diciembre 15, 2024
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junio 26, 2020 | 465 vistas

Francisco Ramos Aguirre.-

En octubre de 1890 llegó por primera ocasión a Victoria, uno de los inventos más sorprendentes del siglo XIX. Aquella soleada tarde, la noticia se expandió entre cientos de personas, quienes acudieron a presenciar el arribo de la locomotora Don Patricio, procedente de Linares. Estupefactos, escucharon un silbido y fijaron la vista en una nubecilla de humo que se asomaba al norte de la población. Para la mayoría de los curiosos, fue el primer contacto con una máquina de acero.

Desde años atrás, N. Turner, Francisco Benítez y otros ingenieros especializados de la compañía de caminos ferroviarios, se establecieron en Victoria para supervisar los terrenos y el trazo donde colocarían los rieles. Para ellos, representó una experiencia profesional participar en el proyecto de transporte que uniría Monterrey-Linares-Ciudad Victoria-Tampico y numerosas comunidades rurales, aisladas en el noreste mexicano.

Uno de los empresarios involucrados en la planeación era Emeterio de la Garza, representante de la Compañía de Ferrocarril del Golfo. A principios de 1890, gestionó ante las autoridades municipales la donación de los terrenos para construir la estación, a cambio de treinta y dos bancas de hierro para la Plaza Principal.

El primer viaje de la mencionada locomotora, fue con el propósito de conocer la calidad de las vías. Enseguida, la empresa determinó realizar la ceremonia de inauguración el 13 de octubre. Los hacendados y comerciantes estaban felices, no sólo porque el tren recorría sus propiedades y consecuentemente se incorporaban a la modernidad.

El gobernador Alejandro Prieto, les envió invitaciones y un programa para que lo acompañaran al acto inaugural. Como era costumbre, hubo castillos de pólvora, verbena popular y música de banda. A las 7:30 horas, dice el cronista Vidal Efrén Covián: «…viajaron en el tren de Monterrey las autoridades, para recibir a los visitantes que vendrían a Tamaulipas…los señores Bremer e hija, J. Grace y esposa,  J. Q Coplan y su esposa, J. Ord y señora…otros funcionarios, empleados y contratistas de la empresa constructora de la vía férrea y algunos reporteros de los periódicos de la Unión Americana». Aunque de acuerdo a lo planeado no asistieron el gerente de los Ferrocarriles del Golfo, Joseph A. Robertson, el gobernador Bernardo Reyes y el general Gerónimo Treviño, propietario de dicha empresa.

Después de una serenata musical en la Plaza de Armas, los forasteros se trasladaron a dormir, probablemente en casas de familias aristócratas. Al día siguiente, les ofrecieron en la Plaza del Mercado un banquete tamaulipeco, donde estuvieron el gobernador Prieto y el alcalde Francisco Hernández. Ahí pronunciaron palabras de agradecimiento el ingeniero William H. Wentworth, Luis Puebla y Cuadra, el tulteco Teófilo Ramírez, Luis G. Tamayo y el maestro Ernesto de Kératry, como dijeran en Victoria «pura gente de buenas familias.»

 

LA ESTACIÓN DEL FERROCARRIL

Como en otras terminales, la primera estación se construyó de madera. Estaba acondicionada con oficinas, restaurante y bodegas de acuerdo a las necesidades de la época. La Sierra Madre y Plaza de la Estación después Plaza Colón, se convirtieron en el marco referencial de los viajeros. Al poco tiempo surgieron a su alrededor hoteles, cafés, fondas, cantinas, lavanderías de ropa, comercios, prostíbulos y asentamientos residenciales hasta convertirse en el Barrio de la Estación.

En aquella época, eran comunes los incendios en casas y edificios, porque la mayoría estaban construidas de madera y sillar con los techos de palma, lámina y madera, iluminadas con lámparas de petróleo que originaban quemazones. En el folleto Recuerdos de Ciudad Victoria, Emilio Portes Gil recuerda el incendio de la terminal a principios del siglo XX, porque las llamas y el humo se veían desde cualquier sector: «Todo Ciudad Victoria concurrió a la Plaza del Centenario, el incendio duró desde las seis de la tarde hasta la madrugada, y como no había con que apagarlo, se destruyó totalmente que era tan bonita.»

