diciembre 11, 2024
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septiembre 3, 2020 | 128 vistas

Mariana Castañón.-

Recientemente perdí uno de los libros que me ha acompañado durante toda la cuarentena. “Un caballero en Moscú”, la historia de un hombre que se ve condenado a un arresto domiciliario, pero que a la hora de dar su dirección para cumplir el castigo, proporciona la de una suite presidencial del hotel más importante de Rusia. Recomendado por una respetada escritora, lo compré ahorrando para el mismo al inicio de este confinamiento. No pude evitarlo: el libro sonaba idílico para devorar en este contexto histórico. Aleksandr Rostov estaría viviendo la misma realidad que muchos de nosotros, quienes hemos sido privilegiados como para pasar el encierro en un lugar que nosotros hemos elegido. Por ello, no fue difícil encariñarme poco a poco con este grandioso personaje que día con día se ganaba mi admiración por su grata manera de sobrellevar tan elegantemente su exilio social.

Lamentablemente llegué a estar tan apegada a este libro, que cargué con él en un viaje que tuve a mi departamento en Monterrey para una vuelta por mi ropa y mis otras cosas. El libro, gracias a mi infinita torpeza, se quedó en mi asiento de autobús y no lo pude recuperar. Desde entonces, he pensado muchísimo en el conde Rostov, pero también sobre cómo ese pedacito de árbol y tinta me ha acompañado durante todo tipo de pensamientos claros y oscuros esta cuarentena. De no haberme sumergido en esta historia paralela, adoptando algunas de sus excentricidades para mí misma, el deterioro de mi salud mental se hubiese visto significativamente más profundo y veloz. Porque, mientras me entretenía con las formas en las que el caballero vivía su propio confinamiento, descansaba de su historia acariciando el alma con un poco de poesía mañanera. A su vez, mantenía cerca un libro de filosofía que me nutría y estimulaba espiritual e intelectualmente, así que por entretenimiento nunca tuve yo ninguna queja.

Hoy, he de rendirle homenaje a estos compañeros del viaje. No sólo eso: he de hacerles promoción. Porque, a medida que permito que cada vez conquisten un mayor espacio de tiempo en mi ocio, más soportable se hace la realidad. Y eso, gracias al cielo, aplica igual incluso fuera de la pandemia. Así que empecemos.

Novelas: Las novelas son huesos duros de roer, pero valen mucho la pena. Hay de todo tipo de estilos y largos, pero lo maravilloso de una buena novela es la cercanía a la que se llega con los personajes involucrados. Sentimientos de complicidad, cariño, emoción a menudo acompañarán el viaje por las páginas, haciendo este género uno de los más íntimos y entretenidos de todos. Uno puede tomarla a sorbos, durante un largo periodo, o adentrarse cuasimaniacamente en este mundo al que fuimos invitados cálidamente.

Poesía: La poesía es, creo yo, necesaria para sobrevivir la dureza de las circunstancias. Sacar belleza de este caos es virtud, dijo mi querido Gustavo Cerati y con este género es imperdible hacer esto. La visión estética de la realidad y el halo de romanticismo, belleza, dulzor y emoción que provoca la poesía es lo que la vuelve tan importante para el alma. Además, los libros de este género por lo general son compendios, así que es bastante cómodo leer un par de poemas en el día y no requieren demasiado de ti, pues se lee uno a uno.

Cuento: ¡Historias cortas y emocionantes! Los cuentos son creaciones de mundos maravillosos en los que paseamos por periodos cortos de tiempo. Este género es precioso, entretenido y por lo general significan una inyección de creatividad instantánea. Algo que disfruto bastante del cuento es que uno no necesita comprometerse con el libro completo al leerlos. Nos podemos ir, despacito, cualquier día, para despejar la mente un rato con una historia fugaz y entretenida. Es el género perfecto para quien busca cosas nuevas y que no tiene tiempo o cabeza de adentrarse en otra realidad completa durante muchas páginas.

Filosofía: ¡Qué bonito es pensar! Cuando el espíritu anda vagando, un poco de filosofía lo pone en el camino correcto. A mí este género me fascina, porque me parece la forma más fácil de iniciar una conversación con uno mismo. Es el género perfecto para los curiosos. Además, es una perenne creadora de pensamiento crítico, reflexivo y analítico. Nos ayuda a comprender mejor el mundo que nos rodea y el que crece adentro de nosotros. Lo lindo es que se puede encontrar en muchos formatos. Novelas filosóficas como las de Camus, o guiones de teatro, como los de Sartre, son algunos ejemplos.

Cultura general: Yo soy una fanática de la historia y tengo un sesgo por todo lo antropológico. El arte y la cultura siempre han sido los temas que más incandescentemente me llaman. Pero siempre que está en mi poder (adquisitivo) decido expandir mi biblioteca hacia los temas que normalmente no me hablarían. Es decir, la medicina, la alimentación, la espiritualidad, el orden, las matemáticas. Desde que hago esto, mi cosmovisión ha crecido muchísimo. Y lo mejor es que, me permiten descansar mentalmente de todos aquellos temas que mastico todo el día y que son de mi gremio o carrera.

En gustos se rompen géneros y los libros no son la excepción. Hay un sinfín de categorías preciosas por las que podemos pasear nuestras manos: los clásicos, los cómics, las epopeyas, el periodismo, los diarios, la ciencia. La única cosa es que, a veces los libros no tienen muy buena propaganda. A menudo tendemos a recordar todas esas veces que se nos obligó leer algo que no nos gustaba. Pero, la mayoría de las veces, puede pasar que simplemente pasó que nos dieron un género o un libro que no era para nosotros. No por nada, incluso quienes se consideran ávidos lectores pueden relatar un bonito recuerdo con un libro que leyó alguna vez. Espero que esto te inspire a tener el propio.

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