diciembre 11, 2024
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febrero 29, 2020 | 261 vistas

Chantal Martínez Díaz.-

Cd. Victoria, Tam.-
La cercanía de Tamaulipas con los Estados Unidos genera una cultura binacional entre las ciudades que colindan a lo largo de esta franja fronteriza, donde es natural que exista un vaivén diario de trabajadores y turistas tanto de un lado como de otro.

Inclusive en muchos casos, esa misma vecindad genera una factibilidad mayor para obtener la residencia en la Unión Americana o los permisos laborales por años.

Las jefas o jefes de familia prefieren aceptar un empleo en Estados Unidos y vivir en México donde rinde más el salario, sobre todo si se trata de un nivel socioeconómico medio.

No obstante, hay casos en los que las promociones laborales les obligan a cambiar su forma de vida, a replantear los objetivos y tomar decisiones, tanto en lo individual como en el colectivo familiar. Así le ocurrió a María de la Esperanza Rodríguez de De la Fuente, oriunda de Nuevo Laredo, y quien hoy comparte su experiencia como tamaulipeca por el mundo.

 

EL PRINCIPIO DE SU HISTORIA

“Yo estaba muy enamorada y me casé con el amor de mi vida”, dijo. Durante casi un año vivieron separados; con un embarazo a punto de término se fue a esa ciudad ubicada en el condado de Tarrant en Texas y que forma parte del área metropolitana de Dallas-Fort Worth-Arlington.

Desde hace 20 años María dejó su ciudad natal para irse a Arlington, Texas, que se encuentra a unos 710 kilómetros (alrededor de siete horas y media) de Nuevo Laredo.

En ese lapso, la vida de María de la Fuente (como hoy se hace llamar) ha cambiado como nunca lo imaginó.

Lo que en un principio fue un sueño no tardó en convertirse en pesadilla. María fue víctima de violencia intrafamiliar, la cual empeoró con el nacimiento de su hija a quien le detectaron espina bífida, que es un defecto del tubo neural, un tipo de defecto congénito del cerebro, la columna vertebral o de la médula espinal.

La mayoría de los diagnósticos con espina bífida poseen una inteligencia normal. Otras necesitan dispositivos de asistencia, como aparatos ortopédicos, muletas o sillas de ruedas. También pueden presentar dificultades de aprendizaje, problemas urinarios e intestinales o hidrocefalia, una acumulación de líquido en el cerebro, según los especialistas.

Hoy María nos cuenta su historia porque asegura que es importante saber que, a pesar de estar lejos de su tierra, se puede salir adelante. Esta historia, aunque diferente, forma parte de las experiencias de nuestros “Tamaulipecos por el Mundo”.

En ese entonces creyeron que el amor que sentían iba sustentar el matrimonio. La diferencia de clases sociales (ella de media alta) hacía más complicada la convivencia, pero insistieron.

“Me vine a Dallas, llegué casa de un cuñado, el que menos me quería, Llegando mi suegra me empezó a tratar mal, me ponía a lavar la ropa de él y me dormía en el piso de madera estando embarazada. Un día me puso a lavar en el tallador, me resbalé con el canasto cuando iba a tender la ropa, me pegué en la panza y me fui al hospital porque mi hija iba a nacer y porque tuve hemorragias. Para salvarme la vida tuvieron que sacarme la matriz completa cuando nació”.

Y añade: “Mientras mi hija estaba en una incubadora luchando por su vida yo hacía lo mismo. Por fin Dios escuchó los rezos de mi madre y me dio la oportunidad de seguir viva, pero me sentía muerta en vida. Cuando mi esposo me acusó de que mi hija tenía espina bífida por mi culpa y me dijo que él no la quería, que a ver cómo hacia yo para vivir con eso; así comenzó mi pesadilla”.

A los cinco días de nacida operaron por primera vez a su hija, “Me dijeron que me despidiera de ella y que le diera un beso porque tal vez no volvería a verla pues solo le daban once por ciento de probabilidades de vida, pues tenía un tumor en la espalda a la altura de la cintura”.