El Correo Español -13/7/1900-, menciona que todo se transformó en escombros: «…el incendio principió en el departamento de las bodegas y se propagó con rapidez. También fueron destruidos el hotel y restaurante; situados junto a la estación; así como algunos furgones que se hallaban cerca…No se registró desgracia personal y las pérdidas ascienden a una regular cantidad».

Para resolver el problema, la compañía ferroviaria contrató al ingenieros William W. Price de origen ingles radicado en Victoria. Inmediatamente se dispuso a levantar el nuevo edificio, utilizando piedra, madera, ladrillo, sillar y lámina. En algunas áreas los techos fueron construidos con bóveda catalana. En 1910, la nueva estación contaba con andenes, sala de espera, bodegas, oficina de telégrafo, taquilla, talleres, embarcadero y corrales para ganado. Es decir, se construyó un edificio con una imagen a la altura de una capital.

Uno de los atractivos, era el restaurante ubicado en el segundo piso. Se trataba de un espacio de medio lujo, atendido por un chef internacional y meseros vestidos de negro y blanco. Acudían no solamente forasteros sino también políticos, hacendados y comerciantes de la ciudad. Una de sus especialidades era el cabrito, que le fue servido al presidente Venustiano  Carranza y sus invitados, durante su tránsito por Ciudad Victoria en 1915.

 

HUELGA DE FERROCARRILEROS

El primer movimiento de huelga de trabajadores del riel, registrado en Ciudad Victoria, sucedió en julio de 1906, en atención a una convocatoria de un Comité Directivo de Trabajadores, radicado en Monterrey. En 1913 fue tomado por los revolucionarios carrancistas y dos años después el gobernador villista Máximo García, despachó como gobernador de Tamaulipas, en uno de los vagones del tren estacionado en los patios de la estación ferroviaria. En los cincuenta Demetrio Vallejo, encabezó un mitin de obreros que se declararon en huelga nacional.

 

VIAJEROS EN PULLMAN

Entre las personalidades que descendieron en los andenes de la estación del ferrocarril, vale mencionar al obispo Ignacio Montes de Oca. A principios de siglo fue recibido por las autoridades y católicos a la altura de su jerarquía eclesiástica. En tanto el general Álvaro Obregón, llegó a Victoria durante su campaña política a la presidencia de México. Rodeados de la gente jubilosa, en diferentes épocas recorrieron a pie la calle Hidalgo desde la estación, hasta la Casa del Obispado y Hotel Ambos Mundos, donde se hospedaron.

Jaime Nunó, autor de la música del Himno Nacional Mexicano descendió del tren en 1903. Para entonces, era un viejecito de cabello blanco que recorría distintas poblaciones donde a sugerencia de Porfirio Díaz, le brindaron homenajes de despedida. En Victoria, fue recibido por las autoridades y escuchó el Himno mexicano en las voces de miles de alumnos en la Escuela Anexa a la Normal, acompañado por la Banda de Música. Ese mismo año se presentó en el Teatro Reforma de Matamoros y después viajó a Nueva York, donde falleció.

A mediados de los años veinte, el pintor y miembro del Partido Comunista Diego Rivera, arribó discretamente con su amigo Marte R. Gómez quien lo contrató para elaborar las viñetas de los libros de las primeras asambleas de la Liga de Comunidades Agrarias. Para evitar escándalos políticos y malos entendidos, el gobernador Portes Gil lo hospedó en el Palacio de Gobierno.

El 17 de febrero de 1950, se detuvo en esta Capital el tren que remolcaba el vagón especial donde viajaban el ex Rey y Duque de Inglaterra Eduardo de Windsor, quien abdicó a la corona para casarse con la actriz Wallie Simpson, dos veces divorciada. Su breve presencia en la estación del ferrocarril, representó un acontecimiento comparable al traslado de los huesos de emperador Agustín de Iturbide.

Cientos de victorenses asistieron a brindarle un saludo de cortesía. Desde lejos, admiraron la cabellera dorada del príncipe y la belleza de su esposa agradecidos en la escalinata del tren. Los únicos que subieron a darles la bienvenida, fueron el presidente municipal Juan M. Campos y el subtesorero señor Castro. Las dos fotografías que aparecen en la sección de sociales del Heraldo de Victoria, corresponden a Ignacio Flores.

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