diciembre 11, 2024
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marzo 13, 2020 | 1328 vistas

Chantal Martínez Díaz.-

Cd. Victoria, Tam.-
A las tres de la tarde de este viernes, el control de registro de asistencia biométrico de la Clínica de San Luisito tomará por última vez la huella dactilar de Yolanda Arellano Camacho. Hoy se despide del Instituto Mexicano del Seguro Social y de su profesión como enfermera después de 40 años de entrega.

Cuarenta años al servicio de los demás se dice y escribe fácil, pero a decir verdad cuando se trata de desarrollarlos en un área en la que se trabaja con vidas, requiere de amor, convicción y respeto por la vocación, sobre todo para tener el temple al enfrentar los sinsabores del sistema de salud y los caracteres de algunos médicos que no terminan por entender que el personal de enfermería es tan importante como ellos mismos.

Este día, “La Jefa Yola” (quien desde los cuatro años inyectaba naranjas y ya ‘pintaba’ para ser enfermera) se despide del personal, pacientes y esa institución que la acompañó en estos últimos años de su carrera. De acuerdo a lo programado, el festejo empezará a las diez con un almuerzo y a las tres checará salida acompañada de mariachis.

Nacida en El Mante, Tamaulipas, y luego de concluir la secundaria, ingresó a estudiar Enfermería (antes se podía así) en la Universidad Autónoma de Tamaulipas (UAT), cuando la Facultad se ubicaba en el 21 Méndez en esta capital. Quiso ser química farmacobióloga, pero no tuvo los recursos económicos para sostener la carrera en Monterrey, donde era la única opción en ese entonces.

Le tocó prestar su servicio social en el Instituto Nacional de Pediatría en la Ciudad de México, donde permaneció cuatro años y medio.

Posteriormente –al inaugurarse el Hospital Infantil– volvió al estado para prestar sus servicios. En los nueve años que estuvo en ese nosocomio estuvo como jefa del área de lactantes, jefa del área de terapia intensiva; luego le mandaron a hacer un curso de técnica en Neurofisiología clínica y otros estudios, hasta llegar al IMSS el nueve de diciembre de 1992.

“Entré (al IMSS) por unas compañeras que ingresaron y me invitaron a meter papelería, afortunadamente quedé a pesar de que la entrada era muy difícil. Al principio anduve por todas las áreas: quirófano, pediatría, toco… fue hasta que mis hijos estuvieron más grandecitos cuando mi esposo me animó a seguir estudiando”, explicó.

En ese entonces, las instituciones como el Seguro Social y todo el sistema nacional de salud empezaban a exigir la profesionalización del personal operativo, por lo que se propuso cursar la preparatoria, validar los estudios que obtuvo en la Facultad de Enfermería de la UAT de la que egresó como técnica y, estudiar la Licenciatura en Enfermería y Obstetricia.

“Dije: mi hijo va a entrar al Cbtis, yo tengo que agarrar esta oportunidad, me propuse que en tres años tenía que hacer lo que me faltaba, me metí a la prepa Torres Bodet, después hice la licenciatura en Enfermería y Obstetricia reconocida por la UNAM, y al terminar me fui a estudiar la especialidad de salud pública”, agregó.

Al año el IMSS le recompensa el esfuerzo con una base, pero esta tenía que cubrirla en su ciudad natal (El Mante), por lo que tuvo que dejar a su marido y a sus hijos para continuar con su preparación en aras de forjar un patrimonio familiar. Emocionada hasta el tuétano, Yola cuenta que justo esa sería la temporada más difícil de sus vidas.

Y aunque reconoce que no pasó por momentos tan difíciles como lo pudieron pasar algunas de sus compañeras, sí comparte que indiscutiblemente tiene que dar gracias a Dios, porque todo estuvo en sincronía de una manera perfecta. Inclusive, los primeros años de vida de sus dos hijos mantuvo el turno nocturno para poder acompañarles por las mañanas y cumplir con su misión de madre.

Ser enfermera es para valientes. Se requiere de una visión de la vida diferente, dice.

“Me dice una compañera: te vas enterita (haciendo referencia a su apariencia física), pero yo les respondo: como decía un ginecólogo, se ve bien por fuera, pero no sabe uno cómo anda adentro”, explicó.

A sabiendas que la convivencia en los hospitales y plantarse incluso para ganarse el derecho de piso, sobre todo ante algunos médicos, Yola cuenta que lo más difícil para ella fue su paso por quirófano, y no tanto por los procedimientos, sino porque todo giraba en torno al estado de ánimo y humor con el que llegaran los médicos a las intervenciones.

Y LOS RIESGOS, ¿CUÁLES HAN SIDO?

“Desde el momento en que recibes a un paciente en urgencias no sabes si tiene un diagnóstico transmisible, nosotros generalmente nunca andamos protegidas con cubre bocas, guantes, porque altera al paciente, se espanta y nosotros tratamos de dar lo mejor”.

Agrega que un médico decía: “Nosotros agarramos inmunidad por todo lo que vivimos con los pacientes… pero cuando es una urgencia, no te importa de lo que te manches, porque lo que importa es salvar al paciente, salvar una vida, ahí es el momento para nosotras, más importante.”

