Álamos, Son., 3 Feb (Notimex).- Son las 10 de la noche y don Jaime Ruiz todavía sigue trabajando. Su vista se nota cansada, las finas piezas se le resbalan de las manos y sus pulmones le exigen respirar un aire más puro que no se mezcle con el gas que expide del soplete.
El termómetro registra los 7° y aunque el fuego es su herramienta principal de trabajo, don Jaime prefiere no quitarse la chamarra porque el frío comienza a calar en su puesto ubicado al exterior de las calles Ignacio Zaragoza y Alberto Gutiérrez, en el centro histórico del pueblo mágico de Álamos.
A su costado se encuentra su esposa Carmen, abrigada con una ligera chaqueta y sorteando un persistente cuadro de tos. Por momentos cabecea sentada en un banco, pero sin perder de vista a los clientes que aún llegan a comprar.
Abajito de ella está Suki, su perro french poodle que siempre los acompaña, aunque desde hace una hora él sí optó por dormir.
“Jaime, ya vamos a cerrar”, insiste Carmen, pero él desea terminar las piezas de vidrio que le faltan para reemplazar a las que hoy se vendieron y así, al día siguiente, pueda abrir su puesto con toda la mercancía completa.
Hace más de 40 años que Jaime Ruiz se dedica a elaborar pequeñas figuras de vidrio soplado. Aprendió la técnica cuando tenía 20 años y vivía en Tijuana, pues no salía del taller de un americano. Desde hace 15 años acude al Festival Alfonso Ortiz Tirado (FAOT) para venderlas.
“Son artesanías hechas a mano, no existe ningún tipo de moldes, tú eres quien va moldeando el vidrio. Se cree que la tradición nació en Puebla y se fue perfeccionando poco a poco en otras ciudades.
Luego de que yo aprendí, mis hermanos se dedicaron a lo mismo, así como dos de mis hijos que viven en Ensenada, Baja California”, explicó a Notimex en entrevista.
Aunque el vidrio alemán y el americano son los mejores, don Jaime Ruiz adquiere el que proviene de China.
“No es mala la calidad, pero sí es más barato. Uno tiene que buscarle a lo más económico que nos dé a ganar, pues aunque las figuras exigen su tiempo de elaboración, la gente no valora la mano de obra, te pagan por el tamaño o por el tipo de figura”.
Durante mucho tiempo se dedicó a la exportación de las piezas. “Me daban el material y yo lo llevaba a varias partes de Tijuana y Tecate, de ahí se iba a Estados Unidos, pero cuando surgió lo del libre comercio, los chinos comenzaron a traer sus figuras. Las hacían con un torno y sacaban miles en un día.
“Yo me encargaba de seleccionar las que estaban bien y las que no las volvía a echar al torno. Eran muchas las que tenía que descartar porque jamás se compara el trabajo de una máquina con el que hace un artesano. Un artesano lo hace con esmero, con pasión y cuidando cada detalle, la máquina solo hace”.
Para trabajar, don Jaime requiere el uso de guantes, pero cuando era joven ni siquiera pensaba en ellos.
“Ahora es distinto porque las manos se calientan y ya no aguanto el fuego, me empiezan a doler y se me caen las piezas. En ocasiones saltan chispas o se me olvida que el vidrio está caliente y me quemo, pero son heridas muy ligeras, terminas por acostumbrarte y seguir”, añadió.
Con la vista sucede igual, los ojos se calientan y después de un rato comienzan a doler. Por eso, además de sus anteojos graduados, ocupa unas gafas con protección solar. Son lentes compuestos que improvisó, pues quitó las patillas a las gafas para unir ambos armazones a través de una cinta adhesiva.
En su puesto, que luce muy iluminado, yacen figuras de todo tipo que coloca sobre espejos para que se reflejen y luzca mejor el vidrio. Hay unicornios, flores, elefantes, dragones, delfines, jirafas, caballos, pájaros, corazones, angelitos, floreros, virgencitas, colibríes y hasta alebrijes.
“Si nada de lo que hay exhibido les agrada y traen una foto del objeto que quieren, yo se los hago. Para vender tienes que aprender día con día y adaptarte a los gustos de la gente”.
Un dragón pequeño le exige una labor de por lo menos hora y media. Hay adornos que son de una pieza completa y no se permiten las pausas en su elaboración porque el vidrio se enfría y todo se echa a perder, se truena.
El taller del artesano se encuentra en Hermosillo, Sonora. Es allá donde fabrica toda su mercancía. En las ferias y festivales donde participa, solo trabaja en los reemplazos.
“Hay gente me pide figuras bañadas en oro y también se las hago. Es oro líquido de bajo kilataje, pero al fin oro. Para hacer esas, tengo que meterlas a un horno que caliento a mil grados para que fije el metal”.
Don Jaime Ruiz recordó que de 2007 hacia atrás vendía mucho. En una semana se le acababa toda la mercancía, pero ahora ya no es lo mismo, cada vez cuesta más vivir del vidrio soplado.
“Mucha gente se detiene a ver las figuras. Las levanta y observa a detalle todo lo que hay. Me las chulean mucho, pero después de tocarlas y preguntar el precio, ya no las compran porque no les alcanza el dinero y me regatean.
“Yo les explico que es mi trabajo, que es cansado elaborarlas y que ese es el costo. Pero me responden que el país está en ruinas, que ya no se gana como antes y que como no es un artículo de primera necesidad, no tiene caso comprarlo y se van”.
La flor con raíces tiene un costo de 300 pesos, por el dragón pide 350, mientras que el caballo vale 250 y el venado también.
“Puedo perfeccionar las flores, hacerles a detalle sus pétalos y hojas, pero aquí no me las van a comprar. En cambio, si me voy a zonas turísticas como Puerto Vallarta, un gringo sí la adquiere hasta por 60 dólares, pero en los pueblos de México no puedo vender un producto en más de 700 pesos porque la gente no trae dinero”.
Las herramientas que utiliza son pinzas que él mismo fue construyendo para facilitar el modelado. Para fundir el vidrio ocupa un soplete del que sale oxígeno y gas metano.
“En una semana me acabo un tanque de gas que me cuesta en 200 pesos y el cilindro de oxígeno me sale en 500. Antes compraba pinturas americanas especiales para vidrio, ahora ya aprendí a hacerlas y me sale más barato.
“Las preparo con laca transparente y pigmento. Durante un tiempo adquirí las de vitral, pero son caras y están muy descoloridas”, comentó.
“Insisto, uno tiene que buscarle para poder ganarle un poquito más a las cosas que uno vende y que salga lo suficiente para comer y para vivir. Mis hijos ya están grandes y ya hicieron su vida. A mí me queda mantener a mi esposa, mantenerme a mí y a Suki que solo quiere comer, jugar y dormir”, concluyó.