diciembre 11, 2024
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junio 10, 2020 | 142 vistas

Mariana Castañón.-

Mi último novio fue un psicópata. Un encantador, inteligente y guapísimo historiador, que me explicaba el mundo y me hacía sentir como que nadie jamás estaría a su altura. Me encanta esa historia, pues como escritora es de mis favoritas para contar. La relación fue tan peculiar como el chico mismo. Déjenme decirles que no es por nada que Hollywood haya sangrado la narrativa de este trastorno hasta las últimas consecuencias: son personas sumamente interesantes. Pero no es por las particularidades de mi ex enamorado por lo que me gusta tanto esa anécdota. La única razón por la que considero aquella relación una exitosa, es porque me di cuenta que tenía un Trastorno de la Personalidad Antisocial a tiempo. Y eso fue lo que hizo que pudiésemos tomar las medidas necesarias para que yo no saliera deshecha de esa relación. Porque salir con un psicópata nunca es una anécdota de gane. La única historia en donde sales victorioso (y ni así, quizás) es aquella que acabó pronto.

Salí con este chico ocho meses y me enamoré perdidamente de él los últimos dos. Él, a los pocos días de conocernos, me platicó de su trastorno, al cual yo presté poca atención. Cuando dijo que había ido a terapia para aprender a ser funcional, bajé la guardia. No me interesaba demasiado saber más del tema, porque tampoco me interesaba demasiado saber más sobre él. Así, pasaron los meses siguientes, hablando de “falta de empatía”, “falta de conciencia”, “ego patológico” y el repetitivo “veo a todos los demás como seres inferiores”. Uno pensaría que yo hubiese cachado las señales desde antes, pero no lo hice. Jamás me tomé en serio su diagnóstico. Solía pensar que se culpaba demasiado, pues nada de eso que él describía se reflejaba en su personalidad. Su personalidad, que si me hubiese tomado 15 minutos para consultar antes, era un producto para la socialización funcional y la obtención de sus fines, no una visión real de él mismo.

Meses después, ya completamente enamorada, consulté finalmente con la psicóloga de qué iba este famoso trastorno. Las dos doctoras con las que hablé se quedaron pasmadas: ¡Huye! Me dijeron. Y yo no entendía por qué. Mi chico era educado, amoroso, atento y consciente. “Sabía” más de amor sano y de cultura de género que cualquier otro hombre que había conocido. ¿Por qué su trastorno iba a ser más determinante que todo aquello? ¿Por qué la gente me decía que estaba en peligro, si yo me sentía la mujer más suertuda del mundo? Dudé de sus advertencias. Dudé de los libros. Dudé de las experiencias. ¿Cómo es que una persona que había conocido por meses, que por meses me había repetido cuánto me amaba y que había estado ahí para mí incluso cuando yo no siempre estuve para él, no era capaz en absoluto de sentir amor y empatía por mí?

Pues así tal cual. ¿Era malvado? No. ¿Era algo igual a un chico irresponsable emocionalmente, que me mentía por gusto? No. Pero tenía un trastorno de la personalidad indivisible al yo, que nunca le permitiría verme como algo más que un objeto, un proyecto, o una mascota para él mismo. Él se relacionaba conmigo con la única finalidad de elevar su ego a través de mi persona, porque así estaba cableado. Porque su trastorno no le permitía para más. Pero eso es solo una pequeña parte de todo lo que viví adentro. Este chico se metió en mi cabeza de maneras en la que yo aún no puedo explicar. Tenía las formas más ingeniosas y discretas de manipularme. Tarde o temprano siempre terminaba haciendo lo que él quería, porque ingeniosamente me hacía creer como que la decisión la había tomado yo. Estaba viviendo con un depredador social. Y entender eso, después de más de medio año de relación juntos, fue un choque de realidad cuasineurótico.

Al final, nos separamos. Él no pudo aceptar algunas exigencias que yo ponía en nombre de mi integridad, yo no podía ponerme en riesgo y había un tercer personaje de por medio. Los días siguientes tuve una obsesión con el tema y me dediqué noches enteras a la investigación de su trastorno y de las relaciones afectivas con personas de su tipo. Estaba horrorizada. Mi chico no fue ni la mitad de peligroso conmigo de lo que eran las personas TPA normalmente, y aun así me había dejado traumada y con un fuerte cuestionamiento a la realidad, al yo y a todas las decisiones que había tomado con anterioridad. Apenas podía imaginar lo mal que se pudieron haber tornado las cosas de no haber tomado conciencia y acción a tiempo.

Hablé horas y horas con mi psicóloga de esto. Me remontó a la historia de mis mejores amigas, que salieron durante mucho tiempo con una chica con Trastorno Límite de la Personalidad no tratado y lo difícil que fue para ellas recuperarse de esto, así como los vestigios emocionales que esta relación les causó. Me platicó de las experiencias que ella conoció acerca de mujeres que se enamoraron de un psicópata más peligroso que el mío y que terminaron (quedándonos cortos en descripción) mucho peor que yo. Hablamos incluso, de mi propio trastorno, (de déficit de atención e impulsividad) y las formas en las que este se manifestaba en mis relaciones y cómo tendía a autosabotearlas cuando no estaba tratado. Y nunca antes, el diálogo del historial psicológico había sido tan relevante para mí como en esa charla.

Ponernos a salvo es también, entender y dialogar el perfil psicológico de aquellos con los que nos relacionamos. ¿Son determinantes los trastornos que sufrimos para el éxito de las relaciones? No necesariamente. Pero tenerlos presentes para la toma de decisiones asertivas, es crucial. No solo hablemos de relaciones fugaces como la de una chica veinteañera y un historiador de 30. Se trata también de los prometidos, con predisposición genética a cierto tipo de enfermedades mentales. Se trata de prepararnos correctamente para los trastornos de esquizofrenia, del espectro autista, que nuestros hijos pueden tener según nuestro perfil genético. Se trata de saber cuáles son los estímulos que llevan al límite a mi pareja borderline, o cómo apoyar a mi novio en un ataque de ansiedad, o en un cuadro depresivo.

La salud mental no es estética, no es cosa de millenials, no es arte terapia. Son realidades que de no ser atendidas son capaces de llevar a la locura, a la violencia, al miedo y a las profundas heridas del alma a los involucrados. Yo escribí una columna y tuve un par de crisis después de salir con un psicópata. Hay quienes terminaron muertos o en hospitales psiquiátricos. Habla del tema  con quienes te relacionas y no te tomes a la ligera un diagnóstico, ni cuando es tuyo ni cuando es ajeno. De encontrarlo, apréndelo, estúdialo y cuestiona qué tan dispuesto estás a vivir con ello. De eso, más que del amor y de las ganas, dependerá realmente el éxito de tu relación con alguien con trastornos.

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