Francisco Ramos Aguirre.-
La llamada Ley de Cultos, promulgada por el presidente Plutarco Elías Calles en 1926, consistía en restringir en todo el país la libertad de actividades del clero y feligreses católicos. En respuesta, los sacerdotes y miembros de la Iglesia organizaron la Liga Nacional de Defensa Religiosa, encabezada por el tampiqueño René Capistrán Garza. En poco tiempo, el conflicto entre la sociedad y el gobierno derivó en la Guerra Cristera.
En esos años gobernaba Tamaulipas el licenciado Emilio Portes Gil. Inmediatamente, en atención al cumplimiento del mandato federal, emitió un decreto ante el Congreso del Estado, donde anunciaba la clausura de los centros de enseñanza religiosa denominados: “Asilo Vicentino y el Colegio La Paz de esta capital; y en Tampico y Matamoros, los del Verbo Encarnado. Actualmente se ejerce estrecha vigilancia sobre las demás escuelas, a fin de hacer cumplir en lo absoluto el mandato de la Constitución que establece la Escuela Laica.” A principios de 1927, el Diario Oficial de la Federación publicó un acuerdo en el cual se destinaban las instalaciones del Asilo Vicentino, para uso de una escuela elemental.
Debido esta serie de acciones, la mayoría de los pobladores vivieron momentos críticos que terminaron por generar un clima de incertidumbre, principalmente entre los fieles católicos del país. Por ejemplo, en la Capital tamaulipeca cerraron sus puertas el seminario y algunos colegios católicos de la localidad, entre ellos el Josefino, donde estudiaba un numeroso grupo de niñas internas y externas, entre ellas: Juana María Aregullín, Mercedes y Carmen Barella, Elvira Botello, Amalia Compeán, Amalia Lua y Concepción Cantú.
Aunque la situación no se tornó tan grave como en Guanajuato, Jalisco, Colima, Puebla y Zacatecas, en Tamaulipas la persecución alcanzó a una buena parte de la comunidad religiosa en Tampico, Nuevo Laredo y Ciudad Victoria. Aunque en menor escala, hubo brotes en Antiguo Morelos, Tula, Mante, Matamoros, Ocampo, Mier, Cruillas, Jaumave, Miquihuana y otros municipios. Incluso en Tula y Bustamante, el general Saturnino Cedillo organizó grupos armados para combatir a los cristeros.
En ese tiempo, los católicos tamaulipecos se constituyeron en brigadas para distribuir propaganda en reclamo de sus derechos. El puerto jaibo fue uno de los más activos. Ahí se detuvo a varios ciudadanos, acusados de distribuir hojas volantes en contra del Gobierno federal. En tanto, el obispo de Tamaulipas, Serafín María Armora y González, después de ser consignado al Ministerio Público tuvo que salir del país, después de publicar en marzo de 1926 en “Tampico de la Inmaculada Concepción,” la Tercera Carta Pastoral Normas Para Vivir en Tiempos de Persecución.
EL CURA JULIO TREJO, DETENIDO EN VICTORIA
El caso más relevante en Ciudad Victoria fue el del sacerdote Julio Trejo, detenido el 21 de febrero de 1929 por agentes de la Policía Especial a cargo de Tomás López G. El presbítero, quien anteriormente tuvo a su cargo la parroquia de Xicoténcatl (1917-1919), iba acompañado de tres personas de apellidos Martínez y Espinoza, consignadas a las autoridades, quienes les decomisaron “…hojas de propaganda religiosa subversiva.” Cuando la gente se enteró de la noticia, se creó entre la feligresía católica un clima de inconformidades y rumores.
De acuerdo a la información del semanario El Jicote, Trejo fue aprehendido por ejercer actividades clericales en una casa particular y, en consecuencia, violar la Ley de Cultos de la Constitución Mexicana. “Según los datos que obran en poder de la policía especial, el cura Trejo, con objeto de guardar la incógnita de su identidad, salía a la calle disfrazado usando traje de mezclilla azul y huaraches, del tal forma nadie podía, ni someramente, imaginarse que pudiera ser un sacerdote del culto católico el que con apariencia de obrero se hacía pasar.”
Los agentes especiales le decomisaron una serie de objetos ornamentales propios del ejercicio sacerdotal, entre ellos hábitos, un cáliz, incensario, hostias, libros sagrados y vino de consagrar. Lo mismo 300 pesos de oro y plata, una lista de bautizos efectuados en esta ciudad y una pistola calibre 38 especial que guardaba en un maletín.
En pleno gobierno del licenciado Francisco Castellanos, Trejo y sus seguidores pudieron obtener la libertad en poco tiempo, gracias a los acuerdos de paz firmados ese mismo año por el presidente Emilio Portes Gil. A los pocos meses se reintegró a su magisterio, probablemente en San Luis Potosí, donde escribió una biografía del presbítero Albino E. Escalante en 1933, publicada en el libro La Virgen de Guadalupe en San Luis Potosí de Francisco A. Sustaita (1947).
Vale mencionar que principalmente numerosas mujeres afiliadas a clubes católicas, fueron quienes opusieron resistencia con mayor intensidad, durante este conflicto que cobró cientos de vidas. Fue el caso de Sara, una “…dama distinguida y valientísima”, martirizada por el ejército en la Capital tamaulipeca, según lo menciona María Elena Sodi de Pallares en su libro Los Cristeros y José de León Toral (1936), donde consigna una lista de 70 curas ahorcados, fusilados y asesinados.
En ese tiempo monseñor Silvestre C. de León fue expulsado de Ciudad Victoria junto con otros sacerdotes. El clérigo era Vicario de la Catedral de Nuestra Señora del Refugio, la cual fue expropiada por el Gobierno federal. En julio de 1929, después de finalizar el conflicto, Monseñor de León regresó a la Capital tamaulipeca acompañado del sacerdote Juan M. de Anda y anunció que el mencionado templo le sería devuelto a las autoridades religiosas.
Adelantó que de acuerdo a los informes del obispo Serafín Armora, se celebraría la primera misa el 13 de julio en la Catedral. Igual sucedería en todos los templos de Tamaulipas, que durante más de dos años estuvieron en manos de gobierno. Gracias a esta acción, la grey católica victorense recuperó la calma y regresó al ejercicio del culto religioso suspendido meses atrás. En ese momento Armora se encontraba exiliado en Estados Unidos, después de que meses atrás había sido detenido en la Ciudad de México y trasladado en tren a Nuevo Laredo.
En ese momento, Tampico era la sede de la diócesis y el obispado de Tamaulipas. Sin embargo, Silvestre C. de León gozaba de enormes simpatías entre los feligreses de Victoria y otras poblaciones. Por tal motivo el Papa lo nombró Protonotario Apostólico, con facultades extraordinarias para celebrar misa pontifical y otros servicios propios de su investidura clerical.
En medio de todo esto, las autoridades eclesiásticas de Victoria se apresuraron a registrar algunas importantes propiedades urbanas a nombre de familias poderosas de la localidad. Al terminar la cristiada, solicitaron les fueran devueltas de acuerdo a lo convenido, pero los “nuevos” propietarios o prestanombres hicieron caso omiso. La tradición oral afirma que durante el sermón de la misa dominical, monseñor Silvestre mencionaba entre los fieles, de manera sutil, que por favor regresaran a la Iglesia las casas y terrenos que les correspondían.