diciembre 11, 2024
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junio 8, 2020 | 354 vistas

Rubén Jasso.-

Un canasto con semillitas de calabaza y de girasol, además de chicles, son los productos que ofrece don Alejandro Zúñiga Martínez a los escasos clientes que hoy en día pasan por la acera del Zoológico de Tamatán.

La escuela primaria “Antonio Álvarez Berrones”, ubicada a unos cien metros, es mejor lugar para vender, pero no hay clases por esa pandemia que sigue acechando sigilosa y peligrosamente a los tamaulipecos.

Sin embargo, la necesidad de buscar el sustento diario no conoce de virus o de enfermedades, y por eso don Alejandro sale todos los días a la calle con la esperanza de ganarse unas monedas ofreciendo sus productos.

De lunes a domingo, sale de su domicilio cargando el canasto que ya deja ver el paso de los años, una base maciza de fierro y una cubeta de plástico que utiliza como asiento durante ocho o más horas, mientras que un barandal metálico le sirve de respaldo durante la jornada.

No sabe si va a vender, o cuánto, pero don Alejandro se instala a unos metros del acceso al Zoológico de Tamatán, en espera de que pase alguna persona que desee disfrutar de unas semillas de calabaza o de girasol, o quizás de unos chicles, pues los cacahuates y “rancheritos” por el momento no los ofrece, ya que si nadie los compra, se le echan a perder en poco tiempo.

La Calzada “General Luis Caballero” luce con cierto tráfico y entre el ruido de microbuses, otros vehículos y motocicletas, parece mucho el movimiento, sin embargo, en la acera del Zoológico no hay coches estacionados y pocas personas pasan a pie por el lugar, generando un paisaje de soledad y de incertidumbre en medio de la pandemia.

CUATRO DÉCADAS DE VENDER

Este 2020, don Alejandro Zúñiga Martínez completa cuatro décadas dedicándose a vender “botanitas”, oficio que ha desempeñado siempre en el mismo sector de la Ciudad: entre la escuela “Antonio Álvarez Berrones” y el Zoológico.

Originario de Jaumave, relata que llegó a esta Ciudad acompañando a su padre, quien presentaba algunos problemas de salud y necesitaba atenderse de una mejor manera.

“Yo llegué de Jaumave en 1960 cuando se terminó la carretera esta (señala hacia la “antigua” salida a Tula), venía con mi papá que venía enfermito de allá y yo era el más grande de la familia, tenía 20 años, los médicos no le hallaban y aquí le dijeron que tenía azúcar (diabetes), que tenía asma y todo eso y yo le dije ‘yo le ayudo a trabajar’ para apoyarlo y aquí falleció y él aquí está en el Cero (Morelos)”, explica.

Tras la muerte de su padre, don Alejandro se quedó en esta Capital haciendo otras labores, hasta que decidió dedicarse de lleno a la venta de cacahuates, semillitas y otras frituras y aunque recuerda que tuvo un problema de salud y fue operado en 1981, una vez recuperado, siguió trabajando incansablemente en su pequeño negocio.

Sin embargo, reconoce que en todos sus años de vendedor no le había tocado vivir una situación como la de ahora, pues sin alumnos en la escuela cercana, sin empleados en las oficinas de la zona y con las calles de ese sector casi vacías, las ventas son muy pocas o prácticamente nulas.

“A la escuela (no voy), ahorita como no hay clases por eso estoy aquí, pero está solo, no hay nada, nada, hasta que vengan a clases (dicen) que ya mero y ya mero, ‘nomás’ que aquí mucha gente me conoce y me dan para una ‘Coca’ a veces”, dice con tono de preocupación y a la vez de agradecimiento hacia quienes lo ayudan.

La contingencia que actualmente atravesamos también ha impactado en la variedad de productos que ofrece, explicando el por qué solamente se ven semillitas de calabaza y de girasol en su canasto.

“Ahorita tenemos esto porque el ‘rancherito’ se vende (en época normal), pero como ahorita está el tiempo de ‘soles’ y no hay venta, me dura mucho ahí, y el ‘rancherito’ trae aceite y con el sol se huele”, explica.

La semilla de calabaza en cambio requiere otro proceso que le permite durar más tiempo, “Yo tuesto la semillita, ‘nomás’ le pongo sal, yo no le pongo aceite a la semilla y esa no se echa a perder, vendo poquito pero ahí está hasta que se acaba, el ‘rancherito’ compro un kilo y me dura hasta cinco días, pero con el sol se huele y para que lo quiero, mejor lo tiro”.

 

PANORAMA DIFÍCIL

Con sinceridad, don Alejandro reconoce que en época normal si saca para comer y para surtir, pero actualmente la situación es bastante complicada.

“Ahorita está bien ‘fregado’, ahorita lo que me ayuda a mi es que me dan lo de ‘70 y más’, todo está caro y a veces me falta para surtir y de ahí como y surto (de la pensión de adulto mayor), pero como quiera ya todo está cada día más caro”, reconoce.

Es por esa razón que ofrece sus productos a un costo muy accesible, ya sea la bolsita de semillas de calabaza o girasol, pues lo más importante es venderlos para poder subsistir.

“Lo doy a cinco pesos, barato, otros lo dan a diez (pesos) pero se trata de vender y así como la doy en la escuela aquí también a cinco pesos, me queda poco pero sí me queda”, sostiene.

“Ahí en las clases le revuelvo ‘rancheritos’, cacahuates, ‘katitos’ (cacahuates japoneses) pero ahorita para que surto si lo voy a echar a perder porque no se vende, ahorita ‘nomás’ eso, semillitas y chicles por el aceite que no aguanta mucho”, reitera.

Afortunadamente cuenta con el apoyo de uno de sus hermanos que tiene familia y viven uno al lado del otro, “Siempre estamos juntos y ahí me ayudan a hacer de comer, me dan un taco y sino como en la calle y ahí como quiera me ayudan”, refiere.

Acerca de su jornada los siete días de la semana, explica que no tiene una hora definida, pues empieza a veces a las ocho, otras a las nueve o quizás a las diez, permaneciendo en el lugar que acostumbra hasta las cuatro o cinco de la tarde y en ocasiones hasta las seis, dependiendo como hayan ido las ventas en el día.

“Si me va bien, me voy como a las tres, cuatro, pero hay ratos que no se vende nada”.

En cuanto al sector que ha sido como su “segunda casa” por 40 años, tiene muy claro que es el propicio para vender sus productos y difícilmente se movería al centro de la Ciudad.

“Desde que empecé a vender en la escuela ‘nomás’ ahí y de ahí hasta aquí (Zoológico de Tamatán), pero al centro a que voy, allá está lleno y para vender allá necesito un puesto más grande para que se venda, ahí por el Siete está lleno y hay carretones de gorditas y taquitos y un puesto de estos allá no”.

Y reitera: “Para mí la escuela, ‘nomás’ que están parados ahorita, ahí vendo, y ya en la salida llegan más (vendedores) y como quiera habiendo clases todos vendemos, aunque sea poco pero vendemos todos”, concluye.

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