diciembre 15, 2024
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julio 22, 2020 | 125 vistas

Mariana Castañón.-

A falta de exploración espacial, con corazón de Girl Scout, he dedicado mis últimas semanas a una exploración corporal intensa. Aceptando todo el potencial morbo al que la última frase invita, me sacudo el tabú de que una mujer exprese abiertamente que ha pasado sus días conociendo su cuerpo encerrada en su cuarto, y así, decido escribir sobre ello. Las razones por las que hago esto son diversas. En primer lugar, existe un factor provocador y rebelde que siempre ha acompañado mi personalidad y mis letras. Pero más allá de que soy una entusiasta de la incitación, puesto que los últimos días han sido sumamente ilustrativos, mi fascinación por adquirir y compartir aprendizaje también ganó espacio en mis motivaciones. En última instancia, y no porque sea menos importante, escribir del cuerpo tiene un factor catártico, liberador, que me genera una sensación de alivio tan grande como desabrochar una prenda ajustada o beber agua después de una noche de excesos. Y como fiel cazadora del placer, con su permiso (o no, ¡no me importa!) no pasaré de la oportunidad de disfrutar esta sensación plácida.

Expuesta mi intención comunicativa, comienzo el mensaje diciendo que descubrir mi cuerpo ha sido un viaje extenso. Es un mundo tan vasto, que no encontraría alguna forma más sensata de iniciar este relato, más que con este descargo de responsabilidad implícito que incluye dicha frase. Cuando digo que es un viaje extenso, puedo continuar la siguiente frase admitiendo, entonces, que no estoy ni siquiera cerca de terminarlo. Así, no sentiré culpa alguna al declarar que esta excursión es tan larga que a menudo me pregunto si me alcanzará la vida, mi atención, mi tiempo y mis capacidades para acabarla. Dicha enunciación no me produce desaliento alguno. Si lo hiciera sufriría y a mí no me gusta sufrir. No me enoja que el mar sea profundo ni que existen civilizaciones humanas que jamás conoceré. No por eso dejo la tarea de aprehender todas las cosas que pueda sobre los fenómenos que encuentro interesantes. Y eso me lleva al siguiente manifiesto: hoy en día mi cuerpo me parece sumamente interesante.

El discurso social del cuerpo a menudo implica la dicotomía de odio y del amor. Y a partir de este último emprendimiento, yo ya no odio mi cuerpo, pero aún es muy temprano para hablar de amor, porque el amor implica conocer el objeto amado. ¿De qué otra forma podríamos valorar, entender, compartir, apreciar lo que tenemos, si no es a través de la comprensión del mismo? Por tanto, si bien no soy capaz de venir a escribir acerca de la grata experiencia de amar este saco de huesos que me sostiene en el plano; lo que sí puedo hacer es platicar un poco sobre lo que la fuerte atracción que siento por él (o mejor dicho, por ella, pues es un cuerpo femenino) y todo lo que esta atracción me ha llevado a descubrir. Esta profunda curiosidad, implantada por una serie de eventos afortunados, me ha llevado a gravitar alrededor de sus curvas y pliegues, descubriéndome cada vez más cerca de un abordaje amoroso que uno con miedos, ascos y reproches. Levantando mi ceja izquierda en señal de incredulidad, me pregunto a menudo si esto que siento puede terminar en un enamoramiento. Pero reconozco que aquello implica adelantarnos a los hechos y hoy quiero trabajar en el presente: qué conocimientos he conquistado sobre mi ¿cuerpo? al día de hoy.

Parecerá tonto a los ojos del que obvia, pero mi primer hallazgo fue la conciencia de que poseo un cuerpo. Tengo un conjunto de células, huesos, órganos, músculos, venas y tendones que me mantienen existiendo en este plano terrestre. Dar por hecho este fenómeno es algo terrible, porque me limitaba a la noticia de que todos tenemos uno, pero nadie tiene el mismo que yo. Eso último significaba algo sumamente revelador para mi acción y cuidado posteriores: este cuerpo es mío. Mi cuerpo es mi primer territorio, mi primera propiedad. Y así como cuido recelosamente mis libros que me enseñan, mi computadora que me conecta y mi celular que me comunica, uno pensaría que cuidaría de mi cuerpo, que hace todo aquello y más, con mayor prioridad. Pero no lo hacía. Ni siquiera un poquito.

No lo hacía, en primer lugar porque jamás había reconocido su existencia como el milagro que supone esta aleatoria mezcla de eventos que dieron luz a mi vida. Me vale madres utilizar un cliché en mis hojas. Si se ha repetido tanto esta frase, algo tiene de razón. Porque, evidentemente, si uno no reconoce la existencia de algo, menos va a reconocer su existencia dentro de ese algo. ¡Olvídate! Se me soltaron los músculos de la mandíbula al conectar los hechos y darme cuenta que no solo poseía un cuerpo, como un objeto más dentro de mi patrimonio, sino que yo era mi propio cuerpo. Este elaborado vehículo, canal de comunicación, soporte y descanso, es indivisible a mí, a mi mente, a mis emociones y a todo aquello que compone mi existencia.

Y necesito reconocer que este descubrimiento no es poca cosa. Hasta el día de hoy, ha significado darme cuenta que mi mala postura afecta mi respiración y por lo tanto la llegada de oxígeno a mi cabeza, provocando empeorar mi trastorno de atención. Ha significado también que mi mala alimentación me da menos energía para terminar las actividades que con tanto deseo quisiera completar. He descubierto, que a la par que cuando me enojo, se me infla el pecho y que cuando llego a mi punto máximo de frustración (porque así lo aprendí en mi casa) yo grito. También he observado que utilizar telas suaves o frescas en este clima infernal de Victoria le hace feliz a mi piel, que la cafeína me hace bailar y que cuando me siento demasiado estresada, aprieto la mandíbula y por eso no puedo morder bien.

Pff. El supuesto dominio conceptual de mi mente y de mis emociones se quedó tan escueto con esta nueva perspectiva. Conocer mis gustos, intereses y mi respuesta emocional dejó de significar algo relevante, en tanto que noté cómo desconocía por completo el lenguaje, las sensaciones y las capacidades del cuerpo. Puesto que mi atención está monopolizada por la aprehensión de este tema, ni siquiera me he detenido a preguntarme a verdadera conciencia qué de todo me hizo tratar con tanto desdén a esta parte de mí, pero no soy tonta y saco algunas conclusiones. Por eso, finalmente, también escribo. Al pensar un poco en los malos hábitos culturales, la falta de aproximación holística del bienestar y la salud, tengo la sospecha de que este fenómeno no es algo individual. Así pues, inicio resistencia e invito a quien lea esto a que se una a la misma: reconozcamos, exploremos y escuchemos a nuestros cuerpos.

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