Mariana Castañón.-
Cd. Victoria, Tam.-
Dieciocho de marzo y el covid-19 ya parece ser cosa seria. La suspensión de clases llegó a Tamaulipas después de haber pasado primero por los estados más grandes del país. Los memes comienzan a ser reemplazados por comunicados oficiales de medidas preventivas cuando Italia se une a la lista de países en cuarentena y los vuelos de Europa estarían siendo recibidos aquí en México tras el rechazo de Trump en EE.UU. La gente porta cubre bocas sin noción alguna de la forma u ocasión correcta de uso y esta enfermedad encuentra nuevas formas de mantenerse en tendencia en las redes sociales y la conciencia colectiva.
Mi trabajo se suspendió mientras escribía esta columna y la universidad un par de días atrás. La suspensión me agarró en medio de un autobús que huele a gel antibacterial y a miedo. Adelante de mí, un adulto mayor con cubre bocas escribe una carta. La gente no viene de a dos en los asientos y las pantallas de los celulares son periódicos en perpetuo movimiento. Mientras, el fin de semana pasado, se celebró el Vive Latino en la Ciudad de México y los transportes públicos siguen a rebosar en las horas pico. Aún hay gente que duda de la existencia del virus y otra que aunque consciente de la misma, dentro de su efímero privilegio de juventud se siente ajeno a la problemática.
La pandemia está en la cabeza de todos. El miedo, que se ha propagado con más fuerza que el propio virus, logró sincronizar las atenciones globales ante un mismo fenómeno. Todos volteamos a la misma dirección y aún así, estamos profundamente desinformados. Subestimamos y sobrestimamos la epidemia, faltamos a las medidas de prevención básicas, ignoramos las recomendaciones, nos creemos inmunes y damos indicaciones desde nuestros privilegios y nuestras fuentes de información poco o muy confiables.
Las preguntas surgen treinta veces más rápido que las respuestas. Entre la paranoia, la lejanía contextual del brote, la falta de transparencia de los gobiernos, cada quien decide rellenar los huecos narrativos según su creatividad en tiempos de cólera. ¿Control poblacional? ¿virus de laboratorio? ¿racismo floreante? ¿alarmismo? ¿inconciencia? ¿gerontofobia? Cada uno ya apostó sus cartas a favor y tomará las medidas que la respuesta que llenó a su crítico usuario de redes sociales.
Y mientras son peras o son manzanas, mientras la información correcta y prudente viene en camino (si es que acaso lo está haciendo), nos toca salir a buscarla. Así que, antes de comprar el vuelo baratísimo, de agotar hasta la ridiculez los papeles de baño y el Lysol y de empezar a discriminar a cualquier persona con rasgos asiáticos, es básico que comencemos por preguntarnos (o preguntarle al señor Google) “¿qué sabemos sobre el coronavirus?” “¿cuáles son los síntomas?” “¿qué es una pandemia?” «¿qué están haciendo los países para frenar la propagación?” “¿qué artículos debemos comprar en caso de cuarentena?” “¿cuáles son las medidas de seguridad para “x” sector de la población?”
Naturalmente, dada la extensión de este segmento, no dedicaré los párrafos que siguen a responder las preguntas planteadas arriba. Con la fórmula y veinte minutos de tu tiempo dedicados al correcto enfoque de este tema, me parece suficiente. Y aunque el ejercicio de jugarle al ciudadano informado es crucial (aunque sea sólo durante la pandemia), igual de importante resulta hacer un llamado y ejercicio a la empatía. Que el miedo no nos nuble la capacidad de ponernos en los zapatos de los otros y cuidarnos entre todos.
Te deseo y te invito a que el miedo a perder tu trabajo no te vuelva lo suficientemente duro como para sabotear a tus compañeros. Que tu necesidad de calma no se vea saciada a costa de los otros. Que por favor, consideres el peso de tus palabras y tu alarmismo. Te invito a ponerte en los zapatos de los adultos mayores, que se están saliendo de nuestro círculo de empatía. Y decir “sólo afecta a los ancianos e inmunodeficientes” no es de ninguna manera una forma de contener el pánico colectivo. En momentos de coronavirus, pensar en el bien común es lo que debería estarse difundiendo a la par de las sugerencias de sanidad.
En momentos de crisis, es momento de hacer una revisión extra de privilegios. Saber que la gente que utiliza transporte público y sigue yendo a trabajar no es necesariamente inconsciente. Que no todos tienen la posibilidad de hacer Home office, de moverse en coche, en Uber, en taxi. Que no todos tienen la oportunidad de salir corriendo y comprar tres paquetes de productos sanitarios o que desabastecer los supermercados les afectan directamente a las familias que compran día con día sus víveres.
Tenemos toque de queda. Cuarentena. Tiempo libre, tiempo de pensar. Tiempo de prácticas espirituales que nos alejen del ruido y del pánico que corre allá afuera. Necesitamos cuidar nuestra mente, cuidar nuestro cuerpo y reflexionar acerca de nuestro lugar en esta pandemia. Quedarnos ciegos a los privilegios y a los riesgos nos llevará a la ruina. Informar, reflexionar, prudenciar. ¡Cuídense, chicos! Nos vemos en unos meses.