu es de dos o tres años. El precio medio de uno nuevo es de alrededor de 100 dólares, una suma considerada más que honesta si tenemos en cuenta que el coste de los materiales de construcción es de aproximadamente 60 dólares.
«Fue la mejor inversión de mi vida -dice Didier Sibomona, de 24 años-, porque gracias al chikudu pude casarme con mi esposa y comprar un pequeño terreno y tres cabras. Pero no es un trabajo que pueda hacer todo el mundo. Tienes que ser fuerte, estar entrenado, no debes tener miedo al tráfico».
Las frutas y verduras que se encuentran en Goma, el principal mercado regional, provienen de los montes de Virunga. Los separa un viaje de ida y vuelta de unos 30 kilómetros.
Antiguamente, cuando la mercancía se transportaba en carretillas, se podía tardar incluso tres días para cubrir esta ruta. Con el chikudu, en cambio, se tarda solo un día.
Patrick Toubissa, de 41 años, que siempre fue chikuder, necesita la ayuda de sus dos hijos. La carga que lleva es demasiado pesada: casi cuatro quintales de cañas de bambú cosechadas en los montes de Virunga.
«Y esto no es nada -dice el hombre con una sonrisa-. Una vez que llegué a transportar el doble de este peso. Si tienes cabeza y experiencia, puedes llevar de todo en el chikudu. Si eres bueno, puedes llegar a ganar 15 mil francos (unos 10 dólares) por día».
La mayor parte de la población de la RDC vive con menos de dos dólares por día. La posibilidad de ganar cinco veces más convirtió al chikuder en una de las profesiones más deseables y respetables en Kivu del Norte.
Las calles de Goma, la mayoría de las cuales no están pavimentadas, están invadidas por miles y miles de chikidus que se mueven con agilidad -llenos de sacos de patatas, tanques de agua, materiales de construcción, entre otras cosas- entre las moto-taxi y los jeeps blancos de la ONU y las grandes ONG internacionales.
El chikuder se convirtió en el símbolo de Goma, hasta el punto que incluso se le dedicó una estatua en una de las glorietas centrales de la ciudad, rebautizada como Plaza Chikudu.
La obra, de color dorado y de al menos tres metros de altura, lleva la firma de Freddy Libeba, un conocido artista local, y fue financiada en su totalidad por Vanny Bisweka, uno de los empresarios más ricos de Kivu del Norte.
«Cada vez que paso por Plaza Chikudu -dice Emmanuel Ngando, de 21 años- y veo esa estatua, me siento muy orgulloso. Pienso que hago trabajo que mereció una estatua. No pude estudiar, pero la gente me trata igualmente con respeto”.
“Y esto gracias a mi chikudu, al que le puse nombre, Paul, porque para mí es más que un objeto, es uno más de la familia. Todos los días Paul y yo recorremos kilómetros y kilómetros, trabajamos mucho, pero vale la pena porque conseguimos alimentar a nuestros seres queridos», finaliza.