diciembre 12, 2024
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febrero 5, 2020 | 213 vistas

Mariana Castañón.-

“Verde no es un estatus, sino un proceso, y en consecuencia, no debería ser utilizado como adjetivo, sino como verbo: démosle significado a verdear”. [email protected]

 

A partir del uno de enero del presente año, una buena fracción de establecimientos optó por alinearse a las nuevas legislaciones en torno a la prohibición de plásticos que se hicieron en 25 estados de la República. HEB, Soriana y otros supermercados eliminaron las bolsas tipo camiseta de sus sucursales, obligando al cliente a modificar su viaje del consumidor, el cual estaba duramente marcado por las bolsas desechables que acompañaban sus compras. Conscientes de los hábitos de consumo, orientados al mínimo esfuerzo posible, y listos para explotar al máximo esta regulación para su propia agenda económica, estas empresas ofrecieron alternativas “ecológicas” a lo desechable.

Al entrar a un supermercado, los productos de primera necesidad fueron reemplazados de los estantes de alcance inmediato por los vastos catálogos de bolsas de algodón que se ofrecen en todos los tamaños y colores posibles. Los pasillos de desechables ahora contienen un montón de opciones de bolsas para la basura fabricadas de polímeros que se anuncian como biodegradables. Y, como si estas opciones no fueran suficientes, en las cajas registradoras tenemos bolsas de papel a un relativamente módico precio. Una prohibición pensada para ofrecer una solución a las consecuencias de la cultura de consumo y desecho (si es que realmente se legisló pensando en las mejoras y no en las presiones de cumplir una agenda política) termina generando un nuevo nicho de mercado para la eco basura, los desechos de aquellos que pretenden aliviar la carga ecológica mediante acciones de corto alcance o los engañados por un marketing engañoso.

El greenwash, combinado con una legislación que prohíbe sin ofrecer soluciones integrales o campañas instructivas con respecto a la correcta gestión de residuos, que deja espacio abierto para la comercialización del plástico biodegradable, pero que no establece una especificación técnica clara respecto a lo que esto se refiere, dan como resultado paliativas soluciones que no están ni cerca de atacar el problema con el compromiso que la crisis exige. Mientras, el consumidor promedio, completamente desvinculado de las problemáticas ambientales, la educación en torno al ciclo de vida de los productos y las decisiones de consumo conscientes, termina encantado y satisfecho, comprando una y otra vez (siempre olvidando detrás las anteriores) aquellas corrientísimas bolsas de tela que ofrecen las grandes cadenas teñidas con pigmentos tóxicos para el medio ambiente, creyendo que con eso termina su responsabilidad con el planeta.

No es una sorpresa que, como consumidores, terminemos eligiendo pobres decisiones que, en muchos casos, terminan haciendo tanto mal como lo que se pretendía corregir. Nacidos en un sistema que nos enseña a consumir como un puente hacia nuestro yo de fantasía, aunado a la agobiante cantidad de publicidad engañosa, que ofrece alivios de culpa a precios accesibles en productos color verde, llevar un estilo de vida consciente y actuante conforme a las problemáticas ambientales, es realmente complicado. La mitad de la población no ha conocido otro modo de vivir en donde sus hábitos de consumo exijan algún tipo de atención una vez que el ciclo de vida del producto (y no el empaque) termine. Mientras que la otra mitad, a pesar de haber nacido en hábitos menos dirigidos al desecho inmediato, han vivido ya demasiado tiempo en la comodidad para regresar al esfuerzo extra que le exige el cuidado de una Tierra futura que no disfrutarán por mucho tiempo.

La realidad es que el futuro de nuestro planeta es desalentador. Que las ciudades están llenas de plásticos, que nuestra cultura hiperconsumista ha llenado los mares, los suelos, el aire, los corazones y la mente de basura. Que las ONG, las débiles campañas de reciclaje, las materias de sustentabilidad obligatorias en las academias y escuelas o la creciente demanda de productos orgánicos, zero-waste y “verdes” han logrado correr suficiente la voz como para darnos por enterados de las crisis ambientales. Pero las falsas soluciones, como la compra de bolsas de papel, los deficientes sistemas de reciclaje y las legislaciones sin consultas a los biólogos y expertos medioambientales, que solo pueden salir de un sistema capitalista interesado primariamente en mantener la rueda de la producción y consumo girando, terminan por tener más presencia que las comprometidas recomendaciones de los que saben y se preocupan.

Al final, hacernos conscientes de nuestra huella de carbono es inconveniente. Es un compromiso para hacernos responsables de nuestro consumo desde antes de adquirir nuestros productos. De optar por productos de larga duración que sean lo más respetuosos con el medio ambiente posible. De regalarle un tiempo al mundo cuando utilizamos un par de minutos extra en leer y comparar etiquetas, materiales en los pasillos del supermercado, cuando no olvidamos subir nuestras bolsas reutilizables a los coches, ni meter los cubiertos a las mochilas para poder rechazar los desechables. Y, al final, cuando las cosas dejaron de sernos útiles, hacernos responsables también del empaque en el que vinieron a nuestras vidas.

Tenemos un problema y seguimos buscando soluciones fáciles, cerrando los ojos ante lo evidente y esperando que en algún punto de la historia algún héroe moderno encuentre aquella cura mágica a las seis islas de plástico que hoy flotan en nuestros mares. Pero ya no es posible. Ahora que la ley lo exige, que las multas motivaron a nuestros proveedores a eliminar los plásticos de su producción, es momento de invertir tiempo, dinero y creatividad a nuestras nuevas alternativas. Lo importante ahora no es promover un nuevo material que solucione lo que el plástico ha creado, pues no importa cuántos huesitos de aguacate y atractivos biopolímeros lleguen al mercado, si no nos enfocamos en apostar por reducir nuestro consumo innecesario, reutilizar lo que ya tenemos (las telas viejas, las bolsas de pan y cereal, las 20 bolsas plásticas debajo del lavabo y aquella tote bag de Soriana que lleva un año hecha bola esperando usarse) y gestionar correctamente los desechos que generamos, las facturas que la madre Tierra nos cobrará llegarán mucho más pronto de lo esperado.

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