CIUDAD DE MÉXICO, mayo 9 (Notimex)
Hace cuatro años el cineasta mexicano Bruno Santamaría se adentró en El Roblito, un pueblito en el estado de Nayarit conocido por su alto índice de violencia, y teniendo como cómplices a cuatro niños levantó “Cosas que no hacemos”, su segundo documental.
Contrario a lo que pensaba sobre la posible guerra entre el crimen organizado, el realizador mexicano fue testigo de cómo la violencia en esa localidad ubicada en los límites de Nayarit y Sinaloa proviene del núcleo familiar y los amigos.
Con el objetivo de crear lazos entre él y la comunidad, el documentalista impartió un curso de video en la escuela primaria y realizó diversas proyecciones de cine durante los ocho viajes que realizó de manera intermitente durante cuatro años.
El documentalista llegó a El Roblito de manera orgánica, pues con el objetivo de hacer una reflexión de la violencia en México a través del cine viajó a Sinaloa, donde un tío que es periodista y otros amigos lo acercaron a diversos contextos.
Su inquietud por conocer historias de quienes habitaban ahí lo llevó a conocer a otras personas que lo trasladaron a la isla donde hay unos 250 habitantes y “contrario a lo que me habían dicho, vi a un montón de niños jugando beisbol en un campo”.
Es así como en su documental “Cosas que no hacemos” se presenta la historia de Arturo, un niño que tenía mucha inquietud por vestirse de mujer y lo molestan por ser el gay del pueblo. La segunda historia es la de Juli y Estrella, quienes mantienen una amistad que se romperá por el “bullying”.
La tercera historia que amalgama la cinta es la de Carlitos, un niño a quien su mamá abandona por irse a trabajar al pueblo de al lado. “Él se queda en la isla solo, extrañando y esperando a que su mamá vuelva, pero como no lo hace decide ir a buscarla y confronta por qué se fue”.