Mariana Castañón.-
Trabajo para Greenpeace México. Estoy en el área de recaudación de fondos, un departamento que se ha visto profundamente afectado por la pandemia. Era de esperarse. En un contexto económico y social de terror, en donde la gente pierde su trabajo y sus negocios día con día, los apoyos y donativos pasan, a menudo, a segundo, tercero, o cuarto plano. Debo decir, en función de un descargo de responsabilidad y en una defensa de mi bandera y mi causa, que a pesar de esto, aquello descrito no es norma infalible. Algunos tenemos la dicha de conservar nuestros empleos en medio del caos y, por tanto, seguimos en la capacidad económica de seguir apoyando, pero esta realidad no es la de todos. Es por eso que seguimos trabajando.
Una de las campañas nuevas, que estamos promoviendo, se enfoca específicamente en el nuevo plan de reactivación económica del presidente López Obrador. Nuestra postura, como respuesta a sus proyectos, exige que se reconsidere el aporte que tienen las energías renovables en la reconstrucción de la economía post-pandemia. Naturalmente, detrás de esa campaña existe una crítica al sistema capitalista occidental, neoliberal y corporativista que nos rige. Pues es precisamente este mismo régimen el que nos ha llevado de la manita a la ruina relacional con los recursos naturales que tenemos.
Repetir incesantemente esta campaña, mientras formo irremediablemente parte del sistema que critico, que opero condicionada por los valores del dinero y el consumo, ha generado un profundo sentimiento de absurdo dentro de mí. Pedir dinero a gente que no lo tiene, para hacer la chamba que nuestros gobernantes por sí solos deberían estar emprendiendo y rematar con el dedicarle la otra parte del día a mis estudios universitarios en una carrera que difícilmente encuentra cupo en los intereses del sistema… definitivamente, es demencial. Y si a eso le agregamos que todo esto se hace en un contexto histórico donde allá afuera existe una pandemia mundial, no puedo sino concluir que estoy y estamos, indiscutiblemente, gobernados por la locura.
Hace dos meses que vine a pasar la cuarentena a casa de mis padres. Apenas he convivido con mi familia y no he podido regular correctamente mi régimen alimenticio. Las expectativas idealistas de la cuarentena me alcanzaron, el crecimiento personal se ha vuelto mi única meta a seguir (ese que persigo con las rodillas raspadas y los labios secos), la escuela me abruma, el trabajo me consume, mi madre me reclama, mi novio me extraña y no puedo, ni siquiera, salir a disfrutar de la naturaleza que mi empleo mismo protege. Todo, mientras Reino Unido supera los 35 mil fallecimientos, en México se empiezan a diluir irresponsablemente las medidas de seguridad, y nuestra ciudad vecina, Monterrey, mantiene más de cien casos al día.
Total, que si vives un poco como yo y prestas suficiente atención, la crisis tarde o temprano te lleva a un replanteamiento del significado de valor y de la vida misma. Para esto no se necesitan tapetes de yoga, libretas de Moleskine, ni churros nocturnos para hacerlo. ¿Nietszche, Lutero, Marx, Beauvoir? ¿Salas de estudio, discusiones filosóficas, extensas bibliografías, cuestionamientos religiosos? ¡Ja! No requieres, ni siquiera, voluntad. Estos desencantos y replanteamientos no vienen de los académicos, los guías espirituales, la contracultura ni la oposición. Este desencanto extendido solo puede venir de un cambio de perspectiva, un cuestionamiento global y violento de nuestro absurdo sistema de prioridades.
Quienes definen qué es la locura están locos. Quienes deciden qué importa, nada saben de la vida. Quienes pusieron las reglas, no saben de amor, ni de bienestar, ni de familia, solo de control. ¿Es esto nueva información? Claro que no. Porque en alguna dimensión, siempre lo hemos entendido. Criticamos la corrupción, nos enojamos con el Presidente, nos quejamos de infinita burocracia, del seguro social, del outsourcing, del mercado laboral, los feminicidios y de los oligopolios. Pero ¿en función de qué? ¿De desahogarnos, de convivir, de posicionarnos moralmente del lado de los buenos? Pues, al final del día, vivimos incómodamente acomodados. No tenemos tiempo de cuestionar, no estamos suficientemente irritados, ni sacudidos. No dimensionamos que la barbaridad habita nuestras casas, enseña a nuestros hijos, adoctrina a nuestros estudiantes, explota a los adultos.
La locura está en el sistema. Seguir los parámetros que nos plantea la vida diaria es el verdadero absurdo. Peregrinar incansablemente hacia la virgen del mercado y de la bolsa, operar estupideces mientras el mundo colapsa afuera de nosotros, seguir diseñando nuestros logos, continuar comprando para sentirnos bien, trabajar todo el día para traspasarle esos ingresos a las personas que se enriquecen por poseer propiedades y monopolizan nuestro derecho básico de vivienda, eso, compañeros, es la maldita locura. Y si algún aprendizaje tenemos que rescatar de esta mortal crisis es el reconocimiento de que vivimos gobernados por la insania.
Al terminar mi inspirador monólogo ambientalista, cuando hablo con los socios donadores de Greenpeace, siempre hago un recalco final: las cosas después de esto nunca van a ser las mismas. Hoy por hoy -repito- tenemos la oportunidad de dirigir el rumbo de elección los nuevos parámetros de lo normado y lo importante. Contamos con una oportunidad histórica de exigir cambios. Es necesario que lo hagamos. Reconozcamos juntos que las cosas no pueden seguir así. Reconozcamos que nada tiene sentido, que nuestro estilo de vida es ridículo, que nuestras prioridades están al revés. Y pongámoslo todo cabeza arriba, de nuevo.