DUBÁI, Emiratos Árabes Unidos (AP) — Feby de la Peña vio a compatriotas filipinos haciendo cola frente a un comedor comunitario de Dubái y se sintió compungida. Se preguntó qué pasaría si su familia se quedaba sin ingresos por el brote de COVID-19. ¿Cómo alimentaría a sus tres hijos?
Ella no tiene trabajo. “Somos pobres, para ser sincera”, expresó. “Pero esa no es razón para no ayudar a los demás”.
Al día siguiente, tomó el dinero con el que se suponía debía alimentar a su familia el resto del mes. Cuando la gente con la que comparte vivienda -igual que la mayoría de los trabajadores migrantes, su familia comparte un departamento con otros-, se enteró de lo que quería hacer, quienes estaban en condiciones de hacerlo también aportaron.
Reunió el equivalente a unos 136 dólares para comprar alimentos, incluidos 30 pollos congelados y bolsas de arroz. Y se puso a cocinar.
Fue así que de la Peña lanzó el proyecto Ayuda, usando la palabra en español, producto de la fuerte influencia colonial española. Todos los días ofrece 200 comidas gratis a extranjeros que pasan hambre.
Los migrantes representan el 90% de la fuerza laboral en los Emiratos Árabes Unidos. Y la paralización de actividades por el coronavirus golpeó duramente a esas comunidades.
A pesar de las promesas del gobierno filipino de ayudar económicamente a sus trabajadores en el exterior, cuyas remesas apuntalan la economía, y de una iniciativa del gobierno de los Emiratos, que se comprometió a distribuir “10 millones de comidas” para alimentar a los pobres, mucha gente tiene problemas para comer.
“La vida es dura y no pueden depender de nadie”, dijo de la Peña, quien tiene 34 años.
De la Peña es una cocinera experta, que vendía comidas caseras a amigos para ganar algún dinero. Dice que tiene un diploma de seguridad alimenticia.
Cocinar 200 platos por día, no obstante, es algo agotador, sobre todo cuando tiene que cuidar de un bebé y de otros dos hijos, el mayor de seis años.
El dinero escasea. De la Peña cuenta con el sueldo modesto de su marido, quien trabaja en ventas. Pero cuando se corrió la voz en las redes sociales de lo que estaba haciendo, empezó a llegarle ayuda. La gente le entregaba leche y arroz. Un influyente bloguero le dio 2.700 dólares.
La ayudan su marido, la gente con la que comparte su casa y su cuñado, quien perdió su trabajo en un negocio de tes por la pandemia. Entre todos compran alimentos, descongelan carnes y cocinan. Pero ella es quien dirige la operación.
“Es importante si puedes ayudar a que diez personas no se vayan a dormir hambrientas”, comentó mientras servía arroz, pescado frito y huevos hervidos en contenedores para distribuir.
Usa un carrito de sus hijos para transportar la comida. Son las tres de la tarde y hace un calor abrasador. Un cartel en el carrito anuncia: “COMIDA GRATIS PARA TODOS”.
Hay gente que camina 45 minutos para conseguir uno de los platos de de la Peña. La mayoría son filipinos, aunque hay también africanos, del sudeste asiático y de otros rincones del mundo.
Seis mujeres filipinas que van todos los días dicen que no trabajan desde marzo. Una de ellas, Emma Moraga, cuenta que se enteró de esta iniciativa a través de las redes sociales.
“Es algo bueno, ayuda a mucha gente”, dijo Moraga. “Una comida al día es una gran ayuda”, insistió.
Se forma una cola y de la Peña grita, “¡Distancia social!”. La gente obedece. Todos tienen tapabocas, lo que es un requisito en Dubái.
De la Peña teme que las autoridades le prohíban seguir distribuyendo comida o la multen. Pero dice que seguirá alimentando a los necesitados mientras pueda.
“Si dejo de hacerlo, mucha gente no tendrá qué comer”, señaló.