 

EL MOMENTO QUE LE CAMBIÓ LA VIDA

A lo largo de estos 40 años reconoce que muchas han sido las anécdotas, pero hay momentos que por lo especial le han marcado la vida. Hay uno que es el más fuerte.

Se trató de un caso de un bebé que los doctores ya daban por muerto, la madre tenía 28 semanas de gestación y no se registraban signos de vida; la madre estuvo tres días en labor de parto y con la ayuda de los medicamentos el bebé fue arrojado, pero nadie se imaginó que estaría con vida.

En ese entonces, la experiencia, pericia y conciencia de Yola le permitieron reaccionar asertivamente, llamar a la doctora en turno y juntas salvar la vida de ese bebé. (Fue en el año de 1996 en el Seguro Social de “La Loma”).

“La doctora abrió la bolsa con los dedos y sacó al bebé, nos fuimos corriendo a darle la reanimación, lo intubamos. El bebé pesó 700 gramos y midió como 26 centrimetros, lo dejamos entubado y en cuidados intensivos neonatales donde estuvo dos meses hasta que salió todo bien y lo dieron de alta”, contó.

No obstante, “lo más bonito de esta historia fue cuando yo ya estaba en San Luisito, paso a urgencias porque estaba supervisando el suero de una paciente y de repente me jala del brazo y pega un gritote: ¡Yolaaa! le digo, discúlpame pero no te recuerdo y me dijo: tú no me recuerdas, pero yo te adoro, toda mi vida te he recordado, ¡tú salvaste a mi hijo!”, el mismo bebé que en el 96 ya daban por muerto.

“Esa historia para mí es una súper historia para toda mi vida, más por salvar la vida y estar en el momento preciso. Al niño ya lo daban por muerto, pero vi que aun estando en la bolsa, el bebé exhaló el aire y mi instinto reaccionó”.

Hubo otro caso muy significativo para ella: “Me tocó un niño que lo bañé y al vestirlo me dijo: ¡Ay Yoli, ya me voy a morir! Y le dije ¿cómo?, ¡No, ya te vas a dormir! Y el niño, quien ya presentaba un estado muy avanzado de leucemia me dijo otra vez: ¡no, voy a morir! y ahí junto conmigo estaba la mamá y empezó a llorar. Nada más en cuanto lo subimos a la cama, la mamá lo abraza y besa, el niño se fue. El niño se despidió de mí”.

“Nunca hice un libro, pero como enfermera vives tantas situaciones, pero es el mejor que un pago o un paciente te pueda decir gracias, es un pago enorme. Es algo muy bonito.”

 

¿Ahora qué viene?

“Que me aguanten en la casa… uno siempre tiene cosas qué hacer… pero indudablemente dormiré el tiempo que sea necesario, necesito un descanso, casi cumplo 60 años, hay que darle la oportunidad a las jóvenes de seguir”.

 

¿Cómo ves a las nuevas generaciones de enfermeras y enfermeros?

“Hay unas que ingresan con mucha actitud, pero en el trayecto de su carrera se topan con personas que no tienen esa vocación y se contaminan de ello. Para ser enfermera (o) debe haber vocación para el cuidado integral. Me tocó una jovencita estudiante a la que le pedí que le pusiera un cómodo a un paciente mientras yo preparaba el medicamento; sin embargo, se agacha y me dice: señorita, yo no vengo a dar cómodos, soy licenciada en Enfermería… Respondí: discúlpame pero un paciente necesita una atención integral, así seas licenciada, tengas un doctorado o una maestría. Si tú estás aquí, es para atender al paciente”.

Destacó que hoy en día es muy importante que las nuevas generaciones del personal de enfermería hagan conciencia de la realidad de la profesión y que tengan conciencia que no van a estar en un escritorio o entre papeles.

“Se les debe hablar de ética profesional para respetar a las personas y atenderles”.

 

¿Qué es lo que necesita hacer el sistema nacional de salud para hacerle justicia al personal de enfermería?

“Las enfermeras (os) necesitan reconocimiento, están relegadas, siempre le dan mucha importancia al médico, incluso tienen áreas de descanso mejor acondicionadas y esto nunca ha sido equitativo en cuanto a profesión. Incluso es una cuestión hasta de violencia de género”, mencionó.

 

¿Cómo te sientes? (ahora que dejas la profesión)

“No me digas porque lloro. Hace rato me venía preguntando yo sola: ¿qué siento? Y sola me respondo: me siento muy rara porque no sé cómo me siento. No sé si traigo gusto, nervio o qué, pero no me explico por qué me siento así. Muy ansiosa”

Y sigue: “No es miedo, porque la verdad estoy bien súper preparada a mi plan de vida, quiero organizarme, me voy a meter a una asociación de jubiladas, pero no quiero un plan de horarios, ni negocio, no quiero responsabilidades, quiero ser libre”

Y aunque nunca tuvo los grandes reconocimientos por parte de los institutos donde laboró, este viernes que termina su tiempo como enfermera en activo, en el cargo de Jefa de Enfermeras, todo sale sobrando.

“Me llevo la mejor satisfacción porque siento que nunca fallé como enfermera. La satisfacción del deber cumplido. Así fui. Fui responsable y no porque yo lo diga, sino porque todo el mundo me lo dice”.

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