México, 4 Ago (Notimex).- El primer lugar donde se debe evitar que la naturaleza se extinga es en nuestra mente, ya que si el hombre pierde su conexión con la biodiversidad, difícilmente se inclinará a defender y proteger algo que no considera suyo.
Así lo advirtió el director general de Comunicación de la Ciencia de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio), Carlos Galindo Leal, ante el hecho de que la tierra pudiera estar rebasando el límite de sus recursos.
En entrevista con Notimex, el especialista destacó que la verdadera conservación y protección de la naturaleza comienza a partir de la conexión que el hombre puede y debe sentir con su entorno, un hecho que hoy parece estar también en peligro de extinción.
Como ejemplo expuso el caso de muchos niños y jóvenes que viven en las modernas ciudades, donde hay una desconexión tan fuerte de lo que es el origen de muchos de los productos que consumimos “y pensamos que todo proviene de un supermercado”.
“Si tu le preguntas a un niño de donde viene la leche, muchos dicen que del refrigerador o de una caja de cartón. Pero si les comentas que viene de una vaca que vive en el campo puede que asimilen la imagen de una marca, pero no tienen idea de todo el proceso que se tiene que llevar a cabo para conseguir esa leche”, explicó.
Si consideramos que ese es un problema que comenzará a generalizarse aún más, debido a que para el año 2050 cerca del 80 por ciento de la población mundial vivirá en las ciudades, es momento de reforzar las acciones necesarias para que las nuevas generaciones no pierdan ese vínculo con la naturaleza.
Todo comienza desde la infancia, ya que “hay gente que dice que cuando los niños no pasan por esa etapa de jugar en parques, subirse a los árboles o ensuciarse con la tierra, van perdiendo una serie de habilidades recreativas y de observación que solo se pueden dar en la naturaleza”.
Este problema se agrava más si consideramos que hoy muchos niños y jóvenes son prisioneros de la modernidad al esclavizarse de sus celulares y tabletas, con lo que no solo se hacen ajenos a la naturaleza sino también a la sociedad misma.
En ese sentido, mencionó que la Conabio ha impulsado desde hace años la Ciencia Ciudadana, que consiste en invitar a la gente a participar a partir de sus puntos de referencia como sus casas o sus fuentes de trabajo para relacionar la biodiversidad que los rodea.
Galindo Leal aseguró que este simple hecho ha ayudado a que mucha gente que ordinariamente se había vuelto insensible a la naturaleza que le rodea, hoy esté pendiente de todos los seres vivos que, por increíble que parezca, continúan conviviendo con nosotros a pesar del avance de la mancha urbana.
Indicó que muestra de ello es que en la ciudad se ha podido documentar la presencia de al menos 150 especies de mariposa y más de 300 aves, “sin embargo, si hiciéramos una encuesta y preguntáramos cuántas aves conoces, pues difícilmente pasaríamos de mencionar cinco”.
“Y lo mismo pasa con los árboles, cuántos tipos de árboles conoces de los que se encuentran en la ciudad. Seguramente muchos no pasarán de mencionar el pirul, el ficus o el pino, y entonces uno podría preguntar a cuál de todos los pinos existentes te refieres”, refirió.
Es ahí en donde comienza la aventura para muchos, pues al ingresar a los programas de Ciencia Ciudadana muchos comienzan a reactivar su curiosidad por saber qué más puede encontrar en la ciudad, y entonces terminan por descubrir que la urbe continúa siendo un ecosistema viviente que prevalece entre planchas de concreto y asfalto.
“Por ejemplo, sabías que en la Ciudad de México solo hay dos tipos de palmera. Una es la palmera que se encuentra en avenidas como Xola, en la colonia Narvarte y que provienen de las Islas Canarias, donde por increíble que parezca están en peligro de extinción”, dijo.
Esta palmera es familiar de las que producen dátiles, y aunque sus frutos no son comestibles como los mismos dátiles sirven para hacer una bebida alcohólica llamada guarapo, “y de ahí viene el concepto de guarapeta”, apuntó.
En cuanto a las otras palmeras que solemos encontrar, provienen de los oasis de Baja California y es la palmera alta con hojas en forma de abanico, “y así podríamos seguir investigando y descubriendo más y mas cosas hasta llegar el momento de querer saber más”.
Ese pues es el reto de las nuevas generaciones, reactivar su conexión con la naturaleza, ya que de esta manera se vuelve a generar esa consciencia que impide que incurramos en actos inconscientes como “tirar basura a diestra y siniestra” o “cortar árboles y destruir áreas verdes” porque los consideramos parte nuestra.
Recordó que en Canadá existe la consciencia de lo que son “los bienes públicos” y es la que hace que al presentarse un incendio “todos se activen y busquen la manera de controlarlo, aunque el incendio se encuentre en la otra costa de donde uno vive”.
En México esta consciencia está muy limitada a nivel local, por lo que si se presenta un problema que afecta a la vaquita marina, por ejemplo, “pero yo vivo en Yucatán, pues pensamos erróneamente: eso pasa allá, a mí no me afecta”.
La vaquita marina es una especie que lo mismo pertenece a bajacalifornianos que a yucatecos, y lo mismo el jaguar es de los chiapanecos como de los neoleoneses, “y ese es el reto al que hoy México se enfrenta, el de reactivar esa consciencia”, puntualizó.
México enfrenta una falta de cultura de consciencia sobre su biodiversidad y la muestra la vemos en la forma en que los ciudadanos tratan a las áreas verdes.
Muestra de ello es que muchos ciudadanos piensan que “las jacarandas son muy sucias porque tiran muchas hojas”, y en el afán de limpiar barren las hojas y en lugar de utilizarlas como abono para los mismos árboles, terminamos por tirarlas a la basura rompiendo con un ciclo natural.
“No entendemos que estamos conectados y que la naturaleza misma nos da muestra de como utilizar los desechos reciclando de manera natural, los árboles tiran hojas cuando éstas mueren, pero a su vez conforman la composta que habrá de alimentar a la tierra para el futuro».
El experto insistió en que México como el mundo se enfrentan ante el reto de “evitar que la naturaleza se extinga en nuestro cerebro”, porque de lo contrario no habrá programa lo suficientemente eficiente para proteger lo que hoy parece estarse acabando ya.