diciembre 14, 2024
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julio 22, 2019 | 175 vistas

Mariana Castañón.-

Hace algunas semanas, miembros de la Comunidad Filosófica de Monterrey abrieron un debate en la radio sobre la corrección política. Como se le estuvo haciendo promoción en Facebook un tiempo antes, puse un recordatorio para recordarme sintonizar la estación el día del evento, pues sonaba interesante. Con audaz arrogancia reproduje la transmisión, con la asunción personal de que la corrección política no me era un tema ajeno. También lo hice con una fuerte postura a favor de ella, adquirida de razones que había absorbido aquí y allá en la red. No obstante, aunque sabía de qué iba y por qué la apoyaba, estaba consciente de que mis argumentos de defensa eran débiles, porque no estaba suficientemente empapada del tema. Así que lo sintonicé con la intención de fortalecer mi postura, porque nadie me iba a cambiar de opinión acerca de cómo un término políticamente correcto como “afrodescendiente”, es más respetuoso que “negro” y por lo tanto, una mejor manera de referirnos a las personas de color.

Al final del debate, casi todos coincidieron en que la corrección política era una postura consciente, siempre y cuando los cambios no fueran solo cosméticos. Ganaron los buenos, pero el resultado estuvo lejos de ser satisfactorio para mi propia agenda. Independientemente de la victoria, no podía entender cómo una persona tan letrada pudiera estar en contra de dirigirnos más respetuosamente a las minorías y a la búsqueda de alternativas lingüísticas para las expresiones que hoy en día son ofensivas. Digo, la mujer nunca se pronunció abiertamente en contra de esto, pero como estaba en contra de lo políticamente correcto y para alguien que trabaja con letras, lo políticamente correcto es el cuidado en el lenguaje, yo asumí lo que quise. Además, surgieron acusaciones delicadas. Apoyaba al equipo ganador, el mismo que durante el debate había sido tildado de fascista y eso no se siente como una victoria en absoluto. Al final, terminé sin postura, sin argumentos y con dos preguntas: ¿Qué abarca el fenómeno de la corrección política y por qué causa tanto conflicto?

Los siguientes días me di a la tarea de investigar un montón de artículos que pudieran dar respuesta a esas interrogantes. Traté de leer en especial aquellos que criticaba mi postura anterior, porque quería entender la lógica detrás de su pensamiento. Y entre más leía, más confundida me sentía. No podía simpatizar con Trump cuando despotricaba contra los reporteros que le pedían que utilizara sustantivos no discriminatorios. Pero cuando los artistas se quejaban de que la corrección política estaba propagando una censura infantil en la industria, tenía que darles la razón. Después de ver tantas interpretaciones de lo “políticamente correcto”, perdí la esperanza de encontrar una definición de libro. La corrección política era un príncipe Hamlet afrodescendiente, la atenuación de la violencia en las películas, el lenguaje inclusivo y la prohibición de Caperucita Roja en Estados Unidos. O sea, algo que cada quién percibía según su rubro o intereses.

Me quedaba claro que lo políticamente correcto podía encontrarse en cualquier lado y que podía ser bastante subjetivo. También, que aunque las intenciones detrás de este fenómeno son nobles y coherentes, la ejecución a menudo cae en actitudes inquisitorias, fascistas y de censura. Porque, aunque consideremos justa nuestra causa, no significa que al imponerla estemos haciendo justicia. Cuando señalamos y corregimos sin llegar a un cambio en los fundamentos, no logramos nada o logramos muy poco. Lo políticamente correcto sirve como guía, pero solo para quienes ya están dentro y avanzando en un proceso de aceptación del otro. Para quienes no han iniciado su reflexión es solo el inicio de una inquisición moderna. Y la verdad es que no están del todo incorrectos al pensar de esta manera. Por eso, con la cola entre las patas, fui coincidiendo cada vez más con la forma en la que el comediante W. Kamau Bell definía este fenómeno: “Una forma de que la gente blanca que no había pensado cómo ser inclusiva, pudiera serlo”.

Pero la corrección política no es del todo mala. Tiene una premisa interesante, que parte del respeto y la dignificación de los individuos y las minorías. Su pecado recae en darle más importancia a lo que es correcto y no a lo que es realmente efectivo. Cuando nos detenemos solo en lo que es cortés o civil olvidamos la razón por la que se hace todo esto: la promoción del respeto o bienestar. Cuando una persona utiliza términos considerados peyorativos, ¿cuál es la intención comunicativa? ¿Importa más la palabra que la forma en la que la está usando? ¿Está siendo amigable, ingenuo, o realmente quiere hacer daño? Antes de responder esto, hay que considerar que está claro que no podemos pensar por las demás personas. Según la historia de vida de cada uno, habrá a quienes ciertos términos les molesten más que a otros. Si estamos en una situación en la que lastimamos a alguien en nuestra comunicación, queda pedir disculpas y tomarlo en consideración a la próxima vez. Omitir esto no significa ser honesto u auténtico, solo grosero.

Solía estar a favor de lo políticamente correcto. Solía creer que era una de las formas en las que el mundo podía cambiar a cachitos. Pero lo que cambia el mundo a cachitos no es la corrección, sino el respeto que motiva esa corrección. Después de todo, el progreso no se alcanza por medio de guardianes de la moralidad. De hecho, nuestra historia humana nos ha enseñado que a menudo provoca todo lo contrario. Este tema es uno de esos en donde las intenciones cuentan tanto como las acciones. Cómo ser respetuoso o incluyente con quienes han sido marginados puede ser un tema complicado. Existe el peligro de caer en la condescendencia, de hacer las cosas incómodas, o de lastimar sin intención. Pero preguntar siempre ayuda. Diversificar nuestro círculo ayuda. Leer sobre lo que desconocemos, recurrir a expertos en la materia, ayuda. Darle una segunda revisión a nuestros trabajos para detectar si no estamos pasando cosas por alto, ayuda. Y permitir que la gente se equivoque, descuide, ignore y asuma las consecuencias de una decisión pobre,  también ayuda. La censura es lo único que no lo hará.

 

 

 

 

 

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