Antonio González Sánchez
El esplendor de la monarquía israelita fue muy limitado. Los profetas comienzan a anunciar un reino futuro, en continuidad con la monarquía de David. Is 40,9-14; Zac 14,9; Dan 2,44; Sab 3,8. Jesús se presenta predicando la Buena Nueva del Reino.
El tema de la predicación de Jesucristo es el Reino de Dios en el Evangelio de san Marcos. Mar 1,15; 3,24; 4,30; 10,14; 15,43. Reino de los Cielos según la expresión del evangelista san Mateo. Mat 3,2; 4,17. Reino de los Cielos y Reino de Dios son expresiones equivalentes e indican la aceptación de Dios como Señor y el rechazo de lo que se opone a su plan.
Mar 1,15; Luc 17,20-21. Los apóstoles reciben el encargo de predicar la Buena Nueva del Reino. Mat 10,17. Cuando llega el momento de salir a predicar, después de Pentecostés, tanto los discípulos de Jesús como san Pablo centran su mensaje en el Reino. Sólo que se incluye el nombre de Jesucristo como centro del Evangelio. Hech 14,22; 1 Tes 2,12.
Creer en Jesús es entrar en el Reino. Hech 8,12. Participar en el Reino, tiene sus exigencias: nacer de nuevo (Jn 3,3), perseverar en la fe (Hebr 12,28), cumplir la voluntad del Padre (Mat 7,21). El mundo está llamado a ser reino de Cristo, realizándose la petición del padre nuestro, Venga tu reino (Mat 6, 10).
Esa es la razón por la cual Jesucristo habla en parábolas del Reino de Dios. Y si es cierto que esas parábolas aparecen en diferentes partes del Evangelio, el texto de este domingo, Mt 13, 44 – 52, presenta tres parábolas. Las dos primeras subrayan la alegría de quien ha descubierto un tesoro o ha encontrado una perla muy valiosa. Y esta idea remite a una frase del Papa Benedicto: la vida cristiana auténtica nace del encuentro con una persona (Jesucristo y su Evangelio) que abre horizontes de vida plena. Y este encuentro es fuente de alegría profunda y duradera. Porque hace descubrir, que las personas son amadas desde siempre, y de manera incondicional, por Dios. Y se puede confiar totalmente en aquel que nos ama.
Y aunque hay actitudes que ayudan a encontrar el tesoro, no lo podemos construir nosotros: nos es dado como un regalo. Es el regalo de la persona de Jesús, que sale al encuentro de toda la humanidad y de cada uno personalmente. Entonces “venderlo todo” es dar prioridad absoluta a la persona de Jesús y a su Evangelio, haciendo que todos los demás aspectos de la vida sean valorados y vividos desde este amor fundamental.
La tercera parábola es “la red que los pescadores echan al mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos”.
Como Salomón, primera lectura, 1Re 3, 5 – 13, hemos de pedir el discernimiento para distinguir el bien del mal. Porque debemos ser conscientes de que conviven en el mundo, en la Iglesia y dentro de cada uno. Forma parte de la sabiduría cristiana saber que no nos corresponde el juicio final de las personas (ni de mí mismo) nos corresponde ayudarnos en el camino de crecimiento y maduración.
Que el amor del buen Padre Dios permanezca siempre con ustedes.