diciembre 15, 2024
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noviembre 3, 2018 | 202 vistas

Mauricio Zapata.-

Cd. Victoria, Tam.- Es la casa de los muertos. El lugar en donde descansan eternamente miles y miles de personas.

Es un lugar en donde 364 días del año se mantiene en silencio.

Es el lugar de la nostalgia y una sucursal de la tristeza.

Es un lugar sin vida…

Pero cada año, ese sitio, en donde están los muertos, cobra color. Cobra esencia. Cobra recuerdos. Cobra bullicio.

De la tristeza pasa a la alegría. Del silencio a la música. De la nostalgia a los recuerdos y los recuerdos hacen que ese lugar tenga vida.

Es el día en que la casa de los muertos cobra vida.

MÚSICA, COMIDA Y BEBIDA

Es dos de noviembre. A lo lejos se escuchan los acordes de un mariachi interpretando “Amor eterno”, que se mezcla con un trío de “fara-fara” que canta, “Mujeres divinas”.

En la víspera había flores secas, pasto crecido, un color marchito; pero de un día para otro cambió a flores frescas. Un color anaranjado y verde, y mucho movimiento.

La verbena comienza desde el exterior de los panteones; en el caso del municipal, es decir, el del Cero Morelos, varios negocios con venta de comida como tortas, tostadas, cascarones de harina, flores y adornos para las tumbas se ofrecen a los visitantes.

La circulación sobre las calles aledañas son cerradas para permitir que varios comerciantes pudieran establecer sus negocios sin peligro, pero también para evitar las aglomeraciones de los visitantes.

Al interior del Panteón Municipal varias tumbas se encontraban llenas de color, adornos de plástico, flores, corozo, copal quemándose, cerveza, oraciones y hasta música para el difunto.

Los capitalinos no solo habían llegado a celebrar a los niños, día conocido como de “todos los santos”, sino también a convivir con sus familiares adultos muertos.

Mientras tanto, en los alrededores varios niños con cascarones y bolsas con harina se divertían aventándose el polvo en la cabeza, muchos de los cuales “parecían viejitos” con tanta harina en la cabeza.

 

LA VIUDA SOLA

En el fondo, la tumba de don Manuel. Ahí Margarita su viuda, está sentada a un lado en un banco de madera. Sobre la tumba una botella de tequila, dulce de calabaza y un plato de arroz con mole.

La placa de la tumba dice: “Manuel, tus hijos y yo nunca te olvidaremos (…) Manuel Rodríguez E. (1925-2001)”. Desde entonces Margarita le lleva cada domingo flores, dice, pero cada año se queda horas contemplando la tumba de quien fuera su esposo.

Más allá, hay alegría. El “fara-fara” canta un corrido, hay una señora mayor, dos hombres de unos 50 años, dos señoras de unos 48 o 50 años, tres muchachos de entre 20 y 25 años de edad, dos chicas de unos 23 años y tres niños de entre tres y cinco años. A un lado una hielera con cerveza. El asador ya está listo y comienzan a echar la carne y unas piernas de pollo.

Hay alegría, todos cantan, los niños juegan. Comen y beben. Recuerdan a quien fuera el patriarca de esa familia un don Feliciano Espinoza que falleció en el 2007, pero había nacido en 1932. Cada año lo recuerdan.

En los alrededores, muchos comerciantes ofrecían diversos productos, la mayoría adornos y comida, además de los cientos de adolescentes que ofrecían llevar agua para lavar las tumbas por diez pesos la cubeta, quienes se ubican en las entradas al camposanto, en las inmediaciones de los tanques, principalmente en la entrada.

Hay mucha gente. Todos llevan flores. Algunos permanecen horas y horas en el lugar, otros, sólo un momento.

 

YA NO ES COMO ANTES

Pero entre menos se gaste, mejor. La economía capitalina no pasa por sus mejores momentos, por ello, las ventas son menores que en otros años, según comentan los propios vendedores.

Para don José Sánchez, la venta de flores y ramos, en esta temporada, no es ni la mínima parte de otros años; la crisis económica y la falta de empleo está cada día más difícil, dice el comerciante con tristeza, ante ello las personas prefieren comprar flores de plástico, ya que estas son reciclables y de mayor duración.

“Ya vendemos menos, la gente no tiene dinero, te anda regateando. Las ventas han caído mucho y ya no sale, apenas da esto para comer. Ya no es como antes”, lamenta.

Pero hay algunas tumbas que siguen solas, enmontadas y con basura. Ahí sigue la muerte, ahí no llega la vida, sin embargo, son más las que tienen esa alegría, ese bullicio del Día de Muertos.

Por otro lado, en otro de los panteones también acudieron para dejar ofrendas a sus seres queridos fallecidos, mientras en los alrededores se vivía un ambiente de romería con las vendimias, persecuciones con harina y huevos de confeti en la mano, el sonido de los mariachis o alguna que otra grabadora que a todo volumen sonaba con la melodía de la preferencia del finado.

Los inspectores y personal del Ayuntamiento se entremezclaron entre los negocios ambulantes, los comerciantes no quisieron revelar cuánto les cobraron por el derecho de piso; aún así, desde la entrada, flores, dulces, refrescos, y hasta accesorios para celular y comida se ofrecían a los visitantes.

Y así, como cada año los panteones cobraron vida, enseñaron que la tradición sigue presente, que los muertos siguen vivos con los recuerdos y que la familia siempre será su centro.

Más tarde, el camposanto regresó a su estado normal: la casa de los muertos, donde priva el silencio y la nostalgia.

 

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