Rubén Jasso.-
Noche de jueves. Un escurridizo Diego Armando Maradona se escabulle del aeropuerto Pedro José Méndez para evadir a decenas de personas que aguardan su llegada.
De pronto, el ex futbolista argentino ya ocupa el primer asiento del autobús y desde ahí saluda a quienes llegaban con la ilusión de obtener su firma en alguna playera o la fotografía del recuerdo junto al ex campeón del mundo en México ‘86.
La llegada al hotel del Ocho Bulevar Tamaulipas no es tan diferente, pues otras decenas de personas se arremolinan para ver de cerca al “Pelusa”, quien es escoltado celosamente por integrantes de su mismo equipo y rápidamente pasa al lugar donde descansaría por dos noches.
Las personas se retiran, pero se marchan con la esperanza de poder abordarlo al día siguiente.
El viernes transcurre con normalidad hasta las cinco de la tarde, cuando empiezan a llegar aficionados que desafían el frío e intentarán de nuevo acercarse al argentino, pero la aventura es en vano. El equipo sale por una puerta trasera y el autobús, escoltado por patrullas, se enfila a toda velocidad hacia el estadio Marte R. Gómez.
Los jugadores salen a la cancha para los ejercicios de calentamiento, pero el técnico aguarda hasta el arranque del partido… y entonces es hora de comenzar el “show”.
El hombre catalogado por miles o millones como el mejor futbolista en toda la historia del balompié a nivel mundial, sale a la cancha, vestido con un pants gris, con sudadera y gorra en color negro.
Las cámaras se enfocan hacia la figura del “Pelusa”, quien a paso lento se enfila hacia la banca, mientras los reporteros gráficos tratan de acercarse al protagonista de la noche, pero los elementos de seguridad imponen un cerco imposible de romper.
Dos comunicadoras le solicitan la fotografía del recuerdo y reciben una respuesta positiva del argentino.
Juan Carlos Chávez se acerca a la banca visitante para saludar al estratega rival, sin imaginarse que estaba a pocas horas de recibir el cese como director técnico de Correcaminos.
El balón comienza a rodar y todo es tranquilidad en el banquillo del equipo visitante. Maradona se mantiene sentado mientras su auxiliar José Martínez gira indicaciones a los integrantes del “Gran Pez”.
No pasa mucho tiempo y llega el gol de Dorados. El playera número seis, Fernando Arce, cabecea con tal efectividad que vence al “Gansito” Hernández al minuto 12 y estalla el júbilo en la banca visitante.
Maradona festeja esa anotación que es como una bocanada de oxígeno en ese momento por la presión de llegar con tres derrotas en el torneo, aunque falta mucho para terminar el partido.
Poco a poco, el argentino empieza a hacerse cargo él mismo de las indicaciones. Levanta la mano, alienta a sus jugadores y empieza a cuestionar las decisiones del silbante Abraham de Jesús Quirarte Contreras, pero todavía con mesura.
El reloj de la pantalla indica que se han disputado 43 minutos de la parte inicial y viene un “patadón” del zaguero de Correcaminos, Darwin Torres, sobre Jesús Escoboza a la altura de la media cancha… y entonces Maradona “explota”.
Todos los integrantes de Dorados exigen la tarjeta roja pero el central saca la amarilla.
El “Pelusa” pasa la línea del medio campo y reclama airadamente al tiempo que el también argentino Gonzalo Rocaniere se acerca para saludarlo y lo tranquiliza, recibiendo como respuesta un beso en la cabeza por parte del estratega.
Termina la primera mitad y las miradas las sigue acaparando el campeón del mundo en 1986, a quien muchos en su país lo identifican como “D10S” por haber utilizado en la selección albiceleste ese emblemático número.
La segunda parte no es tan diferente a la primera, aunque el equipo de Juan Carlos Chávez parece más “echado” al frente, pero sin claridad alguna. Dorados hace su juego y deja que el tiempo se vaya consumiendo.
Las protestas de Maradona van subiendo de tono conforme avanzan los minutos, pero también sufre, intercambia opiniones con sus asistentes, modifica y mueve a sus jugadores para tapar cualquier hueco.
Camina sobre la pista de tartán y mientras vuelve a la banca, saluda en varias ocasiones hacia la tribuna de Plateas al escuchar que corean su nombre, una, dos, varias veces. Se voltea la visera de su gorra como diciendo que la jornada ha sido dura.
Entran en la recta final y Dorados sigue al frente. Correcaminos no sabe por dónde hacer daño. Entonces Óscar Sánchez se atreve a disparar desde fuera del área y Gaspar Servio vuela para atajar el remate con etiqueta de gol. No pasa nada después.
La primera victoria de Dorados está cerca. El cronómetro indica que se han jugado ya 44 minutos del segundo tiempo… y entonces aparece “el villano” del partido.
Edgar Allan Morales Olvera, el cuarto silbante, indica en su tablero electrónico que se agregarán seis minutos, decisión que enfurece a toda la banca visitante, mientras que el juez central da su visto bueno.
Con ironía, Maradona “aplaude” la determinación del cuarto árbitro y suelta un “rosario” de palabras que pasa a otro nivel al retar a golpes a Morales Olvera, mientras los asistentes del argentino tratan de calmarlo y aparentemente lo logran.
Pero el silbante Quirarte Contreras decide echarlo al minuto 48, mandando a los vestidores a la leyenda viviente del futbol y por quien varios comunicadores ya esperaban en la sala de prensa del estadio, truncándose con la expulsión, la posibilidad de tener de primera mano las impresiones del mítico ex futbolista.
Termina el partido con victoria para Dorados y en el vestidor empieza la fiesta. Maradona recibe con un fraternal beso a cada uno de sus jugadores y todos empiezan a entonar un cántico por el primer triunfo del torneo, mientras que el estratega se mueve, baila con soltura y todo es alegría en ese pequeño espacio.
La gente se amontona alrededor de la “jaula” que protege al autobús esperando la salida del técnico argentino, quien dirige un saludo antes de abordar y marcharse de nuevo al hotel, dejando atrás un sabor agridulce por el poco contacto que tuvo con quienes querían saludarlo, señalando muchos su falta de humildad, mientras que otros simplemente querían ver en persona al también llamado “Pibe de oro” y con eso les bastaba.
Niños, jóvenes y muchas personas mayores, desafiaron el frío la noche del viernes, contabilizando más de ocho mil 500 almas las se dieron cita en el estadio Marte R. Gómez para ver de cerca al legendario “10” de la selección albiceleste, quien disputó cuatro Mundiales de Futbol y defendió las camisetas de Argentinos Juniors, Boca Juniors, Barcelona, Nápoli, Sevilla y quien terminó su carrera en clubes de su país, protagonizando a lo largo de su vida, muchos episodios alejados de los buenos ejemplos, aunque sus logros deportivos siempre serán incuestionables.