Mariana Castañón.-
Un estómago vacío y un día de mandados me trajeron este día a dedicarle unas cuantas hojas al consumo local, que se repite como nueva norma social, pero se ha abordado poco como tópico a razonar. Esta campaña es fortísima y está por todos lados. El “Consume Local” se ha vuelto un eslogan secundario al de “Quédate en Casa” o “Usa Cubrebocas” durante esta pandemia: estas acciones son (en apariencia) la tercia perfecta para combatir la crisis. Pero, aunque como siempre, en la teoría todo es idílico, la repetición periódica de estos condicionamientos no es suficiente para tomar decisiones asertivas con respecto a nuestro consumo y al seguimiento de las medidas de seguridad.
El problema aquí es que la campaña es vacua y simplona. Podemos concederle lo pegajosa que puede ser, pero nuestro día a día es más complejo que una oración imperativa sin instrucciones. ¿Consume qué? ¿Consume dónde? ¿Consume cuándo? ¿Consume por qué? Ninguna de estas oraciones es respondida por esta pobre labor de concientización por parte del gobierno. Por ello, no es sorpresa que el “Consume Local” no sea la campaña que nos saque de la crisis económica que estemos viviendo. La cosa es que la intención es bastante buena, aunque eso no significa que sea noble. Una campaña de consumo local es lo que necesitamos, no solo por la pandemia, sino por empatía con los otros, mejoras en el servicio y consecuencias ambientales menos graves.
Ahora, esta campaña ha de construirse desde otra óptica y con verdadero contenido, pues puede ser bastante poderosa. En realidad, tenemos muchísimas razones para consumir local más allá de esta pandemia. Por eso, es importante comprender todas las conveniencias y responsabilidades sociales que implica para que no desaparezca esta práctica, que puede integrarse más como una ética de consumo y no como una tendencia del momento. No nos meteremos con cambios sistemáticos en los modelos económicos, que son ideales, pero no son de nuestra área y no dependen directamente de nosotros. Aquí, hablamos de implementar una ética de consumo que tanto se necesita, pues somos grandes entusiastas del mugrero nutricional plástico e importado.
Consumir local, (vámonos por orden) para una menor afectación de la economía personal. Por lo general, el comercio local tiende a ser uno que tiene una mejor relación precio-calidad. Sí, puede haber menor conveniencia, pero los alimentos son más frescos, hay menor coste de transportes, mayor facilidad de pagos y se puede llegar a acuerdos interesantes o de trueque o alianzas con los empresarios.
Consumir local, para un servicio más personalizado. Las franquicias tienen un modelo inamovible que garantiza la calidad del servicio. En teoría. Pero más que eso, se garantiza la homogeneidad (práctica) de la marca. En un negocio local, es más fácil que se puedan hacer adaptaciones a los pedidos. Por ejemplo, combinar sabores de helado, hacer un platillo vegetariano, cambiar los colores o tallajes de una prenda, etcétera.
Consumir local, para una retroalimentación cliente-empresa. Las empresas locales, por lo general, escuchan. Un estilista dará más fácil al tono específico del color de cabello que un tinte prefabricado que venden en Sally. Alguna vez respondí con una carita triste al empaque plástico de un lugar que me fascina y atendieron esa queja rápida y eficientemente. Si bien no se trata de cumplir caprichos, sí podemos ser parte de una dinámica de consumo sana, receptiva y consciente cuando se escuchan las cosas que el cliente pide para bien.
Consumir local, en apoyo para la crisis económica del covid-19. El distanciamiento social nos afecta económicamente a todos. Habemos familias que dependemos del flujo de gente para los negocios que sostienen nuestros hogares. HEB, Oxxo y este tipo de comercios son más capaces de absorber el golpe económico que un pequeño negocio que paga renta en el centro de la ciudad y da cobijo a cuatro familias.
Consumir local, en consideración del medio ambiente. El transporte que usa combustibles fósiles y el empaquetado prefabricado son altamente contaminantes, además de que suben los precios. Comprar local genera un ahorro energético bastante considerable. Ejemplo de esto son las frutas locales, sobre las que vienen importadas de alta mar y países lejanos, además de que son mejores, pues están adaptadas a nuestros climas, no implican kilómetros gastados en viajes que oxidan los alimentos y nuestra naturaleza con la combustión fósil.
Consumo local, como activación económica nacional. Solidaridad paisana a gran escala. Aumento del PIB. Productores cercanos que generan empleos en la comunidad y se crean huecos para competidores más pequeños, derivando en mayor competencia y precios más accesibles al desmonopolizar los productos.
Consumo local, para un trazado del producto. Cuando consumimos local podemos saber dónde se produjo, cultivó, trató o transformó el producto. Nos es más sencillo garantizar que se respeten los trabajos laborales o que se opere según los estándares de calidad en el servicio. ¿Qué nos garantiza que nuestra crema de noche con su etiqueta china que somos incapaces de leer no tenga productos que son alérgenos para nosotros para nuestra piel latinoamericana?
Hablemos de esto que nos beneficia a nosotros los consumidores, a los productores y al medio ambiente, para variar. A las grandes industrias, al gobierno corrupto y al comercio globalizado poco les interesa que sepamos los beneficios que tiene la contribución del consumo de productos locales. Por eso, la campaña de ahorita es volátil, tendenciosa y no está diseñada para cambiar las estructuras. Ayudémonos entre nosotros, pero hagámoslo en serio, más allá de esta pandemia.