abril 27, 2024
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noviembre 11, 2019 | 310 vistas

Shalma Castillo.-

Cd. Victoria, Tam.-
Jornadas diarias de hasta siete horas con el intenso calor o frío para el hombre de fuego, pero el show tiene que continuar.

Justo ahí, en el 22 Carrera Torres, se ubica el crucero donde Martín Charles Martínez desempeña ese oficio un tanto riesgoso, pero con el cual saca adelante a su familia en el día a día.

Para quienes transitan en su coche o caminan a diario por dichas calles, la figura y el rostro de este victorense ya les resulta familiar, pues se le puede ver casi siempre en posición de cuclillas, sosteniendo en una de sus manos una pequeña antorcha.

Vestido casi siempre con pantalón y camisa de mezclilla y una gorra para protegerse del sol, Martín escudriña el horizonte con su mirada, mientras espera que el semáforo cambie a rojo para levantarse y pararse a mitad de calle, listo para lanzar fuego, elemento al cual ya le perdió el miedo.

Es un hombre serio y de pocas palabras, físicamente de estatura media, piel dorada, quizá por los intensos rayos del sol, de complexión delgada y un tatuaje en el cuello.

Su trabajo es similar al de un dragón: lanzar llamas de fuego por la boca, y tiene un horario bien establecido para hacer esa labor, pues llega a la 1:30 de la tarde, después de cumplir con sus obligaciones como padre al ir por sus hijos a la escuela y se retira a las 6:30 ó siete de la noche a más tardar, porque su esposa así se lo pide.

 

DESDE HACE CINCO AÑOS

Un lunes por la tarde, con el sol cayendo a plomo, Martín hace una pausa en su actividad y contesta varias preguntas acerca de este oficio que no cualquiera se atreve a realizar.

Un tanto tímido, dice que no todos los días son buenos, “A veces si saco, a veces no”, aunque no es hombre que acostumbre quejarse, pues finalmente, y haciendo cuentas, saca lo necesario para llevar el sustento a su hogar.

En un día común, dice que termina la jornada con cien pesos, pero si bien le va junta hasta 300 pesos.

Recibe de los automovilistas o incluso de gente que pasa caminando, desde un peso, cinco, diez, 20 y lo más que le han llegado a dar, son cien pesos.

Martín es joven, tiene 38 años, aunque las huellas de trabajar a la intemperie, bajo temperaturas extremas y los inclementes rayos del sol, se ven reflejadas en su rostro.

Es padre de una chica de 16 años, una niña de siete y un pequeño de cinco, siendo ellos su mejor motivación para salir diariamente de su hogar, con su garrafa de diesel en mano, para ganarse honradamente el pan que llevará por la noche a su mesa.

Por esa poderosa razón Martín no puede llegar con las manos vacías a casa, y a pesar de que es una actividad riesgosa, recuerda que fue hace tiempo que aprendió a lanzar fuego.

“Me enseñaron hace cinco años y siempre estoy aquí en el 22 Carrera, de lunes a domingo, nomás mi esposa me ha dicho que me recoja temprano”, dice, y agrega que cuando llueve, por obvias razones, no trabaja.

Antes de decidirse a ser un “lanza-fuego” o “traga-fuego” como más comúnmente se les conoce, sin que sea algo despectivo, Martín desempeñaba otros oficios.

“Yo limpiaba solares y también lavaba carros y me iba bien, sacaba 200 pesos diarios”, recuerda, aunque señala que esas labores no las ha dejado del todo, pues cuando se presenta la oportunidad, las sigue realizando.

Al cuestionarlo acerca de que si lanzar fuego le ha causado alguna afectación en su salud o algún daño en la boca, con toda seguridad responde que no, “me lavo con agua y con pasta”, afirma.

Acerca del gasto que realiza en la compra de diesel, dice que invierte 250 pesos por semana para adquirir la cantidad que necesita, pero es algo que ya tiene contemplado a la hora de hacer sus cuentas.

 

LO TRATAN BIEN

Para finalizar la plática que duró varios minutos, Martín dice con orgullo que la gente de Victoria ya lo conoce y por eso lo tratan bien, sobre todo quienes viven, estudian o laboran en la zona del 22 Carrera Torres.

“Las personas que trabajan en el Inegi ya me conocen y me echan la mano, me dan agua, lo mismo que los estudiantes del Cbtis (24), ellos me apoyan con una moneda”.

Los automovilistas en general también lo apoyan ya sea con una moneda o de otra forma, “hay quienes pasan y me dan un plato de comida”, expresa agradecido.

Con un semblante serio pero agradeciendo la entrevista, el humilde “traga-fuego” dice sentirse bien con lo que hace, “yo prefiero ganarme la vida así de esta manera, honradamente”, concluye.

Para Martín el tiempo es oro, por eso lo dejamos que continúe con su actividad, tomando el recipiente de diesel para darle un sorbo y caminar hacia el centro de la calle con una pequeña antorcha encendida.

Se para al frente de los autos y es cuando llega el momento de hacer ese acto que en realidad es un espectáculo urbano.

Primeramente se persigna, haciendo con rapidez la señal de la cruz sobre su pecho y enseguida, escupe el combustible que genera una considerable llamarada.

Y va de nuevo: expulsa de su boca el resto del diesel y vuelve a generarse otra espectacular bola de fuego.

En cuestión de segundos el acto termina y vuelve a persignarse, porque gracias a Dios todo salió bien.

Con un pañuelo parece limpiar su boca, aunque quizás es una sensación de ardor la que siente y dirige su mirada a los automovilistas, quienes en su mayoría regalan una moneda a este valiente victorense, a quien el amor por su familia lo impulsa a realizar esta actividad que parece riesgosa, aunque para Martín esto ya es algo cotidiano.

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