Después de seis meses salió del hospital y María tomó la decisión de quedarse a vivir en Estados Unidos definitivamente porque la vida de su hija estaba de por medio, sobre todo porque contaban con mejores médicos y no tenían que pagar nada. “Decidí luchar para que ella viviera una vida lo mejor posible”.

“Mi suegra y mi cuñada que más mal me trataban, de repente al mirarme cómo cuidaba de mi hija se unieron y me ayudaron. Cambiaron totalmente y Theresa (la niña) se convirtió en la más querida”.

Al correr del tiempo la mujer seguía aguantando maltrato por parte del marido, empezó a trabajar para ayudar con los gastos de la casa y mientras su hija acudía a los hospitales, aprendió inglés porque no había intérpretes.

“Llegó un momento en que empezó a golpearme, a veces me trataba de ahorcar y yo corría con una señora para que me ayudara y para que me curara las heridas, cada vez era más seguido hasta que decidí denunciarlo a la policía una primera vez”.

Sin embargo, la violencia no paró. “La última vez me violó, tuvieron que llamar un especialista por la brutalidad que hizo, me golpeó y me mandó al hospital. Estuve en el Hospital Parkland de Dallas, la policía me dijo que yo tenía que denunciarlo pues sino lo hacía la próxima víctima podría ser mi propia hija y ese día lo dejé”.

Cuenta que el hombre estuvo preso más de un año, que quitó los cargos con la condición de que le diera el divorcio y quedarse la custodia sin pelear. “Él jamás buscó a su hija, hasta hace apenas cinco años”.

Después de ese episodio que casi le cuesta la vida, obtuvo un trabajo de seguridad del estado y a pesar de los retos que le significaban, siempre se mantuvo optimista para sacar adelante a su hija sola en ese país.

“No tenía otra opción mis padres quedaron en la ruina a raíz de una situación donde mi hermana a los cinco años de edad recibió un balazo allá en Nuevo Laredo, así que prácticamente en vez de pedirles ayuda me los traje para acá”.

Pasado el tiempo, dijo, logró comprar una casa sola, conoció a un hombre pero no funcionó y al mes le detectaron cáncer de seno.

“Mi hija ya estaba para graduarse de la highschool y se graduaría con honores. Yo no sabía si pagar la casa o pagar la escuela, fue muy duro para mí, pero por eso quiero compartir esto, para esas mujeres que viven atadas al que creen que es amor o, a la esperanza de que el hombre va a cambiar. La vida es tan dura como uno la quiera vivir, cada caso es individual, nadie pasa por lo mismo pero con fe todo eso puede superarse y mucho más”.

LIBRE DE CÁNCER

Lo mejor, dice, es que “ahora yo puedo decirte que estoy libre de cáncer, mi hija felizmente está hecha toda una mujer y viviendo como una muchacha normal, tal vez no pueda nunca ser madre pero ella lo entiende es una mujer responsable. De todo esto que viví, mi hija siempre será la inspiración para seguir adelante y no dejarme vencer nunca”.

“Por eso –añadió– quería compartir mi historia. Ahora soy supervisora de seguridad de una compañía y aunque solo saco para vivir, soy feliz al lado del tercer hombre que conocí, con la diferencia que ya no espero nada de él, somos compañeros y nos respetamos”.

¿Qué significan las palabras decisión y fe para ti?

“Es lo que me sostiene. Esas dos palabras y mi nombre: Esperanza soy yo. Yo pude, yo puedo y yo podré siempre con la ayuda de Dios. Ahorita al hacer un resumen de mi vida vuelvo a sentir que hice lo correcto”.

¿Y cuéntanos, cómo se ve Tamaulipas desde allá?

“Para mi sigue siendo único, el mejor. Algún día volveré para siempre. Es mi tierra y la amo”.

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