diciembre 13, 2024
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noviembre 4, 2018 | 345 vistas

San Remigio, Filipinas, 4 Nov (Notimex).- Encerrados en una jaula en el bosque o encadenados al tronco de un árbol: este es el trágico destino de los enfermos mentales en las zonas rurales de Filipinas.

La espesa vegetación es útil para esconder. Las barras de hierro escapan a cualquier ojo que no esté atento. Al acercarse, se observa inmediatamente una figura inquieta, que se mueve de un lado al otro de una prisión de poco más de tres metros cuadrados.

El detenido se llama Theodoro Bucado, tiene 38 años y no sale de este apestoso agujero desde hace más de 10 años.

«Es lo peor que le pasó a nuestra familia». Krisanta, la anciana madre de Teodoro, estalla en lágrimas en cuanto se habla de su hijo. No puede apartar la vista de la cerradura de la jaula y de la zanja con los excrementos.

«Me enfermé estando a su lado -continúa la mujer-, y mi hija tuvo que dejar los estudios. Gastamos todo el dinero que teníamos por él. Nos dijeron que sufre de esquizofrenia».

Estamos en el pequeño pueblo de Kayam, en el distrito de San Remigio, en el norte de la isla de Cebú. En la zona hay muchos casos como el de Theodoro, quizás cientos.

Rey Mangayo, el director de Pads, una asociación humanitaria local, sostiene un mapa: «basta con preguntar por aquí y aparecen como hongos. Algunos están en jaulas, otros encadenados. Es algo espantoso”.

La interacción más cercana con la medicina a la que tienen acceso personas como Theodoro es la rara visita de voluntarios no especializados.

Tienen medios para dispensar medicamentos antisicóticos viejos, pero son insuficientes para tratar a personas tan vulnerables.

«A las familias -asegura Rey- hay que entenderlas. ¿Cómo pueden cuidar a sus seres queridos sin la menor ayuda por parte del estado?. Por aquí el primer siquiatra lo vimos hace 20 años”.

“Si hay algo que va mal acuden al chamán; muchos de ellos son baratos. Corresponde a las asociaciones y las autoridades hacer entender a los familiares que estamos hablando de enfermedades”, refiere.

Alejandro Rodrigo tiene 35 años. Desde hace siete años vive con el tobillo encadenado al tronco de un árbol a unos 30 metros de la casa de su familia, en el pueblo de Agooho Daan, también en el distrito de San Remigio.

La espesa vegetación le permite estar siempre en la sombra. Un agujero cubierto con una pieza de hojalata sirve de retrete.

«Un terrible accidente de motocicleta -cuenta su hermana Marj- y haber presenciado un asesinato son los traumas que lo llevaron a volverse loco. Había empezado a matar a los animales de los vecinos, así que decidimos encadenarlo».

En noviembre de 2013 el tifón Yolanda tocó tierra en Filipinas. Se contabilizaron más de seis mil muertos y 28 mil heridos. Los daños económicos fueron inestimables.

En ese momento, Jona Mae Flores, de la aldea de Takop, tenía solo 13 años. Fue demasiado para ella. Aún hoy, apenas caen dos gotas de lluvia, comienza a maldecir y a gritar a los cuatro vientos.

«Apenas habla -dice su madre, Thelma- y siempre tiene la mirada perdida en el vacío. Tuvimos que atarla con una cadena porque por la noche siempre se escapaba. Le construimos esta pequeña choza, al menos no está al aire libre».

Todos los enfermos identificados por Rey Mangayo fueron ingresados en el Departamento de Siquiatría del Hospital Vicente Sotto de Cebú City, la capital de Cebú.

Desde San Remigio hay aproximadamente tres horas en autobús, un boleto que afecta notablemente los ingresos de los familiares de los enfermos.

Además, el gasto promedio anual en los medicamentos recetados por los médicos es de mil 500 dólares, una cifra impagable para la gran mayoría de la población filipina.

“Esto no ocurre solo en San Remigio -explica el doctor Renato Obra, el jefe de Siquiatría-, sino que se da en otros lugares de Filipinas. También aquí, en Cebú City. Una vez me sugirieron ir a ver a un paciente encadenado al tronco de un árbol”.

Afirma que “es algo realmente inhumano, de otro tiempo. Pero hoy hay medicamentos modernos capaces de curar”.

“A menudo se trata de enfermedades genéticas, pero lo que es interesante es el desencadenante, es decir, lo que hace que estalle, que casi siempre es un trauma. En estas latitudes hablamos de huracanes, terremotos, violencia doméstica», dice.

«Sin embargo -continúa-, la salud mental no es una prioridad para nuestro gobierno. ¿Sabéis cuántas personas hay en Filipinas con trastornos psicóticos? El uno por ciento de la población total».

Se trata de una cifra cuando menos impresionante si se tiene en cuenta que los filipinos son más de 100 millones.

Todos los días los médicos del Departamento de Siquiatría visitan a entre 60 y 100 pacientes. El edificio, el único especializado en Siquiatría de toda la isla, puede aceptar hospitalizaciones solo durante unos días y solo en los casos más graves.

Esto se debe a los pocos fondos de los que disponen. Así, los familiares se ven obligados a llevarse a los enfermos a casa con una pequeña cantidad de medicamentos proporcionados por el hospital.

Mientras los pacientes toman los medicamentos, hay mejoras evidentes. Pero una vez que se terminan, las familias no tienen más remedio que condenar a sus seres queridos al cautiverio.

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