Las manos se movían con rapidez al tejer el estambre amarillo canario, rojo sangre y turquesa. Las mujeres luego unieron los corazones, con el veloz movimiento de un gancho, y colgaron las creaciones sobre una urna de mármol que conmemora a un libertador mexicano.
Los corazones se retorcían en el viento junto a las fotos de las jóvenes que han sido asesinadas. Cirios estaban encendidos bajo mensajes escritos en papeletas.
La sesión de tejido se llevó a cabo días después de las violentas protestas provocadas por la indignación causada por las investigaciones fallidas de las supuestas violaciones de adolescentes por parte de policías en la capital del país.
En una protesta de la semana pasada, decenas de mujeres destrozaron una estación de autobús, rayaron con pintura el Monumento a la Independencia y prendieron fuego a una estación de policía. Aunque las protestas resultaron en un mayor compromiso de la alcaldesa de Ciudad de México, Claudia Scheinbaum, para erradicar la violencia, también provocaron un extenso debate sobre la mejor forma de exigir medidas.
Una encuesta oficial de 2018 reveló que cuatro de cada cinco mujeres en México no se sienten seguras. Naciones Unidas informó que 41% de las mexicanas experimentarán violencia sexual, desde toqueteo indeseado hasta violación, a lo largo de su vida y que, en promedio, nueve mujeres son asesinadas todos los días en el país.
Como muchas mujeres de México, las tejedoras se sienten frustradas, enojadas y preocupadas por su seguridad. Así que se concentraron en una labor tradicionalmente femenina para crear una narrativa sin palabras, cada punto representando una expresión de amor a quienes les quitaron la vida -los corazones robados- y ofreciendo apoyo a quienes todos los días temen por la violencia en México.
“Somos muchas manos las que estamos tejiendo esto”, declaró una de las mujeres que sólo se identificó con su primer nombre, Teresa. “Somos muchas personas las que estamos pensando en torno a cómo solucionar este problema. Estamos hartas de vivir en el entorno de la violencia”.
Teresa, de 30 años, comparó el ser mujer en México con una rata intentando escapar de un recipiente con agua. Si baja la guardia, si deja de luchar, teme hundirse bajo el agua. Contó que a los 12 años un hombre la toqueteó mientras viajaba en el tren subterráneo y después la regañaron por haberlo golpeado.
Hay sabiduría y habilidad tras el tejido, dijo Teresa, lo que hace que este tipo de activismo parezca una forma útil de pasar el tiempo.
También es una manera de unir a una comunidad, de crear el tejido social necesario para el cambio, explicó la tejedora Mónica Ortega.
Las papeletas engomadas en el monumento improvisado tenían mensajes como “Que siga la lucha” y “Ni una más”.